Capítulo 35: La Noche del Juicio

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Jackson y Bill salieron a buscar otro traje de guardia y volvieron a los cinco minutos arrastrando a un hombre semidesnudo.

—Este dio lucha—se quejó Bill sobándose el brazo.

Jackson ya se había colocado el traje y puesto el casco.

Salimos de la oficina de Natalie y cruzamos nuevamente al edificio de la Sede Central. Todo era un revuelo de aquel lado. Habían convertido las oficinas en salas de interrogatorios y tenían a la gente sentada en los pasillos.

—No, por favor, soy inocente—decía un trabajador que salía de una de las oficinas arrastrado por un guardia—¡Yo también estoy en la Lista! ¡No tengo nada que ver con ella! ¡Por favor, tengo hijos!—gritaba mientras lo llevaban por el pasillo.

Volteé hacia él y Jackson me tomó del brazo para detenerme. Podía sentir la desesperación de ese hombre como si fuera la mía.

—No se detengan, no pueden hacer nada por él—susurró Bill.

El resto del camino lo hice con un nudo en la garganta. Estaban matando gente inocente. Tal vez esto es lo que quería el creador de la lista, que nos matáramos entre nosotros hasta que no quedara ninguno. Pero no dejaba de preguntarme por qué. Quien sea que la haya creado, debe odiar mucho este lugar.

Finalmente, llegamos a la puerta de los calabozos. Allí había dos guardias armados en la puerta y comencé a flaquear.

—Yo me encargo—susurró Bill a mi lado.
Caminamos hacia la entrada y allí nos detuvieron los guardias.

—Déjennos pasar, Turner nos envió a buscarla—les dijo Bill.

—Nadie nos notificó nada—dijo uno de los guardias, agarrando el arma con ambas manos—No podemos dejar entrar a cualquiera.

—No es cualquiera, es Alexandra Crawford—saltó Bill.

—Si así fuera, nos hubieran informado—repuso el otro guardia.

Hubo un gran momento de tensión en el que los guardias comenzaron a levantar sus armas y detrás de mí pude escuchar a Jackson sacando su arma también.

—Está bien, no hace falta que levanten sus armas—me apresuré a decir—La llamaré yo misma y le informaré de la situación—dije sacando mi teléfono.

Ni siquiera iba a llamar a Turner, pero sirvió para poner nerviosos a los guardias. Ambos se miraron y uno de ellos asintió con la cabeza.

—Creo que eso no hace falta—dijo el guardia nervioso—Llamaré al calabozo y preguntaré.

El guardia volteó y dio unos pasos hacia atrás y comenzó a hablar a través de un dispositivo enganchado a su muñeca. De vez en cuando volteaba y me miraba mientras decía cosas a su muñeca. Mientras tanto, el otro guardia se mantenía alerta a cualquier indicación que el otro le diera. Finalmente, dio media vuelta y volvió hacia nosotros.

—Sólo la chica puede pasar—informó.
Jackson se mantuvo callado, esperaba que hiciera algo. No quería pasar sola, pero era la única opción que teníamos para poder salvar a Natalie y descubrir quién estaba detrás de la Lista.

Los guardias me abrieron la puerta y entré a paso lento. Volteé a medida que las puertas volvían a cerrarse tras de mí y pude ver a Jackson una última vez. Espero que no se meta en problemas ni lo descubran. Si los encontraban, los llevarían seguro a interrogatorio y dudo que Jackson pueda pasarlo, Turner no confía en él y esta noche no tendría piedad por nadie.

Lo último que escuché fue el ruido de las puertas cerrarse, porque el silencio que reinaba en este lugar llegaba a ser espeluznante. En el ambiente se podía sentir el miedo y la desesperación de las personas que pasaron por este pasillo directo a una celda o peor, directo a su muerte.

—Crawford—llamó una voz suave, pero autoritaria. Al levantar la vista, me encontré con Turner caminando rápidamente hacia mí—¿Dónde estabas?—preguntó enojada.
—Había mucho lío allá abajo, no me dejaban pasar—me expliqué.

—Bueno, no hay tiempo para explicaciones—me cortó—Quiero que estés tú para el interrogatorio de Donelly. Esta noche encontraremos al responsable de todo esto. Si es que ya no lo encontramos…—suspiró y comenzó a caminar rápidamente por el pasillo.

Luego, Turner acercó su rostro a un escáner de ojos y se abrieron las puertas de la prisión. Era totalmente distinta a la prisión de la Sede Central de Nueva York. Mientras que en la otra las paredes eran blancas y las puertas metálicas, aquí había un ambiente algo oscuro y las celdas eran vidriadas.
Aquí dentro ya había más ruido, guardias que iban y venían, o que traían nuevos prisioneros o los sacaban de sus celdas para llevarlos a interrogatorio.

Turner se abrió paso por el pasillo como si se tratara de una pasarela. Los prisioneros la observaban de sus celdas con un notable desprecio, o algunos más valientes, le gritaban insultos u obscenidades.

Miraba las celdas una a una, con miedo de encontrarme con alguien conocido. Pero a la vez tenía la esperanza de que vería a Natalie aquí dentro y sin embargo no había rastros de ella. Debe estar en un lugar aparte, con los demás miembros de la Junta. O tal vez ya los estén interrogando, si es que acaso se van a molestar en interrogarlos antes de mandarlos a la horca.

Casi a mitad de camino, un prisionero se me quedó mirando. Era Patrick y se veía muy abatido. Era la persona a la que menos esperaba encontrarme aquí dentro, de hecho de él me hubiera esperado que se hubiera puesto del lado de Turner.

Patrick se levantó del suelo y se apoyó sobre el vidrio con el ceño fruncido y como tratando de entender lo que sucedía. Susurró algo en sus labios “Jackson” Casi imperceptiblemente, asentí con mi cabeza, dando a entender que su hijo estaba bien.
Luego, comencé a seguir casi a trote a Turner.

Nos metimos a una sala, gris y oscura. Allí estaba Donelly, atado a una silla. Turner tomó asiento frente a él y dos guardias se colocaron detrás de Donelly.

—Ahórrate las entrevistas, Turner, no confesaré nada—dijo Donelly de mala gana.

No parecía tenerle una pizca de miedo a Turner. Ella, al igual que él, mantenía una postura pacífica.

Yo me había quedado cerca de la puerta, no me atrevía a hacer nada sin que Turner me lo dijera. Tenía que cuidarme mucho de no terminar atada a esa silla o el plan se arruinaría.

—Alexandra—llamó Turner aún pacífica—Cuéntanos lo que viste en el anfiteatro.
Donelly levantó la cabeza hacia mí y me encogí.

—Al señor Donelly—murmuré.
—Dilo más fuerte para que te escuche—ordenó Turner.

—Usted estaba allí esa noche, viendo como intentaban asesinar a Jackson—dije en voz alta y dirigiéndome directamente a Donelly—Y luego se escondió entre la gente.

Le tenía miedo a Turner, pero no a Donelly. No sentía ningún respeto por ese hombre, lo repudiaba con todo mi ser, al igual que él a mí y a Jackson.

—¿Qué hacías ahí?—preguntó Turner con voz glacial.

Donelly sonrió irónico y mantuvo el silencio. Uno de los guardias le colocó una bolsa en la cabeza y se la hizo hacia atrás mientras el otro guardia le arrojaba agua en la cara. Donelly comenzó a ahogarse y a hacer ruidos extraños mientras se retorcía en la silla.

Al cabo de unos segundos, le volvieron la cabeza a su posición y le sacaron la bolsa de la cabeza. Donelly comenzó a toser y a escupir agua por la boca y la nariz.

—¿Qué hacías esa noche ahí?—volvió a preguntar Turner, aún más autoritaria.
—¡Salvaste a ese chico cuando sabías que no lo merecía!—gritó Donelly.

Se veía al menos diez años más viejo con todo el pelo y la barba mojados y la respiración tan agitada que parecía que le iba a dar un paro.

—Entonces tú creaste la Lista—levantó la voz Turner.

—Yo no—sonrió Donelly—Yo también estaba ahí.

La cara de Turner palideció. Tenía lógica ¿por qué alguien le pondría precio a su cabeza? Pero considero que Donelly tenía protección de sobra como para preocuparse de que su nombre estuviese en la Lista.

—¿Quién la creó?—preguntó Turner.
—No lo sé.

Otra vez le colocaron la bolsa en la cabeza y comenzaron a tirarle agua.

—Igual moriré, sino es por tu bala, será por el problema respiratorio—contestó Donelly tosiendo—Mátame, me harás un favor—suplicó. Realmente se notaba su sufrimiento, no paraba de toser y de gemir de dolor.

A Turner no le movía un pelo verlo en ese estado. Sólo le mantenía la mirada.

—No te lo haré tan fácil si no me respondes—dijo Turner—Contesta mi pregunta.

Donelly se tomó su tiempo para calmar un poco su respiración y luego respondió.

—Yo la robé, lo admito. Pero no la creé—admitió Donelly. Turner se veía cada vez más confundida. Creo que parecía creerle a Donelly, pues esa mujer parece un detector de mentiras, eso tal vez sea lo que más me asustó de ella al principio—Fue después de que desviaran el dinero de la Sede, con eso le sacaron la fuente de poder a la Lista y no me fue nada difícil robarla.

—¿Con qué dinero la financiaste?—preguntó Turner.

—Con los fondos ocultos de la Junta—sonrió Donelly—Todos sabíamos que usabas ese dinero para hacer tu trabajo sucio ¿por qué no usarlo para el mío?

Mientras que Turner palideció, yo comencé a entender todo. Por eso la Lista había cambiado luego de que se aseguraran los fondos de la Sede, había cambiado de dueño. Y ese nuevo dueño quería fuertemente que me asesinaran.

—¿Por qué yo en la cabeza?—me animé a preguntar. Ambos voltearon hacia mí, como si hubieran olvidado que yo estaba ahí parada. Turner me lanzó una mirada fugaz, pero apuesto a que ella se preguntaba lo mismo.

—Tú misma lo dijiste, esa noche cruzamos miradas—respondió Donelly.

Él no podía dejar que le contara a Turner que lo había visto en El Coliseo, lo cual me convirtió en su principal objetivo. Esa noche en Nueva York asumí que moriría y que no sólo eso, sino que más tarde mi familia también se enteraría que fui violada. No fue así. Sin embargo, los días posteriores a eso, deseaba estar muerta antes que vivir el trauma.

Desearía matar a este hombre ya mismo, con mis manos, me arruinó la vida. Le arruinó la vida a mucha gente. Pero yo nunca creí que nadie mereciera la muerte.

—¿Qué pretendías con esto?—preguntó Turner, continuando con su interrogatorio.
Donelly comenzó a reír dificultosamente debido a la tos.

—Creí que eras una mujer inteligente—dijo Donelly luego de carraspear—Lo que he querido todos estos años: sacarte, a ti y a todos esos inútiles. Vi a la Lista como una gran oportunidad. Comencé a seguir los asesinatos creyendo que eso me llevaría hasta el creador de la Lista. Al final me di por vencido y asumí que la Lista no tenía dueño, era de la Sede—explicó Donelly—Los demás miembros lo ignoran, pero yo sé muy bien lo que haces a nuestras escondidas. Sé lo que hiciste con Darius Henderson. Lo usaste como si fuese un muñeco de trapo y lo abandonaste a su suerte.

—Hice lo necesario para mantener este lugar en pie—respondió Turner más fría que antes—Y así seguirá siendo.
Turner se levantó de su silla y caminó hacia mí. Se detuvo cuando escuchó la voz de Donelly otra vez.

—Tú sólo te preguntas quién creó la Lista ¿no se te ha ocurrido preguntarte por qué lo hizo? Yo sí, todo el tiempo, y ahora sé por qué lo hizo—dijo Donelly con sus últimas fuerzas—Es por ti. Tú, maldita bruja, creaste eso. Esa Lista no es más que un engendro tuyo—gritó.

Turner sacó un arma de adentro de su chaqueta y me la tendió.

—Sabes qué hacer—me dijo.

Me quedé observando el arma sin atreverme a agarrarla. Me estaba pidiendo que matara a un hombre. Por él me arruinaron la vida, por él creí que perdería a Jackson y qué infierno que fue ese, a cuánta gente asesinó este hombre.
Ante la mirada severa de Turner, tomé el arma con la mano temerosa. Si no lo hacía me mataría e iría directo a hacer lo mismo con Natalie y los demás miembros, sólo que ahora no habría nadie que los rescate. Sin ellos, morirían todos.

No podía dejar que mi cobardía arruinara todo.

Me acerqué a Donelly y levanté el arma. Había levantado un arma otras veces, pero nunca con la intención de disparar.

—No lo hagas, no eres asesina—tosió Donelly. En este estado incluso parecía una pobre víctima.

—¡Cállese!—exclamé temblorosa.
Había una lágrima que estaba luchando por caer de mi ojo. No debía mostrarle a ellos que era débil.

—No permitas que te controle—susurró Donelly—Ella tampoco confía en ti. ¡Nadie saldrá de aquí esta noche!—gritó.

Mi nivel de estrés había llegado a un punto que no creía posible. Sentía que la cabeza me iba a explotar y sentía un nudo enorme en la garganta. Si no lo hacía, morirían todos.

Era hora. Jalé el gatillo.



Fue como un espejismo, pude ver a Albert Greenberg cayendo al suelo luego de dispararse él mismo en la cabeza. Entonces no dejaba de preguntarme cómo alguien tenía la valentía como para hacerse eso. Y ahora yo lo hice, pero lo mío era peor, porque se lo hice a alguien más, a alguien enfermo, atado a una silla y que no tenía ninguna ventaja sobre mí.

Creo que tardé un par de minutos en darme cuenta de que el arma estaba vacía. Donelly tenía la cabeza baja y los ojos cerrados. Levantó la cabeza al mismo instante en qué notó que el arma no se disparó.

Al notar que mis dedos seguían jalando el gatillo, tiré el arma sobre la mesa y volteé hacia Turner. ¿Qué era todo esto?
Turner abrió la puerta y me indicó que saliera junto con ella.

—Señora, el arma estaba vacía—dije temblorosa mientras le seguía el paso.
—No tengo ningún interés en que lo mates, y menos frente a mí—contestó ella.

—¿Entonces por qué me hizo tomar el arma?—pregunté casi sonando irritada.
—Para ver si me eras leal.

Eso fue lo único que me dio como respuesta. Mi mente seguía dentro de la habitación. A pesar de que Donelly estaba vivo, sentía una culpa enorme por dentro. Jalé el gatillo, lo hice voluntariamente. ¿Qué pensaría mi familia de mí? Era una persona horrible, hubiera estado el arma cargada o no.

—¿Qué sucederá con Donelly?—pregunté.

—Ya le sacamos toda la información posible—dijo ella y se detuvo—Para ser tu primera prueba, la hiciste muy bien. Eres leal, eso es algo bueno. Y también aprendiste que con hombres así no tienes que tener piedad, te servirá mucho en este trabajo. Alguien que no tiene respeto por la vida no merece vivir.

Dicho esto, continuó caminando por el pasillo. Si esta era la primera prueba, no quería imaginarme las que venían.
Al cabo de unos segundos, se escuchó el tiro detrás de la puerta. Me quedé petrificada.

Donelly había muerto.

La Lista de Muerte (2° parte de El Campamento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora