Capitulo 47

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Era el último día en Acapulco, una mañana perfecta con brisas suaves y cálidas que sonaban melodiosas entre las palmeras. La playa de La Concha estaba repleta de turistas que aprovechaban el sol antes de volver a la rutina de todos los días. Louis llegó a la mesa del desayuno con traje de baño, con su cuerpito atlético tostado y en buena forma. La señora Chiyo avanzaba pesadamente detrás de él.

-He tenido tiempo más que suficiente para digerir lo que comí-Dijo Louis-¿Puedo ir ahora a hacer esquí acuático?

-Louis, recién acabas de comer.

-Tengo un metabolismo muy rápido-Explicó muy serio-Digiero la comida muy rápido-Marinette se rió.

-Muy bien. Que te diviertas.

-Lo haré. Mírame, ¿quieres?-Marinette miró como Louis se dirigía por el muelle a la lancha que lo esperaba. Lo vio conversar seriamente con el conductor y que el muchacho se daba la vuelta para mirar a Marinette. Ella hizo un gesto de asentimiento y el otro conductor y Louis comenzaron a ponerse los esquíes. El motor arrancó y la lancha comenzó a andar y Marinette observó a Louis deslizándose en sus esquíes por el agua.

La señora Chiyo dijo con orgullo:

-Es un atleta por naturaleza, ¿no es cierto?

En ese momento, Louis se volvió para hacer señas a Marinette y perdió el equilibrio, cayendo contra los pilates. Marinette salió volando hacia el muelle. Un instante después vio que la cabeza de Louis aparecía sobre el agua y la miraba sonriendo. Marinette se detuvo con el corazón palpitante, y miró como Louis se volvía a poner los esquíes. La lancha se empezó a mover de nuevo, ganando velocidad para que Louis pudiera ponerse de pie. Otra vez volvió a saludar a Marinette y después siguió deslizándose en la cresta de las olas. Se quedó allí, mirándolo, cu corazón todavía  latía agitado. Si algo le llegara a pasar a Louis... Se preguntó si las otras madres querrían a sus hijos como ella quería al suyo, pero no le pareció posible. Moriría por Louis, podría matar por él. Ya he matado por él, pensó, con la mano de Adrien Agreste,

La señora Chiyo estaba diciéndole:

-Pudo haber sido un golpe muy feo.

-Gracias a Dios no lo fue-Louis estuvo en el agua una hora. Cuando la lancha se dirigió al muelle, dejó caer las sogas y siguió esquiando graciosamente hasta la arena. Corrió hasta donde estaba Marinette lleno de excitación.

-Deberías haber visto el accidente, mami. ¡Fue increíble! Un gran velero se hundió y nosotros paramos y los salvamos.

-Eso es una maravilla, hijo ¿Cuántas vidas salvaron?

-Había seis personas.

-¿Y los sacaron del agua?-Louis vaciló.

-Bueno, no exactamente. Ellos ya estaban sentados en el costado del barco. Pero probablemente se hubieran muerto si nadie aparecía para salvarlos-Marinette se contuvo para no reírse.

-Ya veo. Tuvieron mucha suerte de que ustedes llegaran, ¿no es cierto?

-Creo que sí.

-¿Te lastimaste cuando te caíste, querido?

-Por supuesto que no-Mostró la parte de atrás de su cabeza-Tengo un pequeño chichón.

-Déjame tocarlo.

-¿Para qué? Si ya sabes como es un chichón-Marinette pasó suavemente la mano por la parte de atrás de la cabeza de Louis. Sus dedos encontraron un gran chichón.

-Es más grande que un huevo, Louis.

-No es nada-Marinette se puso de pie.

-Creo que es mejor que volvamos al hotel.

-¿No nos podemos quedar un ratito más?

-Me temo que no. Tenemos que hacer las maletas. ¿No querrás perderte tu partido de pelota del sábado, no?-Louis suspiró.

-No. Terry Waters está esperando para ocupar mi puesto.

-No tienes posibilidad. Batea como una nena-Louis asintió presumido.

-¿Es así, no?

Cuando llegaron a Las Brisas, Marinette telefoneó al conserje y le pidió que mandara un médico a la habitación. Treinta minutos más tarde llegó un médico, un solemne mexicano de mediana edad, con un traje blanco pasado de moda. Marinette lo hizo pasar al bungalow.

-¿En que puedo servirla?-Preguntó el doctor Raúl Mendoza.

-Mi hijo tuvo una caída esta mañana. Tiene un feo chichón en la cabeza. Quiero estar segura de que no es nada-Marinette lo llevó al cuarto de Louis, donde este hacia su maleta-Louis, este es el doctor Mendoza.

Louis levantó la vista y preguntó:

-¿Alguien está enfermo?

-No. Nadie está enfermo, mi querido. Solo quiero que el doctor te vea la cabeza.

-¡Oh, por Dios, mami! ¿Qué pasa con mi cabeza?

-Nada. Pero me voy a sentir mejor si te revisa. ¿Hazme el gusto, quieres?

-¡Mujeres!-Dijo Louis. Miró al doctor con desconfianza-¿No me irá a clavar ninguna aguja, no?

-No, señor. Soy un doctor que no hace doler.

-Esa es la clase que a mí me gusta.

-Por favor, siéntese-Louis se sentó al borde de la cama y el doctor Mendoza hizo correr los dedos por la parte de atrás de la cabeza de Louis. Louis se estremeció de dolor pero no gritó. El médico abrió su maletín y sacó un oftalmoscopio-Abra grande los ojos, por favor-Louis obedeció. El doctor Mendoza lo observó con el instrumento.

-¿Ve alguna chica desnuda bailando allí?

-¡Louis!

-Solo preguntaba-El doctor Mendoza, examinó el otro ojo de Louis.

-Está a cero kilómetros.

-Esa es una frase del slang no?-Se puso de pie y cerró su maletín.

-Póngale hielo en el lugar. Mañana el muchacho estára perfectamente bien-Fue como si le sacaran una piedra del corazón.

-Muchas gracias-Dijo Marinette.

-Arreglaré mis honorarios con el cajero del hotel, señora. Adiós jovencito.

-Adiós, doctor Mendoza-Cuando el doctor Mendoza se fue, Louis se volvió hacia su madre.

-Te gusta tirar el dinero, mami.

-Lo sé. Me gusta gastarlo en cosas como tu comida, tu salud...

-Soy el hombre más fuerte de todo el equipo.

-Sigue así-Sonrió.

-Te lo prometo-Tomaron el avión de las seis de las tarde y estuvieron de vuelta en Sands Points esa noche, tarde. Louis durmió todo el camino a casa.

La venganza de los ángeles (+18) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora