Capítulo 40.1

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—Harald. Harald fue el responsable de ese ataque y fue el que entró para pactar con Gadimit.

Kievan dice esa frase antes de salir de la estancia y de decirme que volverá cuanto antes. Ese cuanto antes se convierte en dos días desesperantes en los que trato de buscar información en cualquiera de sus amigos, pero ninguno me dice nada porque en esta ocasión saben tan poco como yo.

No es hasta que vuelvo a verlo, en la hora del almuerzo, cuando le pido hablar a solas con él para decirle algo en lo que he caído con rabia hace muy poco tiempo.

—El dinero...

Kievan me observa sin ser capaz de seguir el curso de mis pensamientos.

—El dinero que le das a Harald a cambio de mantener a Bianca viva. Él está usando ese dinero para crear alianzas. Quiso crear una con mi padre. Quiso comprar mi mano con ese dinero.

Veo como su rostro se crispa en una mueca de rabia fría y como se dirige hacia Ethan, a quien ataca preso de la ira. Ethan parece estar esperándolo y ambos se enzarzan en una pelea cuerpo a cuerpo en la que por un instante no tengo muy claro quién va a ganar.

—¿Por qué están peleando?

Walter se coloca a mi lado y ladea los labios, observando como ambos trasladan la pelea al jardín.

—Kievan necesita relajarse, y Ethan es uno de los mejores guerreros de nuestro reino.

Anonadada, los sigo para darme cuenta de que no tardan en desenvainar dos espadas y en hacer que el sonido metálico de su choque inunde mis oídos. La brutalidad con la que pelean me hace temblar. Yo no duraría ni dos segundos en una pelea como esa. Sus movimientos son rápidos, tanto que a veces no soy capaz de verlos. Caóticos, poderosos, primitivos. Luchan durante casi media hora, hasta que Ethan ruge tras una estocada y su cuerpo de guerrero se convierte en el de un licántropo. Kievan lo imita y al unísono se lanzan el uno contra el otro. Los veo rodar y morderse y por un instante me planteo intervenir, pero la mano de Bruce, que no sé cuándo diablos ha llegado a mi lado, me detiene y me indica que esperemos en uno de los salones, donde se va a servir el almuerzo.

Me aliso el traje rojo cuando Bruce me pide que me tranquilice, que tan sólo se están desahogando, pero no puedo evitar sentirme culpable de cómo ha reaccionado Kievan.

—No es tu culpa —me dice afable Walter.

—Están peleando por...

—Porque necesitan desahogarse. Los dos —prosigue él, poniéndome una mano en el hombro antes de alejarse a la mesa para servirme una copa de vino.

—Eres muy amable.

Y no soy yo la que habla, sino Bruce, que se ha quedado esperando que Walter le ofrezca una copa de vino a él.

—Un placer —sonríe Walter con algo de sorna mientras ve como Bruce se sirve su propia copa.

Los sirvientes no tardan en llegar y en colocar los cubiertos. Aria está entre ellos en esta ocasión, y no se me pasa por alto que después de hacerme una ligera reverencia sus ojos pasan a Walter, quien se tensa un poco cuando ella desvía la mirada, algo nerviosa. Oh, Dioses... ¿hay algo entre estos dos?

Walter casi se atraganta con el vino y me mira con los ojos muy abiertos. Aria hace lo mismo, y para mi sorpresa, ambos se retiran con las mejillas coloradas. Miro a Bruce con la boca abierta y lo veo con una sonrisa radiante. Estoy a punto de preguntar cuando él niega con la cabeza.

—Mejor que no lo hagas.

Pasa un rato más hasta que Ethan llega al salón, recién duchado y con el pelo aún un poco mojado. Kievan no tarda en seguirlo, también con alguna gota de agua recorriéndole, pero con el mismo aspecto que hace que cualquiera que lo vea contenga el aliento. La oscuridad parece bailar a su alrededor ahora más que nunca. Es el señor de los lobos. El señor de la noche. Y cuando posa sus ojos en mi, siento que estoy a punto de desfallecer.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora