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Para cuando Guillermo logró salir del baño, sus padres no pudieron evitar sentir sus corazones quebrajarse ante la imagen que les regalaba su hijo, la cual no era para nada alentadora. Sus ojos estaban hinchados, sus mejillas humedecidas, sus ojeras marcadas y casi negras, sus cabellos alborotados y sus labios curvados hacia abajo con fuerza, dejando claro lo herido que este se encontraba. Su padre dió dos pasos hacía adelante para acercarse y, antes de poder darse cuenta, el menor corrió los pasos que faltaban para unirse con él en un abrazo, un abrazo tan fuerte que incluso sintió que podría quebrar alguna parte de su cuerpo. Guillermo lo abrazaba con desesperación mientras intentaba controlar los temblores de su cuerpo, los cuales eran cada vez peores.

-¿Por qué?- preguntó el más chico contra su pecho mientras intentaba ocultar su rostro -¿Por qué no me dijo nada?- su madre pronto se unió a aquel abrazo y contuvo a su hijo en su lamento intentando ser fuerte pero con lágrimas ya corriendo por sus mejillas al igual que en las de él -¿Por qué tuvo que suicidarse y dejarme solo?

-No lo se, Guille- susurró su padre intentando no quebrarse junto con los otros dos; Samuel había sido como un hijo para él, por lo que la noticia tampoco había sido fácil de asumir ni para él ni para su esposa –Me encantaría poder responderte, pero no puedo- acarició la espalda del contrario y sintió como este se aferraba aún más a él –Tranquilo, campeón- suspiró –Tranquilo.

Rubén y David, quienes habían llamado a los padres del más chico, mantuvieron distancia y dejaron que la pequeña familia Díaz liberase aquel dolor que todos compartían pero que ellos ya no podían seguir llorando por la falta de lágrimas y fuerza en su organismo.

Quizás Samuel no lo había contemplado cuando tomó la decisión de irse, pero había dejado más de unas cuantas almas destrozadas. 

Deathbeds [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora