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Las ojeras fuertes y llamativas de Samuel parecieron oscurecerse aún más cuando los primeros rayos de sol atravesaron su ventana, cosa que lo hizo acurrucarse entre las sábanas mientras intentaba no mirar a través del cristal aquel hermoso y burlón amanecer. No había podido pegar un ojo en toda la noche y, en consecuencia, su cuerpo no había recuperado ni una pizca de la energía que los nervios y la ansiedad le habían quitado desde que despertó. A pesar de que sus ojos parecían perderse en cada rincón que se centraba en observar, su cabeza estaba hecha un completo caos de voces que le gritaban una y otra vez lo que debía hacer y cómo, voces autoritarias que lo habían mantenido despierto y que sabía lo tendrían así hasta el fin de sus días. Siempre estaban allí ordenando, gritando, acusando, maltratando... siempre presente en su mente para torturarlo, para empujarlo a la muerte una y otra y otra vez.

Quería callarlos, pero sabía que eso era imposible.

Yendo en contra de lo que buscaba, miró a través de la ventana y lloró en silencio cuando las voces volvieron a gritarle lo que debía hacer, sintiéndose agobiado por sus propios pensamientos.

Quizás si saltaba a través de aquella porción de cristal la gravedad y el golpe que esperaba recibir en la cabeza los callarían finalmente.

Deathbeds [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora