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Dejar a los padres de Samuel y volver a su departamento lo había dejado sin energías, descompuesto incluso. Nunca en su vida había sentido un dolor similar, pero Guillermo podía jurar que su pecho estaba a punto de romperse, al igual que todas y cada unas de las fibras de su cuerpo. Le costaba respirar y andar, sentía que en cualquier momento se desmayaría o algo similar, como si su cuerpo estuviese combatiendo contra un virus fuerte y que lo estaba matando lentamente.

La angustia lo estaba aniquilando.

Se encontró solo por primera vez en mucho tiempo. Ya no podría hacer nada por su chico: no podría visitarlo, ni verlo, ni regañarlo por querer lastimarse, ni besarlo para calmarlo. Ya no podría acudir a los conocimientos de sus suegros: no los escucharía decirle que todo estaría bien, ni les diría lo mismo, ni podría refugiarse en esa seguridad fantasiosa que los había abrazado el último tiempo.

Después de mucho tiempo, Guillermo volvía a su vida normal, en su ciudad, en su piso, cerca de sus padres y amigos y lejos de Samuel. Volvía a la realidad, a la cotidianidad, a un círculo en el que, por mucho que buscase que pasase, el amor de su vida no iba a estar.

¿Hasta cuándo sería así?

Guillermo se pasó todo lo que quedó del día tumbado en su cama derramando lágrimas mientras, con las pocas fuerzas que creía tener, se aferraba al colgante de su cuello.

Poco a poco las cosas iban a volver a la normalidad, estaba confiado de eso, pero el proceso estaba doliendo demasiado.

Deathbeds [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora