Capítulo 13

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CAPÍTULO TRECE

El sonido de mi corazón retumba en mi cabeza con tanta fuerza que me duele. Aprieto los ojos antes de abrirlos, deseando que el molesto sonido de mis recuerdos no haya sido nada más que una pesadilla. Permanezco consciente y con los párpados aún cerrados. Me da miedo despegar las pestañas y comprobar dónde estoy.

Me despierto temblando en una cama y lo primero que hago es llevarme una mano a mi intimidad, temiendo porque me hayan arrebatado mi honra. ¿Cómo he podido dormirme en una situación así? Fue el sonido del corazón de Kievan el que me tranquilizó. Y su voz diciéndome que todo iba a ir bien a lo largo del camino aunque no hubiese parado de llorar. Incluso el dolor en mi pecho se hizo más pequeño en un momento dado debido al cansancio.

Desesperada, me toco mi sexo con cuidado y noto como mis hombros se ponen tensos al hacerlo. No parece dolerme y no hay sangre en las sábanas así que dentro de todo el nerviosismo que me corroe por dentro, puedo suspirar algo más tranquila.

—Ya era hora de que te despertases.

Pego una exclamación ahogada al verlo sentado en un sillón en color marrón y me encojo todo lo que puedo para quedar lo más lejos posible a él. En otra situación habría corrido, pero aún me tiembla todo el cuerpo lo suficiente como para que me caiga de bruces nada más poner un pie fuera de la cama. Estoy en una habitación extraña, con sábanas blancas, una cama bastante grande, un sillón, un armario en color marrón oscuro, una mesita de noche, varias alfombras, una ventana mediana y una chimenea encendida. En la pared, al lado de la puerta hay una especie de cristal verde, del tamaño de un puño cerrado, a modo de adorno. La cama no tiene ningún cabecero y la parte más absurda de mi piensa en lo fea que queda una cama así.

Mis ojos enfocan a Kievan. Ya no va medio desnudo sino que lleva ropa que estoy segura de que ha robado porque de mínimo pertenecen a la realeza por la calidad que poseen. El recuerdo de su fuerte piel desnuda y de su corazón camino a donde quiera que estemos inunda mis sentidos durante un instante. Me quedo mirándolo embelesada y aterrada al mismo tiempo. Él sigue observándome con la misma preocupación con la que me abrazó hace unas horas cuando iba a caballo y yo no podía dejar de llorar. Mis ojos amenazan con volver a romper en llanto al recordar todo lo que ha pasado.

—Mi padre...

En esas dos palabras mi voz se ha quebrado dos veces. Él niega con la cabeza.

—¿Te importa más la suerte que ha corrido él que la que puedas correr tú?

Asiento con la cabeza y noto como los ojos se me llenan de lágrimas. Odio llorar cada vez que tengo miedo. Me siento impotente. Me tapo la cara con las manos porque no quiero que me vea llorar y contengo el aliento alejándome más aún si puedo cuando lo siento a mi lado. De nuevo ha vuelto a moverse con sigilo.

—No me toques —logro decir entre sollozos.

Lo escucho respirar algo exasperado y lo fulmino con la mirada.

—Debería de disciplinarte por hablarme así. De hecho, aún recuerdo esa palabra que me dirigiste justo antes de desmayarte.

Lo miro con auténtico horror, pero en lugar de llorar con más fuerza, me seco las lágrimas y le mantengo la mirada. Es fácil mantener la compostura cuando puedes controlar una situación, y yo, gracias a la protección que me ha dado siempre mi guardia real, he sabido mantenerla y controlar situaciones que a cualquier otra mujer le habría costado, pero en esta ocasión estoy yo sola contra este hombre. ¿Cómo se supone que puedo manejar esto? ¿Cómo después de todo lo que acaba de ocurrir? Nos han atacado y estoy a solas con él. ¡Por Malbak!

Kievan vuelve a estar tan cerca de mi que ahora, aún a la luz de las velas y las antorchas, puedo contemplar la belleza tan devastadora que posee. Maldición, en cualquier otra situación habría tratado de ser resolutiva, pero ahora mismo es como si estuviese en shock.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora