42. (coming back.)

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Cuatro semanas.

Cuatro semanas, com-ple-tas.

Cuatro semanas habían pasado desde la última vez que Juliana había visto a Valentina, cuatro semanas del mismo cuento de las dos amigas, cuatro semanas desde que Valentina había abandonado el proyecto donde se suponía trabajarían juntas.

Malcriada.

Engreída.

Poco profesional.

Asustada.

Abrumada.

De esa forma y así enlistadas iba cada una de las cosas que Juliana llegaba a pensar sobre Valentina... al final de cada cosa que pensaba se daba cuenta que de todo por lo que ella, –es decir Valentina– pasaba tenía por supuesto un culpable, y Liza, Irina, Vida o Eva no eran... ella sabía que sí, en efecto, se trataba de ella misma, la culpa la tenía ella y nadie más, independientemente de que fuera esto de forma directa o indirecta.

Durante todo este tiempo que había pasado, nada le caía bien. Si hacía bien su trabajo, ahora con un equipo nuevo, era por su profesionalismo y el amor – que aún – le tenía a lo que se dedicaba. Aun así, el subconsciente la forzaba a buscar por quién no estaba dentro de la sesión de días antes, la obligaba a mirar a la puerta entre fittings, esperando que de forma mágica Valentina pudiera aparecer, pero jamás lo hacía.

Entonces, así se sentía ¿no?

La mayoría de las noches en las que pasaba preguntándose dónde estaba el antiguo y por siempre amor de su vida, las noches terminaban por llenársele de inestabilidad emocional, a eso sumarle el clima impredecible de la gran manzana, y las decenas, cientos, o quizá miles de interrogantes que amenazaban la poca paciencia que quedaba en Juliana. Que de por sí... mucha no tenía.

Ni Eva, ni Liza, mucho menos Irina habían dicho una sola palabra... Juliana había llegado hasta creer que en verdad no tenían idea de donde Valentina estaba, raro, pero ya no sabía que creer.

"Es que debimos haberlo visto venir, estaba clarísimo, y conociéndola... y lo rara..."

Eso había sido lo último que escuchó de Irina, que se mostraba muy segura, hoy estaba completamente segura de que sí, Valentina estaba bien, pero nadie sabía exactamente dónde estaba.

¿O ella era la única?

Habían pasado cinco semanas, cinco... desde la última vez que escuchó la voz que todavía le provocaba tanto, semanas en las que no sabía cómo iba todo, ni cómo estaba ella. Y por qué era esto, se preguntarán, bueno, por el simple y tan sencillo hecho de que Valentina era Valentina y no había mucho para explicar después; si a la niña algo se le metía al cerebro se quedaba ahí hasta el final, hasta cumplirlo.

Con esto que había pasado no era la excepción. Valentina había desaparecido y a Juliana no le quedaban más uñas en las manos para morderse  distrayéndose de la preocupación.

Esta vez no era la presión del trabajo lo que la estaba asfixiando era la ausencia de Valentina y lo limitada que estaba, pues era obvio que no podía darse el lujo de llamarla, de ir a verla, de buscarla. Lo que era peor era que las tres fuentes confiables de información que tenía no la habían contactado hace más de tres días.

¿Se lo merecía?

Era cruel decirlo así, pero lo había llegado a pensar. Después de la incertidumbre, la tristeza y el arrepentimiento, una noche de miércoles una llamada entrante al teléfono de Juliana le curó la herida sangrante del alma.

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