Capítulo 6

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Las horas se me han pasado lentísimas. Estoy entrando en mi habitación ante la atenta mirada de muchos sirvientes y guardias reales que bajan la vista pero que estoy segura de que me observan con toda su atención. El encuentro con Kievan ha hecho que olvide casi por completo al joven príncipe al que le he pegado un puñetazo. ¡Ay Dios Malbak! Aún sigo sin asimilar que le pegase un puñetazo, pero su comentario también estuvo totalmente fuera de lugar. Y su actitud. Todo en él estaba mal. Para él tan sólo soy un objeto. Aún me duele el dedo gordo del golpe que le dí, y una parte de mi se alegra de ello. Ojalá que a él le haya dolido la mitad que a mi. Al menos, estoy segura de que he herido su ego.

Prefiero no pensar en nada más salvo en que mi padre subirá probablemente las escaleras que conducen a mi habitación en cuestión de unos minutos. En cuanto que se entere de que he regresado. Él nunca ha empleado el castigo físico conmigo, pero estoy segura de que sus gritos van a escucharse por todo el palacio. Lo espero paciente sentada en la cama y me relaja que los guardias me asegurasen nada más entrar que el príncipe Harald salió de palacio hace ya unas dos horas.

Unos pasos resuenan tan fuertes y rápidos por el pasillo que me hacen estar convencida de que se trata de mi padre.

—¡Henna Danáe Darkstone!

Cuando los padres dicen los nombres completos, las cosas suelen ir mal. Espero paciente a que entre y me lo encuentro con el rostro crispado por la rabia.

—¡¿Sabes la deshonra que has causado en esta casa?!

No respondo y me muerdo la lengua hasta lo que creo que son cuarenta minutos más tarde, cuando por fin se calma y deja de gritarme. Ahora es cuando suele ponerse en modo padre preocupado.

—No sé qué voy a hacer contigo. De verdad, parece que no tienes remedio ni creo que vayas a tenerlo nunca.

Eso último es nuevo. Eso de que no voy a tener nunca remedio. Y vaya, me duelen sus palabras. Es como si estuviese rindiéndose conmigo. Debería de enfadarme, pero creo que ya se lo he hecho pasar lo bastantemente mal y adoro a mi padre con toda mi alma.

—Lo siento, padre. —le digo acercándome a él y abrazándolo.

Él suspira pero acaba por devolverme el abrazo.

—Estoy muy decepcionado, pensaba que a este pretendiente ibas a decirle que sí. Jamás pensé que fueses a humillarlo.

Quizá debería de contarle lo que el príncipe me dijo antes de que le pegase, pero con el buen corazón que tiene mi padre estoy convencida de que tan sólo servirá para enfadarlo aún más. Además, mi padre ya es un hombre mayor y no quiero causarle más disgustos ni más preocupaciones. Asiento en su pecho y lo aprieto con más fuerza.

Él me da una palmada en la espalda indicándome que me aleje y así lo hago. Nos quedamos mirándonos y acaba por suspirar, exasperado.

—Prométeme que a tu próximo pretendiente al menos vas a darle la oportunidad de conocerlo. No puedo evadir más a las demás casas reales. Si fuese por ellos te habrías casado con quince años y ya tendrías a dos o tres pequeños corriendo a tu alrededor.

Trago saliva. Sé que muchas otras princesas han corrido esa misma suerte. Un escalofrío me recorre al pensar en abandonar a mi padre y en tener hijos con alguien que tan sólo me ve como eso, un artefacto reproductivo.

—Dime hija mía, ¿acaso no quieres darme nietos?

La pregunta no me pilla por sorpresa, pero aún así abro los ojos como platos. Sabía que mi padre llevaba tiempo preguntándose eso, y que sus deseos de ampliar nuestra pequeña familia son enormes, y que sería el mejor abuelo del mundo y vendría a verme muchísimas veces. Y sí, en los años que corren por culpa de la presión de la sociedad son raras las mujeres que no quieren tener hijos, y al igual que las mujeres solteras, las hay y sufren en sus carnes el repudio de la sociedad. Hay veces que me gustaría vivir sola en una de las dos lunas del cielo.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora