Capítulo 20.1

16K 1.7K 137
                                    


Tan solo noto velocidad a mi alrededor. Todo se mueve deprisa y mi cuerpo reacciona queriendo despertarse, pero lo que quiera que me hayan dado para dormirme hace bien su trabajo. Lucho por despertarme de las sombras, por atisbar algo de luz que me haga encontrar el camino, aunque tan sólo soy capaz de gruñir y maldecir.

Noto el cuerpo tan pesado y frágil que por un instante pienso que voy a romperme. Escucho voces difusas, a pesar de que no soy capaz de entender ni una palabra. Y sigo así durante lo que me parecen horas, hasta que escucho con claridad la voz de Kievan, pero a diferencia de la del resto que entra por mis oídos, la suya la escucho en mi mente, y a partes iguales, me aterra y me calma.

Tranquila, pequeña. Tan sólo tienes que aguantar un poco más.

Y tan rápido como llega se desvanece. Me quedo un buen rato más sumida en las sombras, sin poder mover mi cuerpo hasta que por fin noto un líquido en mis labios. Trago, con la esperanza de que esto me ayude, y poco a poco, voy volviendo a la realidad. Lo primero que veo nada más abrir los ojos es la mirada preocupada de Kievan.

—¿Te duele la cabeza?

¡Por el Dios Alerum! No me había dado cuenta de cuantísimo me duele hasta que lo he escuchado. Su voz parece retumbar por toda mi cabeza y torturarme lentamente.

—Cállate.

Él abre los ojos sorprendido y yo me llevo ambas manos a la sien. Mi cabeza va a explotar de un momento a otro. Lo que quiera que haya dentro va a salir disparado y voy a llenarlo todo con mi cerebro. Ojalá que le impacte a Kievan en la cara. Maldito Kievan.

—Se te pasará —me responde con rudeza, claramente molesto porque lo haya mandado callar—. Tan sólo tienes que esperar unos segundos más.

—No entiendo cómo puedes dejar que te hable así —comenta alguien, y su voz me suena sumamente familiar.

Abro los ojos y trato de enfocarme en Douglas, supuesto capitán de su primer ejército. Él estaba tanto en la mazmorra como en el almuerzo de esta tarde. No me gusta. Parece un perro rabioso.

Algo hace reír a uno de los hombres que está a mi lado y me giro hacia él. Es Bruce, el de la piel brillante y negra que algo me dice que es el más simpático. Sus ojos parecen divertidos cuando me hace una leve reverencia con la cabeza. Por su parte, la mirada de odio de Douglas se incrementa y los demás hombres se ponen tensos cuando Kievan lanza un gruñido de advertencia que creo que no va dirigido hacia mi persona por la forma en la que cruza la mirada con Douglas.

—¿Mejor? —me pregunta Kievan cuando por fin retiro mis manos de la cabeza.

—Si... —asiento.

Él ha permanecido paciente arrodillado en frente de mi, que aún estoy en el suelo. ¿Desde cuando un supuesto rey se arrodilla frente a otra persona? Bueno, frente a mi. Estaba arrodillado frente a mi. Me da una mano para ayudarme a levantarme, aunque la niego y me levanto por mi propio pie. Lo escucho suspirar, resignado y reprimo una sonrisa. Sin embargo, se congela en mis labios al ver donde estoy. Reconozco este lugar como las afueras de mi fortaleza real, mi castillo, mi hogar. La aprehensión en el pecho me roba el aliento, y lo hace aún más cuando compruebo que el sol aún está fuera. Si hemos salido... calculo que sobre las seis de la tarde... Es imposible que hayamos llegado en tan poco tiempo, con el sol aún fuera cuando suele amanecer sobre las siete, y si la otra vez tardamos unas seis horas en llegar, también es extraño que hayamos tardado toda una noche en hacerlo. Está claro que no hemos tardado una noche en llegar. Lo hemos hecho demasiado rápido. ¿Qué diablos son estos seres? ¿Todos son diablos? Observo a Kievan pidiéndole explicaciones.

—¿Cuánto he estado inconscien...

Extiende un dedo amenazador hacia mi.

—No hagas preguntas.

Su voz suena dura y me doy cuenta de que es una orden. Estoy a punto de responderle cuando me lanza una mirada tan severa y peligrosa que el aire sale de mis labios sin pronunciar palabra. Ignorándome, se dirige a sus hombres y les pide que esperen aquí, justo donde estamos.

—Vamos... —me dice a mi, pero mientras lo dice observo anonadada como me ata una mano con una cuerda y anuda el otro extremo en su muñeca.

¡Oh Dios Malbak! ¡Estoy atada a él!

—No ibas a escaparte de todas formas, pero así te tengo a buen recaudo.

La ira me invade porque en cierto modo sí que había albergado la esperanza de que algún guardia me viese, me reconociese y me ayudase. Sí, sigo sin creerme que otras casas reales hayan tomado mi castillo. O al menos, una parte de mi se agarra al clavo ardiendo de que todo lo que me ha contado Kievan es mentira.

—¡No puedes atarme cada vez que te venga en gana!

Kievan se gira hacia mi, altivo e impasible.

—¿Estás segura de que no puedo?

Quiero gritar.

—Eres insufrible —soy capaz de decirle llenando cada palabra de odio.

—Deberías de mirarte en el espejo —lo escucho mascullar.

Quiero darle una patada en la espinilla, pero me contengo y camino tras él.

—¿Cuánto hemos tardado en llegar? —insisto.

Él se gira con brusquedad hacia mi, tanta que me arranca un quejido asustado de los labios y me agarra con fuerza.

—¿Qué parte de no hagas preguntas no entiendes? Ni tan siquiera debería de haberte traído aquí.

Me encaro dando un paso más hacia él, temerosa de que cambie de opinión ahora que tengo mi hogar tan cerca.

—¿Entonces por qué lo has hecho?

Kievan parece hacer gala de todo su autocontrol. Sus labios vuelven a estar apretados en un atractivo gesto. Y su aroma... ¡por los tres Dioses! Podría venderse en mercados como una fragancia masculina para atraer a las doncellas.

—Porque me resulta bastante molesto que te pases horas llorando. Quizá por eso —responde con soberbia.

Trago saliva y entrecierro los ojos. Después de todo lo que me ha pasado, ¿cómo se atreve a decirme eso?

—No te acerques a mi si eso te molesta tanto —rujo.

Él vuelve a poner los ojos en blanco y se separa dos pasos, pero noto como tira de mi con la cuerda y como mi cuerpo avanza en su dirección por la fuerza que ejerce. Lo hace con tanta brutalidad que casi pierdo el equilibrio. Estoy enfadada conmigo misma por no ser más fuerte.

—Ojalá fuese tan fácil —comenta, ahora con un aire de distracción, como si hablase más para él mismo que para mi.

Sus palabras se me clavan en el pecho, sin entenderlo, pero causando que algo se me remueva por dentro. No digo nada más porque nos estamos acercando a la entrada del castillo y desde esta posición, detrás de un árbol, soy capaz de ver a los centinelas, pero ellos a mi no. ¿Cómo hemos podido tener un ángulo muerto en nuestra fortaleza durante tantos años?

—Cierra los ojos.

La voz de Kievan suena tan cerca que tiemblo. No me da tiempo a responder cuando me tapa los ojos con fuerza y me levanta en peso. Quiero protestar, pero el miedo a que averigüen nuestra posición y que en efecto sean otras casas reales y no mis guardias, me hace permanecer callada mientras me coloca sobre su hombro y mis brazos caen en su espalda.

Me agarro a ella a través de su vestimenta y soy capaz de sentir cada uno de sus músculos. De nuevo, vuelvo a estremecerme.

—¿Quieres cerrar los ojos?

Estoy acabando con su paciencia y lo sé.

—No.

Holaaa personitas preciosas!!! Os subo un maratón de tres actualizaciones. Disfrutadlas mucho. Un abrazo y gracias por leer.

Ig: sarahmeywriter

Fb: sarah mey libros 


HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora