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Los tres están esperándome en el principio del pasillo que habían creado con las sillas de madera, hay más personas de lo que imaginé. Me gustaría que mis padres pudieran estar aquí, pero desecho rápidamente el pensamiento y disfruto lo que tengo en este momento, con estos hombres, los tres visten pantalones formales, camisa blanca con los primeros botones desabrochados dejando ver sus marcas, y al igual que yo van descalzos.

Camino en frente, y el pasillo es lo suficientemente ancho para que los tres me sigan al mismo tiempo.

La ceremonia no es tan diferente a la de los humanos, cambian las palabras de la religión y llaman a la presencia de la diosa de la luna, en vez del dios del mundo occidental.

Me habían advertido del momento en que la sacerdotisa saca de la agua sagrada el cuchillo.

-Tu eres mi sangre y yo soy tu sangre -me había hecho repetir tres veces, y como solo tengo dos manos y tres compañeros, la mujer me hace un corte en el brazo derecho, donde esta Christian, y dos separados en el brazo izquierdo donde se encuentran Andrew y Sam.

-Tu eres mi sangre y yo soy tu sangre -hablan al mismo tiempo, y juntan los cortes de sus manos con los míos, el calor se concentra en las heridas y cuando sueltan sus manos, los cortes ya no están. Supongo que es por Christian.

-¿Traen los obsequios? -pregunta la sacerdotisa.

Asienten y sacan de sus bolsillos lo que parecen pulseras de cuero, impregnadas con su olor. No me dan tiempo para admirarlas, porque en segundos las están atando a mis muñecas y Andrew en mi tobillo izquierdo, las atan fuerte, tanto que llega a escocer un poco.

Lamentablemente, todos después de darnos las felicitaciones se tienen que marchar. Sam dijo que normalmente se quedaban y se prendía una hoguera y se comía hasta que aparecía la luna en el cielo, pero que con toda esta gente fuera de sus tierras es peligroso en estos días.

El reloj sobre la chimenea marca las seis, y me voy al ventanal de la sala a ver el atardecer. El vidrio está frío, y me apoyo en él agradeciendo el cambio de temperatura.

Comienzo a sentir la falta de sueño de la noche anterior, haciéndome bostezar.

-Ooh... No cariño, tendrás que dejar el descanso hasta mañana.

Giro y ahí están los tres, con la camisa totalmente desabrochada, todos mirándome como si fuera su presa.

Los deseo tanto que quema, los quiero tanto que duele.

En una décima de segundo Cristian está a mi lado.

-Vamos a la cama -susurra en mi oído haciéndome estremecer.

-¿Qué hicieron? -la habitación está repleta con velas, que le da una iluminación tenue y acogedora.

-Pensamos que te gustaría -dice Sam detrás de mí, y siento como se ocupa de desabrochar el vestido. Cuando cae al suelo me muevo a un lado, quedando en ropa interior de encaje blanco.

-Preciosa... -Andrew se agacha, y acaricia por el costado de mis pies a mis caderas hasta llegar a mis bragas -Se te ven genial, pero no las necesitaremos en ti para lo que tenemos planeado -comienza a bajarlas, su aliento choca con mi piel y besa donde comienza la cintura.

-Ni estos -cae el sujetador, y una vez fuera Sam comienza a jugar con mis pechos.

Christian me mueve y caigo sentada en la cama. Sus cuerpos resplandecen gracias a la luz de las velas y mientras no dejan de observarme, uno a uno se sacan la camisa, los pantalones, mostrando aquellos cuerpos que todos desearían tener. Y que son solo para mí.

Nuestra Frágil Luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora