Capítulo 20.2

15.6K 1.7K 216
                                    


Mi respuesta es tan rotunda que siento como sus hombros se tensan. Sus manos me agarran con fuerza las piernas, para que no me caiga. A pesar de que me está tocando a través de mi vestido, no puedo evitar sentir una pequeña descarga ahí donde sus manos están posadas, dominantes y posesivas.

—Pues entonces, mantén la boca cerrada —gruñe cuando soy capaz de atisbar que el sol se está poniendo en el cielo.

Está anocheciendo. Una prueba más de que desde luego no hemos pasado la noche durante el camino y que hemos llegado aquí en muy poco tiempo en consideración con el que tardamos en llegar a su castillo. Quizá la otra vez se dedicase a dar vueltas y más vueltas en círculos para desconcertarme. Todo puede ser cuando se trata de Kievan Hunter.

De pronto, el suelo se separa de nosotros y me doy cuenta de que está trepando. Vale, está trepando conmigo encima y con una elegancia y práctica difícil de igualar. Ahora tan sólo me sujeta con una mano y con la otra se apoya en la muralla para seguir escalando. Aturdida, me doy cuenta de que no temo caerme, sino que lo pillen subiendo. ¿Por qué no me da miedo caerme? ¿Cómo puedo confiar tanto en él?

No es hasta que hemos vuelto a estar en el suelo y noto como tira de mi para dejarme libre, aunque aún atada, cuando cierro los ojos. No quiero encontrarme con los suyos, y de hecho, no quiero ver lo que se supone que tengo que ver.

—Abre los ojos —me pide.

—Deberías de aclararte —le respondo obedeciendo y escuchándolo gruñir.

Estamos en la ventana que da a uno de los salones reales, el mismo donde rechacé a demasiados pretendientes y donde ahora están cenando la princesa Liza y el príncipe Bruno. No puede ser. No.puede.ser. Mi mundo se cae a pedazos al comprobar que lo que Kievan me ha dicho es cierto. Miles de teorías se forman en mi cabeza con rapidez. ¿Y si todo esto no es más que un montaje? ¿Y si Kievan les ha ordenado hacer algo así? No puede ser. Los ojos se me llenan de lágrimas al ver a otros en lo que hasta hace unas horas era mío. Mi hogar. La sensación de pérdida se hace aún mayor. Sobre todo, cuando Bruno está sentado en el lugar que siempre ha ocupado mi padre. Tiemblo, y noto la mirada preocupada de Kievan ante mi. Su mano limpia mis mejillas y lo observo, totalmente rota por dentro.

—Mi padre...

Él parece afligido por primera vez, y eso basta para que me quede mirando mientras él sigue limpiando las lágrimas que no paran de nacer en mis ojos. La imagen de un tipo tan rudo como él haciendo algo tan tierno me habría impactado en cualquier otro momento, no obstante, ahora tengo algo martilleándome la cabeza por las ansias de conocer la respuesta a mi pregunta.

—Aún no sabemos nada.

Desvío la mirada y hago un movimiento brusco para que aleje su mano de mi cara. En esta ocasión, en lugar de rechazado se muestra comprensivo. La princesa Liza y el príncipe Bruno parecen felices juntos, ajenos a todo el dolor que me han causado. En cierto modo, quizá ni tan siquiera sean conscientes de él.

—Quiero matarlos –suelto, sin pensar, sin ni tan siquiera saber si en realidad yo sería capaz de matar a alguien.

Espero burla por parte de Kievan, pero encuentro algo bien distinto.

—Yo también.

Giro la cabeza hacia él y lo veo mordiéndose los labios en lo que puedo jurar que es el gesto más humano que he visto en él, como si de verdad le importase. Jamás haría esto en otro momento de mi vida. No es correcto. No es típico de mi. Mi cuerpo se mueve solo, y de pronto me encuentro dejándome caer en él y llorando en silencio, buscando su cobijo. Kievan parece no esperarse ese gesto, porque tarda unos segundos en envolverme con sus brazos, pero cuando lo hace, siento que mi dolor es un poco más pequeño y como incluso parece comenzar a desaparecer. ¿Cómo pueden sanarme sus abrazos? ¿Acaso es un hechicero de esos que salían en los cuentos que mi madre me leía de pequeña? Esto sigue sin parecerme normal, pero aún así, necesitada de que mis heridas sanen, de que el fuerte dolor que palpita en mi interior cese, me pego un poco más a él.

—¿Los matarías por mi?

No me hace falta mirarlo para saber que está asintiendo.

—Lo haría ahora mismo si me lo pidieses.

Me separo de él aún con los ojos mojados y lo observo.

—¿Bromeas?

Él niega con la cabeza. Me mira a través de sus largas pestañas.

—¿Por qué harías algo así? –inquiero.

Su sinceridad es apabullante pero no tanto como la expresión seria y noble de su rostro.

—Porque ya te he dicho que eres mía, y eso convierte tu dolor en mi dolor.

La respuesta me enfada tanto que le doy un manotazo.

—No soy tuya, y bajo ningún concepto puedes sentir mi dolor.

Aunque quizá si que pueda aminorarlo con su magia. Si de verdad existiesen los hechiceros, él podría ser uno con lo enigmático que es. ¿Cómo si no puedo explicar que la desesperación en mi pecho se vuelva más pequeña? No hay ninguna explicación, pero la parte lógica de mi ser me dice que es imposible que los hechiceros existan. Que son solo eso, cuentos infantiles, nada más. Como los de las leyendas que también hablaban de monstruos que se comían a los humanos. Todo eso es producto de la imaginación de una persona y del miedo y la histeria colectiva de la población. Los monstruos no existen. Los hechiceros tampoco. Nada de eso es real. No puede serlo. Estoy sumamente confundida porque no entiendo nada. Kievan no es un hombre normal, eso es lo único que tengo claro. Ni el ni los que lo siguen lo son.

El susodicho me mira como si yo no me hubiese dado cuenta de algo, pero no dice palabra. Parece querer darme unos momentos para asimilar esto.

—Aún así no quiero que los mates —noto la garganta picarme al decirlo, aunque ignoro la sensación—. Probablemente ellos no tengan la culpa de lo que ha pasado aquí, sino sus padres o sus hermanos mayores, y de todas formas, son demasiados para ti.

Y no quiero que le hagan daño. Es extraño, pero es cierto. No quiero que le hagan daño por tratar de ayudarme. Ahora no sé que creer. No entiendo nada de lo que ocurre. Lo observo, sin saber cómo se va a tomar eso último porque sé que es muy fácil herir el ego de los hombres, pero en lugar de enfado, soy capaz de ver como sus ojos rudos muestran cierto cariño hacia mi que no estaba ahí antes. Asiente con la cabeza y una parte de mi quiere que me abrace de nuevo. La otra se mantiene quieta, impasible mientras los ojos de Kievan adquieren su rudeza salvaje y habitual.

—Será mejor que nos vayamos entonces.

Miro por última vez el salón de palacio y me doy cuenta horrorizada que los estandartes reales de mi familia han desaparecido y ahora en su lugar se encuentran los de las casas Northem y Haakon. Bufo afligida, y asiento mientras noto como Kievan tira de mi. Y sigo haciéndolo hasta que recuerdo algo.

—Kievan...

Él se gira hacia mi. Creo que es la primera vez que lo llamo por su nombre con tanta necesidad. Su altura vuelve a intimidarme cuando da dos pasos hacia mi, inquisitivo. 

Sigo subiendo! <3

Ig: sarahmeywriter

Fb: sarah mey libros


HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora