Rosas (Pte. I)~Erick B. Colón.

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Ella realmente no podía terminarse de creer lo que le estaba pasando.

Desde hacía una semana y media todos los días al llegar hasta su casillero encontraba pegada una rosa color blanco y una pequeña nota –siempre escrita en caligrafía de computador- haciéndole completamente imposible –todavía más- la tarea de encontrar al autor de las lindas notas que no podían salir de su cabeza ni un solo segundo.

Al principio ella había sentido una especie de pánico. Era algo así como la sensación de ser observada mientras contemplaba con fijeza la rosa que descansaba pegada en la puerta de su casillero de metal con una nota. De inmediato hasta su cabeza habían llegado las interminables charlas con su madre sobre aceptar obsequios de extraños. Pero no contaba como un obsequio si realmente no se lo estaba entregando directamente ¿cierto?

Alexandra –su mejor amiga- una vez había sugerido sobornar al guardia de seguridad para le mostrase las grabaciones en las cámaras de seguridad que daban al pasillo pero realmente era tan loco como sonaba que por su paz mental había decidido declinar la oferta. Supuso que de todas maneras no era algo que se repetiría a diario pero ya habían pasado varios días y todos los días era lo mismo.

Cada vez que Ada llegaba a su casillero se encontraba con un nuevo obsequio en forma de rosa e inconsciente estaba comenzando a amar eso. Adoraba un poco –o tal vez demasiado en realidad- la idea de saber que no era tan invisible para todo el mundo como ella pensaba. Las notas seguían llegando y el corazón de Ada se seguía acelerando cada vez que las leía.

—¿Otra rosa...?—cuestionó Alex llegando hasta ella. Ada soltó un pequeño suspiro, despegó la rosa del casillero y asintió.

—Otra rosa...—respondió.

—¿Y esta vez que es lo dice el Romeo de las notas?—se burló la pelinegra llevando un mechón de cabello rebelde detrás de su oreja. Ada rio y se encogió de hombros.

—La leeré después...

—¡Hola!—saludó Erick haciendo acto de presencia.

—Hola, Erick...—respondió Alex.—¿Adivina qué...?

—¿Más rosas?—cuestionó el ojiverde.

—Más rosas...—respondió Ada encogiéndose de hombros.

—¿No te da curiosidad saber quién te las envía...?—preguntó él jugueteando con los tirantes de su mochila.

—Un poco...—se rio la muchacha.—Es decir, claro que me da curiosidad saber quién me ha estado enviando todas estas rosas pero siento que sería un poco extraño ¿no lo crees...? Sabes quién es la persona que te envía notas tan bonitas creo que al final de cuentas terminaría quitándole el encanto...

—¡Tiene lógica!—anunció Alex encogiéndose de hombros despreocupadamente.—¿Tú, Erick...? ¿Si fueses chica te gustaría saber quién es el muchacho romántico empedernido que te deja notas en la puerta de tu casillero...?—Erick gimió ante la pregunta de su amiga.

Apartó la mirada un momento y dejó escapar el aire de sus pulmones tratando de no parecer demasiado nervioso.

¡Era él! Era él quien a diario dejaba una rosa pegada en la puerta del casillero de Ada acompañada de una pequeña nota escrita en computadora. No se podía dar el lujo de escribirlas él mismo porque entonces ella se daría cuenta que era él quién se escondía detrás de los pequeños detalles románticos.

Y es que Erick realmente no podía seguir de esa manera.

La primera vez que había visto a Ada –en el primer año de la secundaria, hacía ya casi ocho años atrás- atravesar la puerta del aula de inmediato su corazón se había acelerado como si la estuviese reconociendo. No terminaba de comprender la manera en la que esa chica habìa entrado en su vida pero desde entonces su mundo estaba de cabeza.

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