Capítulo 51

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Narra Malú

- Tú... Tú y yo, nos conocemos... mucho, ¿no?

Me quedé de piedra al oír eso, ¿Se estaba acordando de mí?

- ¿Te ha comido la lengua el gato? - Me preguntó riendo y sonreí tímida.

Realmente amaba su risa.

- Malú, ¿Has traído el coche? - Me preguntó Antonio interrumpiendo nuestra extraña conversación.

- Eh... Sí - Me sonrió.

- ¡Perfecto! Os dejo solas entonces, cualquier cosa me llamáis.

Ambas asentimos y vimos como se marchaba y hablaba con alguien por teléfono.

- ¿Podemos ir a otro sitio? - Me preguntó Vanesa.

La miré y le sonreí.

- ¿Donde quieres ir? - Se quedó algo pensativa y de un momento a otro se ruborizó.

- ¿A mi casa? - Me apartó la mirada, amaba cuando salía su lado tímido.

- Tengo una idea mejor - Me agaché a su lado y le susurré sonriendo - Vamos a la mía.

- Eh... - noté como se ponía algo nerviosa.

- Tranquila, que no te voy a secuestrar - le dije sonriéndole pícara.

- ¿Y como voy a fiarme de ti? No recuerdo quién eres... - Me contestó algo tímida.

He de admitir que su respuesta me dolió, aún no me hacía a la idea de que no me recordase, pero tragué saliva he intenté disimular.

Le sonreí pícara y me acerqué a su oído.

- Tendrás que correr el riesgo malagueña - le susurré. - ¿Qué me dices?

Asintió ruborizada y no pude evitar sonreír.

Volví a ponerle la correa a Danka y la até a la silla de Vane para tenerla controlada mientras volvíamos hacía donde tenía aparcado el coche.

He de admitir que me costó un poco ayudarla a subirse al coche, y a la hora de bajar fue igual de complicado, pero poco a poco y con paciencia lo conseguimos y ahora ya estábamos cruzando la puerta que daba a mi jardín, donde Danka comenzó a correr junto con Rumba y Lola.

Vanesa puso el freno de la silla sin si quiera avisarme y por poco se cae.

- Pero... ¿Qué haces? - Le dije asustada.

Tenía el corazón a mil, si realmente se hubiese llegado a caer podría haberse hecho más daño tanto en la pierna como en el brazo, y ya bastante tenía con sentirme culpable por el accidente como para además tener que cargar con algo así, pero por suerte no había pasado nada y se había quedado todo en un susto.

La miré perpleja, me miró fijamente, la noté algo desubicada quizás.

- Yo... - le temblaba la voz y vi como se le comenzaron a empañar los ojos.

Me agaché a su lado y entrelacé nuestras manos.

- Ey, tranquila - le dije en tono calmado - ¿Que sucede?

- Es que tengo la sensación de conocer todo esto, no lo sé - se pasó las manos por el pelo algo nerviosa - tu jardín me resulta familiar, tengo la sensación de haber estado aquí antes, y las perras... - hizo una pausa - tengo la certeza de que no es la primera vez que las veo.

Esta vez fue a mi a quién se le comenzaron a empañar los ojos, luché con todas mis fuerzas porque no me saliese ni una sola lágrima, y lo conseguí, cogí aire y exhalé.

Yo, más yo que nuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora