Capítulo 27.1

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Al día siguiente me levanto con dolor de cabeza y sobresaltada. Kievan está apoyado en el marco de la puerta y su presencia me pone nerviosa nada más abrir los ojos.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí?

Él ladea los labios en algo que a mí me parece una mueca de perversa diversión. Disfruta haciéndome sentir expuesta. Maldito sea él, y la sensación de caer en un pozo profundo cuando miro sus penetrantes ojos negros.

—¿No se supone que lo primero que debería de salir de la boca de una dama recién levantada es un buenos días?

Me arde la sangre nada más oírlo. Lo fulmino con la mirada y me tapo con las mantas al tiempo que trato de peinarme con los dedos. Odio sentir que no estoy preparada para verlo y que él esté tan perfecto delante de mí.

—¿No se supone que un rey tiene asuntos que atender desde bien entrada la mañana?

Él parece enfadarse y entrecierra un poco los ojos, pero puedo ver que la situación le parece divertida.

—Buenos días, princesa Henna. Tan sólo venía a ver si todo estaba a tu gusto.

Me resulta extraño que cambie de tema de la misma forma en la que yo suelo hacerlo cuando veo venir una situación complicada. Sin embargo, yo acabo de despertarme y siento el enfado en mis venas.

—Buenos días —le respondo siguiendo su cambio de tema y de actitud—. Todo está lo más a gusto posible teniendo en cuenta el minúsculo detalle de que estoy aquí en contra de mi voluntad.

Hago énfasis en minúsculo. Kievan farfulla algo por lo bajo y parece que mis palabras acaban de irritarlo. Lo veo pasarse una mano por su cabello, brillante y fuerte. Espero burla o algún comentario cruel por su parte, y en cambio, sigue tratando de ser amable, lo cual me resulta extraño.

—¿Cómo puedo hacer tu estancia aquí más agradable?

—No puedes.

Él coloca dos dedos en el puente de su nariz y suelta el aire por la boca. Yo aprieto los labios.

—Con esa actitud, seguro que no.

—¿Qué otra actitud debería de tener?

Kievan dibuja una media sonrisa que como todo en él, dura poco.

—A alguien no le sientan bien las mañanas.

No puedo negar eso, así que me mantengo callada y mirándolo de mala gana. Él observa la habitación y el libro que yo ya he terminado. El que él robó en algún momento de mi antigua habitación. Ojalá deje de sentir una punzada en el pecho cada vez que recuerdo ese hogar que ya no es mío.

—Dime algo que pueda hacer para hacer tu estancia aquí más agradable. Algo que te guste. Cualquier pasatiempo que hicieses en tu castillo.

Por un instante, me planteo si realmente quiere hacer que me sienta mejor o hacerme ver que el que manda aquí es él.

—¿Cualquier cosa?

—Lo que sea.

Parece sincero. Miro hacia delante y suspiro. En mi castillo hacía muchísimas cosas, pero hay algo que extraño por encima de todo y que llevaba un tiempo sin hacer. Sombra, mi yegua, murió hace unos meses, y no me he atrevido a montar en ningún otro caballo desde entonces. No es algo para lo que aún me sienta preparada, porque no sé si podré querer a otro animal como la quería a ella, pero quizá decir esa verdad me de una posibilidad de huir de aquí. Tal vez con la velocidad que puede proporcionarme un animal tenga una oportunidad.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora