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El silencio volvió a invadir al grupo mientras esperaban a la contraria, por lo que las lágrimas no tardaron mucho en caer. Los padres de Samuel se mantuvieron unidos y sin separarse mientras que el resto intentaba acompañarse como podía, teniendo a los padres de Guillermo sosteniéndolo y a Rubén acariciando la espalda de David una y otra vez. Todos querían entrar y verlo, todos necesitaban de él, por lo que sentir desesperación nuevamente no podía ser menos.

Estaban tan cerca y a la vez tan lejos.

Varios y largos minutos después, la puerta volvió a abrirse y Ángela a estar frente a ellos, esta vez con unos cuantos barbijos, guantes y batas de papel en sus manos y completamente vestida con aquellos artefactos.

-Bien- se quitó el barbijo y lo dejó colgar de una de sus orejas –deben ponerse esto- les dio los barbijos y las batas –y luego esto- le dio los guantes -pero primero deben desinfectar sus manos dentro- ambos asintieron y comenzaron a prepararse –Al entrar, y justo a su izquierda, encontrarán un pequeño lavabo con un líquido especial en lugar de jabón; deben ponérselo en las manos, contar hasta veinte mientras se las limpian con el y luego ponerse los guantes.

-¿No nos acompañarás?- preguntó Amelia ya lista para entrar.

-Entre menos personas seamos allí dentro, mejor- intentó sonar tranquila, pero su voz demostraba la seriedad del asunto –Una vez tengan los guantes, deberán buscar la habitación número siete, allí los esperará el doctor.

La pareja miró a sus acompañantes y, luego de tomar una gran bocanada de aire con la mirada lastimada de los restantes, ambos giraron sobre sus talones y empujaron la puerta al igual que lo había hecho la joven instantes atrás, acortando la distancia que había entre ellos y su hijo.

-Él estará bien- susurró José al sentir a sus esposa llorar mientras avanzaban por aquel inmenso y brilloso lugar –Estará bien.

Deathbeds [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora