Capítulo 28: El Maestro de la Diversión

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Stephanie estaba desparramada sobre mi cama con su teléfono en las manos mirando el perfil de su novio.

—¿Ves?—me mostraba enojada. Ella movía su mano tan enojada que no alcanzaba a ver nada de lo que me mostraba—En cada foto que él sube, ella le pone me gusta. Pero él dice que sólo es una amiga.

—Tal vez sea sólo una amiga—dije indiferente. Estaba sentada a la orilla de mi ventana dibujando unas flores que crecían en el jardín del vecino—¿Y además que tiene de malo que a ella le guste su foto? Un me gusta no significa que él te esté engañando ¿no?

Ella frunció el ceño y continuó hablando como si yo no hubiese dicho nada.

—Luego él se enojó conmigo porque encontró la conversación que tuve con mi ex en la que él quería volver.

—¿Y por qué él tenía tu teléfono?—pregunté extrañada.

Llevaba más de una hora dándome cháchara sobre el mismo tema. Stephanie abandonó el espionaje sólo en parte, una vez dentro nunca fuera. A veces hacía algún que otro trabajo simple como vigilar a alguien o hacerse pasar por alguna camarera, nada que resultara peligroso. Lo hacía voluntariamente porque el dinero que le pagaban le servía para pagar la universidad de artes dramáticas y además, para practicar su actuación.

—Es imposible que entiendas si no has tocado una red social en tu vida—se quejó—A veces desearía que las redes sociales no existieran, miles de relaciones se hubiesen salvado. Como la mía—suspiró.

—Entonces deja de usar las redes sociales—dije de forma monótona mientras me concentraba en trazar correctamente la curva de un pétalo.

—¡Ojalá fuera así de fácil!—exclamó y luego se me quedó mirando—Para ti y Jackson debe ser tan fácil, una relación sin enfermizas redes sociales. Además, si yo tuviera un novio así de antisocial ni siquiera me preocuparía en dudar de su fidelidad. ¿Al menos usa teléfono?—comenzó a reír burlonamente.

La miré con los ojos entrecerrados y ella se encogió de hombros mientras seguía sonriendo. Stephanie siempre se destacó por ser una persona brutalmente honesta. A veces se volvía un poco molesto, pero ella siempre se reía de lo que decía y resultaba difícil tomarse en serio sus palabras.

Ojalá mi relación con Jackson tuviese problemas tan simples como un estúpido me gusta. Nosotros apenas si usábamos nuestros teléfonos, Jackson más que nada. Yo al menos lo uso para hablar con mis amigos, él ni eso, prefiere ir a verlos. De hecho me sentía a gusto así, no me gustaría nada si él me ignorara por su teléfono, como sucedía con Steph. Esa era una de las cosas buenas que tenía mi vida.


Los últimos tres días de vacaciones fueron un lento augurio en el que sólo esperaba el momento de recibir malas noticias. Jackson no me hablaba ni me contestaba el teléfono, lo mismo con los otros. Supongo que ya se habrán desecho de sus dispositivos, con tal de no ser rastreados.

No tenía noticias de nadie y no tardé mucho en entrar en depresión.

El primer día en la Academia fue lento y aburrido. Todos estaban con los típicos nervios de último año y comentando cosas horribles que habían escuchado sobre lo que nos iban a hacer. Sin embargo, ahora lo que menos me preocupaba era el último año e incluso sentía que no sería nada comparado a todo lo que ya he vivido. Al contrario, yo estaba feliz de no tener más clases teóricas.

Ese día llegué tarde y no encontré a nadie de último año en la entrada.

—¡Alex!—llamó alguien junto a la sala de entrenamiento.

Inmediatamente reconocí el cabello claro de Beck, mi mejor amigo. Corrí hacia él con una gran sonrisa y lo abracé. No lo veía hacía meses. Beck se estremeció y a los dos segundos me apartó. 

—Te extrañé tanto—le dije.

—Yo también, pero llegamos tarde—dijo desesperado.

—Pero si ni siquiera sabemos a dónde hay que ir—dije despreocupada.

Él me miró negando con su cabeza.

—Al salón 26.4 ¿acaso no te llegó la carta?—me miró incrédulo.

—Me llegó una carta, sólo que no creí que fuera nada importante—respondí.

Beck respiró profundo y comenzó a caminar rápido hacia nuestro destino. Lo seguí de atrás, trotando prácticamente.

—Ya que no abriste la carta, supongo que tampoco sabes que este año cambiaron la modalidad para los de último año—dijo Beck.

Estuve a punto de replicar cuando Beck abrió la puerta del salón 26.4 y todos allí voltearon a vernos, desde la mujer que estaba parada al frente hasta todos y cada uno de los alumnos. La mayoría comenzó a murmurar un montón de cosas, pero no miraban a Beck sino a mí. Me atacó el pánico y quería salir corriendo, hay tantas cosas por las que esta gente puede estar murmurando sobre mí.

—Camina, Alex—susurró Beck y nos sentamos en unos asientos al fondo.

Los demás alumnos voltearon otra vez hacia adelante, lo cual agradecí con toda mi alma. La mujer que estaba al frente, por su vestimenta elegante, pertenecía a la Sede Central. Detrás de ella había una pantalla que tenía el logo de la Sede Central: un águila con las alas abiertas mirando hacia abajo la frase que decía “Bajo tus alas, protégenos”

—Este año se han tomado medidas nuevas de enseñanza para ustedes, los de último año—dijo la mujer—Si bien durante la dirección de Brussard se rendía a final de año un examen práctico para ingresar a la Sede Central, ahora se le agregará un examen teórico que abarcará temas que han visto a lo largo de su trayectoria en la Academia.

El ambiente se alteró y los alumnos comenzaron a replicar y a cuestionar. La mujer no pareció inmutarse y siguió hablando, a pesar de que pasaron varios segundos hasta que todos se quedaron callados.

—Pero para esto no deben preocuparse, les entregaremos cuadernillos con todos los temas que pueden estar en la prueba y tienen todo el año para prepararse. En total son tres cuadernillos, el primero tiene que ver con Historia de la Sede y sus leyes actuales. El segundo tiene todos contenidos de informática y el tercero sobre criminalística. En cuanto a los exámenes, seguiremos haciendo simulacros sorpresa y cada dos meses les tomaremos un integrador teórico para verificar que estuvieron estudiando de los cuadernillos. Si aprueban estos integradores, no deben preocuparse por el final.

《Como verán, este año no entrarán a la Sede Central sólo demostrando fortaleza física, sino que tendrán que demostrarnos que también son inteligentes y capaces ya que no se dedicarán a hacer misiones toda su vida》

—¿Qué hay sobre la asistencia a la Academia?—preguntó una chica en la fila de adelante.

—Lunes, Miércoles y Jueves, como antes de la reforma—respondió la mujer. Bueno, al menos no tenía que ir de Lunes a Viernes como los años anteriores.

Luego se quedó respondiendo alguna que otra pregunta obvia que le hacían los alumnos como “¿Qué pasa si no apruebo el final?” pues te quedas de patitas en la calle, como todo el mundo sabe.

Esa era otra de las condiciones que me había impuesto la Junta Directiva inglesa, para trabajar con ellos tenía que aprobar los exámenes con notas aceptables. Y ahora sería más difícil lograr eso.

La mujer salió de la sala y se escuchaban miles de quejas.

Beck y yo, que estábamos al lado de la puerta por haber llegado tarde, salimos primeros.

—¡A mí nada me puede salir bien!—me quejé—¿A quién se le ocurrió esta estupidez?

—Pues a tu abuelo—respondió Beck incrédulo—Apenas reemplazó a Brussard lo primero que hizo fue cambiar las leyes de evaluación en la Academia, si te fijas bien, son muy semejantes a las de Natalie Humphrey.

—Qué locura—suspiré.

Según Jackson, Natalie era una loca de la guerra en cuanto a la educación se trataba. Además de los exámenes comunes, les tomaba exámenes orales cada un mes que incluían todos los temas vistos en los meses anteriores. También les hacía ir una vez al mes los sábados a la mañana para hacer prácticas militares en el bosque.

Mi abuelo envió a un guardia a avisarme que me invitaba a su nueva oficina. Estaba muy enojada con él ahora mismo y con ganas de gritarle.

Cuando llegué a su oficina, él me estaba esperando con una taza de chocolate caliente en su escritorio.

—¿Qué tal?—preguntó señalando su oficina.

A diferencia de la oficina de Natalie, esta estaba ordenada, la otra pareciera que hubiera explotado una papelera ahí dentro. Antes había estado aquí, cuando Brussard era el director; sin embargo ahora mi abuelo la había reformado de tal forma que estaba irreconocible. Las paredes que antes eran blancas ahora estaban recubiertas con paneles de madera, los muebles eran otros, en vez de olor a café había olor a chocolate y vainilla e incluso había puesto ventanas. Esta no era la fría oficina de Brussard, esta era mucho más espaciosa y acogedora.

—Diferente ¿no?—rio mi abuelo y me tendió la taza de chocolate—¿Recuerdas cuando te preparaba el chocolate cuando volvías de la escuela? Estaba pensando que ya no tendré tiempo para ir a visitarlos tan seguido como antes, así que tú podrías subir aquí y hablarme de tu día.

Mi enojo se disolvió apenas vi su sonrisa triste y cómo se había molestado en decorar la mesa para que desayunáramos juntos. No servía para enojarme con la gente, excepto con Jackson, él sí sabía cómo hacerme enojar.

—¿Qué te parece la nueva modalidad de estudio?—preguntó mi abuelo una vez que ya estábamos acomodados.

—Muy parecida a la de Natalie—dije entre dientes.

—Siempre estuve de acuerdo con su forma de evaluar y la Junta Directiva lo aprobó sin dudar—respondió—Eres inteligente, será pan comido para ti. Además, lo de Natalie es peor, y si otros pudieron, tú también puedes.

No me atrevía a contarle a mi abuelo lo del trabajo que me ofreció la Junta Directiva inglesa, ni siquiera Natalie lo sabía. Ahora que estaba aquí con él me di cuenta de que podría interpretar que lo estaba traicionando o que sería jugar en su contra. Empezaba a arrepentirme de haber aceptado, tal vez debería haberlo pensado mejor ¿Qué diría mi familia si les dijera que me iré a vivir a Inglaterra?

De todas formas eso era algo que ya venía pensando hacía mucho tiempo, si lo de Jackson y yo continuaba, en algún momento uno de los dos iba a tener que mudarse. Nunca me gustó Nueva York y me enamoré de Inglaterra apenas lo pisé. Con todas las cosas que habían pasado y que siguen sucediendo, no estaba segura de que Jackson y yo tengamos un futuro juntos, él ya ni siquiera me contesta las llamadas y no tengo idea de si está vivo o muerto. Mientras más tiempo pasaba, la lista se achicaba más y mi pánico crecía.

—Abuelo ¿alguna vez te arrepentiste de haber vuelto en vez de quedarte con Natalie?—le pregunté. Ya habíamos acabado el chocolate y ahora él estaba levantando las tazas. Cuando escuchó la pregunta que le hice, dejó las tazas otra vez sobre el escritorio que habíamos usado como mesa y se sentó. Tenía el ceño fruncido y las cejas levantadas—Ya sé sobre tú y Natalie, no podías ocultarlo para siempre, abuelo.
Él asintió con su cabeza y se cruzó de piernas.

—Primero que nada quiero que sepas que yo amé a tu abuela desde que la conocí y le fui fiel hasta el último día de su vida—mi abuela paterna había muerto cuando yo tenía seis años, apenas la recuerdo, pero hasta ahora no había pensado en la posibilidad de que mi abuelo pudiese haber estado engañándola incluso cuando ella estaba enferma—Pero Natalie…¡vaya qué mujer! Con veinte años ya era seria y testaruda—suspiró con una sonrisa—Yo llevaba un tiempo trabajando en Londres y nos tocó una misión juntos. La chica era un genio, pero su carácter…madre santa.

Cada palabra que salía de la boca de mi abuelo me llegaba como un recuerdo, podía imaginar perfectamente la situación.

Había una chica con el cabello castaño rojizo sentada sobre el suelo rodeada de un montón de libros. Era muy bella de cara, pero tenía la expresión seria y dura. Llevaba el pelo atado en una cola alta y usaba flequillo. Con sólo ver su ropa saltaba a la vista que era bastante desaliñada y no se interesaba mucho por su aspecto. Vestía con una remera rallada, unos pantalones acampanados y en sus pies llevaba unas zapatillas desgastadas.

Frente a ella había un chico con el cabello castaño y mirada traviesa. El chico vestía una camiseta blanca ajustada con una chaqueta de cuero marrón y jeans negros ajustados. Su pelo estaba peinado hacia un costado con gel y mordisqueaba la cadena que llevaba colgando al cuello.

El chico también estaba sentado en el suelo, apoyado sobre una biblioteca, y miraba a la chica como si le causara gracia verla pasar las páginas de los libros violentamente, nunca encontrando lo que sea que buscara. Sin embargo, él se veía completamente despreocupado de todo.

—¡Crawford! ¿Podrías al menos ayudar y dejar de mirarme como si te causara gracia?—preguntó la chica enfadada, arrojando el libro que tenía en la mano sobre la pila de libros y levantándose a buscar otro libro de la biblioteca. El chico dejó de mordisquear la cadena, pero ahora la miraba más travieso—¡Necesitamos saber qué es ese veneno y tú sólo te ves preocupado por acomodarte el cabello!—espetó la chica mientras rebuscaba nerviosamente las filas de libros.

El chico se levantó del suelo y se apoyó sobre la biblioteca detrás de él.

—No necesitamos averiguarlo ahora. Es el banquete, nadie estará trabajando esta noche. Podemos buscarlo mañana—dijo el chico indiferente—Y ya deja de llamarme “Crawford” puedes llamarme por mi nombre, Natalie.

La chica se quedó estática por una milésima de segundo, como si el haber escuchado su nombre salir de la boca del chico le hubiese provocado algo.

—Haz lo que quieras Craw…Benjamin—dijo Natalie nerviosamente—Yo no iré al banquete, me quedaré aquí a resolver esto.
Benjamin frunció el ceño, por primera vez en toda la conversación no estaba divirtiéndose.

—¿Me dejarás solo?—preguntó Benjamin, quien se había despegado de su biblioteca para ahora apoyarse sobre la biblioteca que Natalie estaba revisando. Estaba llena de libros sobre plantas venenosas.

Natalie rio sarcásticamente y sacó otro libro para ojearlo.

—Te aseguro que no estarás solo—dijo ella irónica.

Benjamin frunció el ceño y se colocó justo frente a ella.

—¿Cómo es eso?—preguntó.

Natalie, quien seguía pasando páginas rápidamente, hizo un gesto de negación con su cabeza, como si Benjamin le fuese un estorbo.

—Tú siempre estás rodeado de gente. A eso me refiero—respondió seca.

Benjamin asintió con su cabeza y se quedó mirando a la chica con sus ojos oscuros, pensando.

—Uno puede estar rodeado de gente pero sentirse solo—dijo finalmente. Natalie, por primera vez en toda la conversación, levantó la vista de su libro. Lo miró con el ceño fruncido tratando de descifrar lo que dijo.

—Te aseguro que yo no soy la compañía adecuada para una fiesta—dijo ella y volvió a su libro—No me gustan las fiestas y tengo que trabajar.

—Mmmh…tú sabes mucho sobre espionaje pero poco de diversión—dijo Benjamin pensativo—Déjame enseñarte.

Natalie comenzó a reír y apartó a Benjamin para arrojar ese libro a la pila de libros.

—La diversión no se aprende—contestó ella.

—Estás hablando con un maestro—se señaló Benjamin. Natalie rodó los ojos graciosa y se alejó a otra sección de la biblioteca. Benjamin la siguió casi trotando—Está bien, hagamos un trato, si encuentro el nombre del veneno que estamos buscando, me acompañas esta noche.

—¿Y si no lo encuentras qué gano yo?—preguntó Natalie astutamente.

—Además de pasar una aburrida noche en la mohosa biblioteca de la Sede Central leyendo sobre venenos y perderte la posibilidad de ser mi aprendiz, te ganarás un…—rebuscó entre sus bolsillos y sacó un llavero todo oxidado—…un llavero de última generación—sonrió.

Natalie dejó escapar una risilla.

—Está bien—dijo.

Benjamin asintió con su cabeza y se acercó al estante del cual Natalie había estado sacando los libros. Levantó su mano izquierda y haciendo bailar el dedo índice, sacó un libro y se lo acercó a Natalie.

Ella negó con su cabeza obvia y Benjamin señaló el libro con sus ojos, insistiendo en que lo abriera. Ella le hizo caso y quedó desfigurada cuando vio que el veneno que había estado buscando por horas estaba allí, perfectamente detallado con sus efectos y cura.

—Le pasaste por encima unas mil veces—dijo Benjamin—Me corrijo, fueron novecientas ochenta y nueve.

—¿Hace cuánto lo descubriste?—preguntó ella.

—Hace unas dos horas—respondió él indiferente—Te paso a buscar a las ocho—le guiñó el ojo y salió caminando con las manos en los bolsillos de la chaqueta, riéndose silenciosamente.


Mi abuelo terminó de contar la historia, nunca antes había visto esa mirada de felicidad que tenía en su rostro mientras relataba.

—Fue el mejor momento de mi vida—finalizó—Yo tenía familia aquí, mi hermano mayor era un desastre, tenía otro hermano más pequeño y mi mamá sola no podía con los gastos. Le dije a Natalie que viniera conmigo, pero ella no quiso, su vida entera estaba en Londres y no la iba a obligar a dejar todo por mí. No nos separamos en los mejores términos, ella estaba muy enojada conmigo. Años más tarde conocí a tu abuela, me casé con ella y lo tuve a tu padre y a tu tío. Fui feliz.

—Pero nunca superaste a Natalie—dije.
Mi abuelo no respondió. Miraba su escritorio con nostalgia.

—Luego de que tu abuela murió, Natalie estuvo ahí para mí. Habían pasado tantos años que todos los resentimientos se habían esfumado. ¿Qué si me arrepiento de no haberme quedado? Pues no. No te tendría ni a ti ni a tus hermanos y hoy por hoy son lo mejor que tengo.

—Pero ahora ambos están solos—dije desesperada—Ambos podrían haber sido más felices.

—No estamos solos, ella tiene a su familia y yo tengo a la mía. Y tampoco es que seamos unos viejos infelices—repuso mi abuelo—Tú tienes más posibilidades de elección de las que yo tenía, aprovéchalas.

Yo no quería terminar así, pasando la vida con alguien a quien quería mucho, pero a la vez recordando una persona a la que amaba. No quería vivir de un recuerdo.


La Lista de Muerte (2° parte de El Campamento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora