Capítulo 8

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—Mi señora...

—Es una orden.

El guardia hace lo que le pido y me observa como si fuese una niña de tres años. Disgustada, con un movimiento rápido le quito las llaves de las manos.

—¿Todos ellos están esposados y encarcelados, cierto?

—Sí, su majestad.

No lo miro. Las paredes grisáceas y de ladrillo mojado por la humedad captan toda mi atención ahora. Las mazmorras tienen forma de túnel y no es precisamente un lugar agradable.

—Quedaos aquí.

—Mi señora, es peligroso que...

—Aquí, quietos. —siseo.

No me doy tiempo para pensarlo dos veces y avanzo hacia el interior de las mazmorras. Nada más poner un pie dentro el olor a abandono, humedad y sangre me pone los vellos de punta. Los candelabros encendidos por las paredes me permiten ver sin dificultad y para mi disgusto veo una trate pasar justo a mi lado. Una trate es un tipo de roedor que se alimenta de los hongos de las paredes de lugares abandonados. Es como una especie de ratón, pero del tamaño de la cabeza de un caballo con patas diminutas y fibradas. Contengo el aliento sin querer gritar y la observo irse después de mirarme con sus diminutos ojos y su nariz puntiaguda. Incluso el sonido de sus patas suena fuerte en este lugar.

Avanzo hacia la última celda, donde puedo apreciar que cinco hombres se incorporan, alertas ante mi llegada y sin apenas poder moverse por las cadenas que tienen tanto en pies como en manos. Abro la celda y me cuelo dentro. Ni yo misma sabía que podía llegar a ser tan estúpida y tan temeraria, pero los cinco hombres están esposados y no pueden moverse así que tengo la tranquilidad de que no pueden ni tan siquiera tocarme.

Me detengo unos instantes, quieta ante ellos y cojo una bocanada de aire cargado. El calor que hace en este lugar es abrumador.

—No deberías de estar aquí. —me espeta Kievan, y por primera vez, aparte de con desprecio me habla con enfado.

Con mucho enfado. ¿En serio que le molesta que esté en las mazmorras de mi propio castillo? El pensar esto me enfurece. ¿Por qué se cree ni tan siquiera capaz de decirme lo que tengo y lo que no tengo que hacer?

—¿Eres tú quien va a prohibírmelo? —lo reto porque si él quiere ser un cretino yo también puedo serlo.

Sus ojos pasean por todo mi cuerpo con descaro y agresividad.

—Quizá soy yo el que deba enseñarte lo que significa tener algo de sentido del peligro. —responde con avidez.

Hay amenaza en su voz, pero no me acobardo y doy un paso hacia él, haciéndole ver que me da exactamente igual lo que diga porque basta con que llame a los guardias para que le den otra paliza como la que estoy segura de que le han dado. Tiene sangre en su rostro y un ojo algo hinchado. Su espalda está llena de latigazos y una parte de mi siente una punzada de compasión. Es exactamente en el momento en el que siento eso cuando veo algo extraño en sus ojos. En esta ocasión no sé descifrar que es, y de hecho, incluso me olvido de por qué diablos he venido aquí.

—¿Por qué habéis querido atacar el palacio?

Por unos instantes parece que mi pregunta lo turba. Quizá se esperase una respuesta a su provocación, pero de nuevo, vuelvo a dejarlo con las ganas. Desconcertado. Sé que es así como se siente. Y me siento muy poderosa al hacer que se sienta así. Desde mi punto de vista, el desconcierto y el silencio son siempre las mejores opciones ante una provocación, al menos, hasta que no tenga otra salida que encararlo.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora