HENNA©

Capítulo 2

Tengo miedo. Tengo mucho miedo. Y sigo tan enfadada con el mundo, y tan frustrada, que deseo que todo esto acabe ya. Estoy siendo escoltada por guardias hacia la entrada de uno de los salones principales, el más grande de todos y estoy aterrada. Incluso me sudan las manos. Retiro mis dedos de la barandilla en color ocre y sigo bajando con este traje tan largo que tengo que calcular bien donde pongo los pies para no darme de bruces contra el suelo. Calibro la idea, algo divertida. Esa sería una buena forma de pasar de todo esto. Casi puedo imaginarme la escena. El príncipe que va a pedirme matrimonio preguntando, "¿Dónde está la princesa Henna?" Cualquier soldado contestando "Se ha caído dramáticamente por las escaleras y se ha desmayado. Dicen que el desmayo va para largo. Quizá deberíais de volver en otra ocasión." En mi mente suena más gracioso de lo que es en realidad. De hecho, mejor que no me caiga. Con la suerte que tengo seguro que me caigo encima del coronel Hanger. Ug. No me malinterpretéis, el coronel es un buen hombre, leal y fiel, pero no siento especial interés en caerme encima de él.

Ya me estoy imaginando al príncipe, un hombre feo, gordo y puede que incluso calvo. Y sin dientes. Seguro que le falta algún diente. Y estoy convencida de que empezará la conversación con algo tipo "mi señora, sois más bella en persona que lo que los rumores cuentan de vos." Quiero vomitar tan sólo al imaginarme la escena. ¡Por favor, que alguien se cambie por mi y lo rechace por mi!

Llego al final de la escalera de caracol y percibo miles de miradas sobre mi persona. Si no estuviese acostumbrada a esta clase de atención me enfadaría aún más de lo que ya lo hace. Odio que me miren, porque quienes lo hacen no poseen miradas limpias hacia mi. Me juzgan. Desde mi peinado, hasta mi rostro, mi vestido, y mis zapatos. Mi manera de moverme también es puesta en duda e incluso la forma en la que muevo mis caderas. Odio esto. Quiero huir. Quiero correr. Me falta el aire. El corsé me aprieta. Me sudan las manos. Necesito salir de aquí. La impotencia se manifiesta en forma de un fuerte nudo en mi garganta. Elevo más la cabeza.

—Mi señora...

Un hombre esbelto, de unos treinta, me hace una reverencia cuando paso a su lado. Puedo distinguir una pizca de recelo en su mirada. A él también lo rechacé en su momento. La princesa rebelde. Así me llaman peyorativamente debido a todos los hombres que he rechazado y no hay cosa de la que más me avergüence que darle ese deshonor a mi padre.

—Conde Lucian —respondo con educación pasando a su lado e inclinando una milésima la cabeza.

Él parece complacido y siento sus ojos en la espalda de este vestido tan ajustado y que junto al corsé me sigue cortando la respiración. No sería la primera dama... bueno... no me considero una dama... no sería la primera mujer en morir por falta de oxígeno por un maldito corsé.

—Y los monstruos se comieron a los humanos, para que ninguno de ellos volviese a entrar jamás en el Bosque de los suspiros —la voz ronca de uno de los contadores de leyendas suena con fuerza en la estancia. He escuchado esa historia mil veces—. Y los humanos se convirtieron en polvo y...

—Y con sus cenizas se maldijo a los monstruos —continúo yo en voz sumamente baja, al mismo tiempo que lo hace el contador de leyendas.

Al entrar en el salón, un espacio cubierto por un tapiz verde en el suelo y preciosos cuadros en las paredes con ventanas que dan a otro jardín más pequeño, percibo un murmullo general que me eriza la piel. Incluso el vello de la nuca. Uno de los guardias anuncia mi llegada. Trato de sonreír, afable, sin que se note la falsedad en mi boca y saludo en la medida de lo posible a todas las personas que buscan mi favor. Menos mal que ninguno de ellos puede leer mi mente. Si supiesen lo que pienso de más de uno estoy segura de que ni tan siquiera me mirarían más allá de los convencionalismos sociales.