Capítulo Cuarenta y Uno

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That's amore — Dean Martin

"Corazón Libre"

Fiorella

Seco mi cabello con la toalla y me aseguro de que no deje un tiradero en el baño. Tener mucho cabello en estos momentos me dificulta mucho las cosas, pero me había prometido desde que mi madre se fue, que nadie más me lo cortaría. Ahora este me llega casi rozando el trasero y ya no sé si es lacio o si las ondulaciones son rebeldías de mi cabello. Lo envuelvo con la toalla y ajusto la bata a mi cuerpo antes de salir. Antes de salir por completo, observo la habitación y me aseguro de estar sola. El miedo aún no se va y no sé por cuánto tiempo más voy a aguantar esta enfermiza situación.

Camino hacia mi cama, pero un objeto me hace detenerme y palidecer por completo. Hay una pequeña tarjeta en la almohada junto a un ramo de girasoles. Mi estómago se revuelve al verlas y lo único que quiero es tirarlos por la ventana. Me acerco a ellos y los tomo con repulsión.

¿Cómo unas flores tan hermosas pueden venir de alguien tan desagradable?

La rabia me corroe y se apodera de mis sentidos. Lágrimas calientes corren por mis mejillas, nublándome la vista y los pensamientos. Un grito ahogado se me escapa mientras golpeo las flores contra el suelo una y otra vez. Golpe tras golpe tras golpe, lo único que hago es destrozarlas, así como ellas me han destrozado a mí. Los pétalos se esparcen por el suelo, pero no me importa, ya podré juntarlos luego para poder quemarlos en la chimenea. Me estiro hacia la cama para tomar la nota y romperla, ni siquiera pienso leerla. No quiero saber qué cosas asquerosas habrá escrito ese enfermo. Pero apenas y la toco cuando un dulce y profundo aroma que ya conozco inunda mis fosas nasales y me alivia el corazón.

Con manos temblorosas, volteo la tarjeta y observo la perfecta caligrafía que se encuentra en ella.


Buongiorno, Amore. ¿Cómo amaneciste? Escribo esto sabiendo que estarás despierta para antes de la hora del desayuno, que esta vez pienso prepararte yo. Todos están fuera —en el nombre del amor es que han accedido —. Así que tú y yo nos pasaremos el día solos por completo mientras yo me encargo de hacerte lo más feliz posible. Ve a la cocina cuando estés lista, yo estaré esperando por ti. Siempre.

Pd: Te dejé un pequeño regalito para alegrarte más el día.

Tuyo.

Massimo.


Mis ojos se centran en las flores destrozadas y los pétalos que bañan el suelo. Un sollozo que intento ahogar sale de mi garganta y logra tumbarme. Me abrazo y me quedo en posición fetal. Pienso en lo miserable que me siento por haber roto las flores sin siquiera saber de quién eran. Pero me consuelo porque sé que no ha sido mi culpa, es de ese infeliz que me tiene con los nervios de punta, me mantiene despierta a altas horas de la noche y hace que me paralice cuando escucho algún ruido en mi habitación.

No puedo seguir viviendo con miedo. No se puede vivir así.

Me encojo más en el suelo y dejo caer más lágrimas.





(***)


Aliso mi vestido una vez más y muevo mi cabello hacia el frente. Cruzo la puerta hacia la cocina y me preparo para enfrentarlo. Mis ojos vagan por la habitación y la imagen que me recibe me deja el corazón vibrando.

Massimo está de pie frente a la estufa, moviendo no se qué en una sartén mientras canta al ritmo de una canción con un tono italiano que se reproduce en una pequeña bocina. No sabía que él cantara, pero ¡Dios! lo hace de maravilla. Su voz está perfectamente entonada de una manera profunda y melodiosa.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora