Uno

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"Infierno"

Lunes 10 de septiembre de 2018

Uno.

Dos.

Tres golpes son los que recibo. Mi cuerpo se siente acalambrado, mi labio está roto y sangrando. Mi ojo izquierdo poco a poco empieza a hincharse mientras que mi cabeza duele como el infierno. A pesar de que sé que debería moverme y salir de la zona de peligro, no lo hago. Quisiera decir que es solo porque no puedo moverme, pero estoy consciente de que, si trato de irme antes de que él termine conmigo, solo traerá más problemas. Así que hago lo mismo que he hecho estos últimos años. Recibir lo que merezco.

—A ver si así no se te olvida tener la comida lista cuando llegue —amenaza. Su voz ronca y llena de odio retumba en mis oídos, a la vez que se va perdiendo conforme sale de la habitación, y el sonido de la puerta estrellándose termina con la escena.

Yo me quedo en el suelo, sin poder moverme. Así me ha dejado, tirada, como basura.

Es lo que eres.

No puedo dejar de pensar en el hombre que acaba de molerme a golpes y después irse como si nada, sin siquiera esperar si tengo algún signo vital. Ese hombre es mi padre, o al menos lo que queda de él.

Intento levantarme y como puedo, me arrastro hacia mi habitación. Mis piernas me duelen y apenas puedo sostenerme con ayuda de la pared. Me duele todo con tan solo respirar. Cada que un hueso cruje, una lágrima cae. No puedo evitar pensar en lo mísera que es mi vida. Cómo en menos de lo que imaginé, terminaría metida en un infierno al que no pedí entrar.

«Tú lo causaste» «ella no volverá» «ahora pagarás las consecuencias».

Subo las escaleras casi a gatas, mis piernas están muy débiles después de las innumerables patadas que recibí de mi padre. Estoy segura de que, si hubiera seguido, me habría roto la rodilla. Después de que me haya lanzado al suelo con fuerza descomunal, causando que yo cayera hincada, pude sentir cómo algo se rompía, o tal vez soy solo yo que es como me percibo. Rota.

Al llegar al piso de arriba, escucho la música proveniente del cuarto de Pía. De seguro no se dio cuenta de la paliza que me puso mi padre, o simplemente no le importó. Desde hace tiempo, soy como un fantasma para mi hermana—que ya no creo que me reconozca como la suya—. Milagrosamente jamás me ha puesto una mano encima, más allá de algunos empujones o jalones de cabello. Aunque si soy sincera, preferiría mil veces que me golpeara en vez de que me gritara todas esas cosas horribles que suele decirme. Las marcas de los golpes se quitan, pero ¿quién nos libra de nuestros demonios internos?

Sigo caminando, no quiero que también se aproveche de mí hoy.

Cierro la puerta con seguro y entro al pequeño baño que hay en mi habitación, al mirarme al espejo no puedo evitar asustarme ¿En qué me he convertido?

Luzco más pálida, más delgada. Mis ojos están rodeados de ojeras y mi cara, hinchada y morada por los golpes que recibí, me devuelve una imagen grotesca que no puedo seguir mirando. Con las manos temblorosas comienzo a desvestirme, el roce de la ropa con mi piel hace que queme y quiera arrancarme cada centímetro de ella. Entro a la ducha y abro la llave, el agua helada no tarda en caer y reprimo un gemido, mi baño es el único en la casa que no tiene agua caliente, mi padre la ha cortado para mí, dice que debo pagar por ella si la quiero y es evidente que no tengo dinero para hacerlo. De milagro no me ha quitado el baño solo porque no puede. Comienzo a limpiarme la sangre que mancha mi piel. Al verla correr por el desagüe las lágrimas caen de nuevo, quemándome como si fueran de ácido.

No quiero seguir viviendo esto. No quiero más golpes, no quiero más humillaciones. No más.

¿Vas a hacerlo de nuevo? No te resultó la última vez. Ni para eso eres buena.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora