Ventisette

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"Aleja mi oscuridad"


"Quiero tu amor, todo de él. Incluso si al final sabemos que yo soy fuego y tu eres gasolina"

—Haley MacLeod

Jueves 27 de diciembre de 2018

Massimo

Al llegar a casa, Fiorella se encuentra completamente dormida. No puedo, ni quiero imaginar por todo lo que ella tuvo que pasar. El corazón se me rompió de solo ver sus ojos. Esos que siempre permanecían brillantes, ahora están apagados, llenos de terror y desconfianza. No me gustó sentir su cuerpo temblar contra el mío porque teme que también la dañe. Maldita sea la pesadilla que la llevó a ese lugar inmundo, solo para asegurarse de que las personas que tanto daño le han hecho, estén bien. Porque eso es lo que su corazón hace. Su alma pura no puede estar habitada con odio y rencor. Ella se empeñó en perdonarles todo lo que esos monstruos le hicieron.

Ni Ethan ni Johan preguntan nada. Se mantienen callados todo el camino, y me dan la paz que necesito ahora mismo. Debo estar calmado para no perder la cordura y volver a esa casa para asesinar a ese desgraciado. Le prometí que no lo mataría, pero jamás dije algo sobre no darle su merecido. No sé dónde se metió su hermana, pero si ella también trata de hacerle daño de nuevo, esta vez no me importará si es mujer. A los míos se les respeta, si no, pagan con su sangre.

Antes de que pueda bajarme de la camioneta, la puerta de la entrada es abierta y Cailin se aproxima a paso rápido hacia nosotros.

— ¡Fiorella! —Intenta moverme para verla, pero se lo impido. No quiero que la despierte. Tampoco es como que quiero alejarme de ella.

—Baja la voz, Cai. Está dormida, ya hablarás con ella mañana —espeto con voz dura.

Me acerco a mi pequeña y la tomo de nuevo entre mis brazos para llevarla adentro. Cai viene detrás de nosotros, preguntándome qué fue lo que pasó allá, y también si le hice algo a la escoria que Fiorella tenía como padre. No digo nada, solo sigo caminando. Lo único que quiero ahora, es llevar a la dulce chica entre mis brazos a mi habitación y no salir nunca de ahí.

Mis padres se acercan en cuanto me ven entrar a la casa, interrumpiendo mi llegada a las escaleras. El rostro de mi madre se descompone en preocupación al ver a Fiorella inconsciente en mis brazos, y sé que mi expresión tampoco ayuda demasiado. Estoy tratando de contener toda la furia que tengo dentro. Mis brazos tiemblan debajo del cuerpo de Fiorella, si no estuviera tan ensimismado con mantenerla junto a mí, ya se me habría caído, y yo también hubiera terminado en el suelo. Por más que no me guste reconocerlo, estoy cansado. Son casi las dos de la mañana; mis ojos pesan, mi cabeza duele, y mis huesos se sienten adoloridos por los golpes que he dado. Pero eso mi mente no lo registra. Yo paso de lado cuando se trata del bien y seguridad de Fiorella.

Nunca me ha importado lastimar a la gente. Después de tantos años me he acostumbrado al color carmesí que baña mis manos cada que le doy su merecido a alguien que me traiciona. He aprendido a apagar mis emociones cuando de la organización se trata. Me convencí que no debo preocuparme por quien viva o muera. Si cometen un error, deben pagarlo. Hasta con su vida si es necesario. Pero desde que Fiorella llegó a mi vida, comencé a cuestionarme todo lo que pensaba. Todo cambió por completo, y gracias a la curiosa muchacha que se coló en mi vida, meses atrás.

—Jesús bendito, ¿Ella está bien? —Mi madre se acerca a mí extendiendo sus brazos. Por instinto, retrocedo, y aprieto a Fiorella más hacia mi cuerpo. Estoy demasiado paranoico, no quiero que nadie la toque. Por ahora solo yo puedo estar con ella y ponerla a salvo.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora