Capítulo Cincuenta y Dos

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"El pasado siempre vuelve"

Massimo

Me muevo por la cocina con toda la agilidad que puedo mientras trato de mantener el orden. Cuido que lo que tengo en la estufa no se queme mientras sirvo el jugo en los vasos correspondientes. Una vez que ya tengo todo, pongo la mesa y coloco un jarrón repleto de flores en el centro de esta. Me recargo en la pared viendo si todo está como lo planeé y sonrío complacido.

Mi mañana ha sido bastante movida. Me desperté temprano para llevar a Cai y a Fiorella a la escuela, fuimos en mi camioneta mientras que Johan y Danilo nos seguían en la otra, una vez que llegamos, le aseguré a mi preciosa que la llevaría al cementerio para que le dejara unas flores a Marissa y platicara un poco. Después de todo, es el día de las madres, y Fiorella merece tener su momento con ella.

Regresé junto a Johan, dejándole como orden a Danilo que esperara a que las chicas salieran y traerlas a casa cuanto antes.

Unos pasos se escuchan por el pasillo y Rosalía entra en mi campo de visión. La mujer respinga y da un salto al verme aquí. Si bien, me levanto a buena hora para salir y comenzar mi día en la Organización, aún es muy temprano de mi hora habitual.

—Mi niño, ¿Qué haces aquí a esta hora? ¿Tienes hambre? Puedo prepararte lo que quieras.

Rosalía se mueve intentando llegar a las repisas y sacar algún utensilio, pero la detengo antes de que lo intente. La tomo de las manos y la guío hacia el comedor principal.

—Muchas gracias, pero hoy yo te serviré a ti.

—¿Cómo dices? —no oculta la sorpresa en su voz. Esbozo una sonrisa y me muevo, con ella tomada de mi mano. Al quedar frente al comedor, suelta un jadeo de sorpresa y se gira hacia mí con la cara iluminada y los ojos queriendo soltar lágrimas — Massimo, ¿Qué es esto?

—Es mi regalo del día de las madres —contesto como si nada. Ella no dice nada, el asombro no la deja. Aprovecho su perplejidad para guiarla hacia uno de los lugares que tengo preparados y le digo que se siente. Me agacho a su altura y le susurro —. Iré a despertar a mi madre, te prohíbo que te muevas de aquí para hacer algún tipo de labor doméstica ¿Entendido?

Ni siquiera la dejo responder. Me apresuro a llegar a las escaleras y voy a despertar a mi madre para que tome su desayuno. Sé que está cansada y de seguro había planeado levantarse hasta tarde. Mi padre y ella llegaron ayer por la tarde, con motivo de querer festejar mi cumpleaños los días próximos, que está más que claro que no haría. Cumpleaños hay muchos. No lo festejo desde los dieciséis, no veo por qué tanto alboroto con mis veinticinco.

Una vez que las dos mujeres están sentadas en el comedor. Voy rápidamente a la cocina y tomo los dos ramos de flores y se los entrego. Sus rostros se iluminan al verlos, cada uno contiene sus flores favoritas. Mi madre trata de retener un sollozo, pero no lo consigue. Rosalía es un poco más fuerte y suelta lágrimas en silencio.

—Massimo, esto... es hermoso hijo. —Mi madre se levanta y camina hacia mí para estrecharme entre sus brazos. La acepto gustoso y atesoro el momento que pasamos.

Por muchos años le tuve un rencor a la mujer que me había dado la vida. Estaba dolido porque ella había permitido que mi padre me metiera en un mundo que yo no quería. Pensaba que no le importaba arruinar mi vida con tal de seguir con los lujos de la suya. La llamé egoísta, y hasta llegué a renegar de mi sangre. Pero con el paso de los años, llegué a comprender un poco más la situación. —Eso no quiere decir que no guarde, aunque sea un poco de resentimiento hacia ella. Tal vez siempre lo haga, pero por lo menos trato de hacer las paces para mantener la paz en la familia —. Vi el otro lado de las cosas y dejé de buscar culpables. Me resigné a pensar que cualquiera que fuera el deseo de mi madre, mi linaje no desaparecería. Mi familia era parte de la mafia italiana y por más que quisiera esconderme jamás podría huir del lugar al que pertenecía.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora