56. Final

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Cuando las tormentas se desataban, no había mucho más que hacer que abrazarse, a veces hacer el amor, a veces hablar, pero por lo general era silencioso, todo lo que temían, querían o cómo amaban, se intercambiaba en pequeños toques.
(A.Wilder)

* * *

Alec estaba sentado afuera de los Juzgados, en los escalones, mirando a la gente correr de un lado a otro tratando de escapar de la lluvia.

Llovía.

El comienzo de una tormenta.

Y apesar de las lágrimas en sus mejillas, sonrió. Una sonrisa pequeña, apenas perceptible, pero para quienes lo conocían ahí estaba, esa ligera curva de sus labios.

Y él, a diferencia del resto, quería bajar los escalones y correr. Correr hacia la lluvia y no detenerse, no parar, no huir del agua, quedarse ahí y dejar que el líquido limpiara sus miedos, sus frustraciones, lo difícil que su vida. Que el agua eliminara las manchas de su mundo hasta dejarlo perfecto.

Alec apoyó los codos en sus rodillas y ocultó su rostro ahí, los sollozos sacudiendo su cuerpo.

No podía entrar.

Quería, de verdad quería. Más que nada en el mundo quería llamar a Magnus suyo, que lo fuera ante la Ley de los hombres, que todos supieran que él –Alec– era también de él, de Magnus. Que eran, desde que tenían sólo tres años de edad, uno solo, un sólo corazón.

Un pequeño corazón.

Que entregaron sus pequeños corazones hacía tanto tiempo, una noche de tormenta. Porque incluso antes de convivir, antes de que los días pasaran y comenzara a quererlo, desde el primer momento, cuando aquel niño hermoso de ojos fascinantes y brillantes por las lágrimas lo miró, Alec lo sintió en su pecho. Algo hizo clic, algo se ajustó, algo encontró su sitio.

No queremos realmente con el corazón, lo sabía ahora que ya no era un niño. Dicen los expertos que se ama con el cerebro que es quien nos dicta cómo actuar. Y no importa, Alec seguiría diciendo que Magnus era su corazón, ¿por qué?

Fácil. Porque cuando era niño él lo había dicho "No puedo darte mi corazón porque no puedo vivir sin él –Alice le había explicado eso–, no puedo vivir sin corazón. Entonces, voy a darte el mío y quedarme cerca..."

Era vital. Era para seguir viviendo. Era para toda la vida.

Y Magnus, su Magus, le dio a cambio el suyo.

Y nunca dejaron de cuidar del corazón del otro, incluso cuando tuvieron que separarse, ni siquiera cuando todo apuntaba a que ya no había –o que nunca hubo– amor.

Así de independiente de la neurociencia, Magnus tenía su corazón. Su pequeño corazón, porque se lo dio desde niño.

Hubo un trueno que provocó que Alec saltara y su cara se asomara de entre sus brazos, justo a tiempo de ver un rayo iluminar el cielo.

Era apenas medio día, la hora en que Isabelle le había dicho que tenía que estar aquí, pero debido a la lluvia que había oscurecido la ciudad parecía que faltara poco para el atardecer.

Tal vez el cielo estaba triste porque él no podía casarse con Magnus. No una tercera vez.

¿Magnus podría perdonarlo, por las dos anteriores?

No podía casarse.

Había llegado corriendo, en cuanto despertó y vio la nota de Izzy.

Mi pequeño corazón (Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora