Capítulo 10

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—¡ESTO NO VA A QUEDAR ASÍ!

Puedo volver a escuchar esa frase en mi mente todas las veces que quiera. La ira que había en su voz se me ha quedado grabada y aún me pone los vellos de punta. Es curioso precisamente porque debería de ser al revés. Es él quien debería de asustarse y no yo. Sobre todo cuando ya ha sido torturado. Una parte de mi se siente idiota por curar sus heridas, pero la otra volvería a hacerlo otra vez.

Sigo sin quitarme de encima la imagen de su pecho desnudo, de sus abdominales marcados y de sus fuertes pectorales. Incluso la antigua y profunda cicatriz que vi en su espalda me resulta atractiva. En el momento en el que lo tenía delante no quise fijarme a propósito, pero ahora es inevitable que la imagen se dibuje en mi mente. Por otro lado, es tan imponente que todo mi sistema sanguíneo sigue acelerado por la salvaje forma en la que sus ojos me miraron. Hasta que no lo vi atado no fui consciente de lo alto que es. Sabía que era un hombre grande, pero... también es alto. Parece que el Dios Malbak le ha dado todo ese atractivo para compensar el feo corazón que ha de tener. Sobre todo si va por la vida con esa mirada de odio. Durante una fracción de segundo me planteo que ha podido ocurrirle en su vida para que esté tan enfadado con el mundo. ¿Qué habrá sido? ¿Será por su cicatriz? ¿Cómo se la haría?

No me da tiempo a divagar más ya que alguien irrumpe en el salón real. Es el coronel Hanger quien hace una reverencia nada más verme.

—Mi señora...

—Coronel...

—Mis hombres me han informado de que habéis entrado en las mazmorras.

Hay cierta réplica en su voz y la entiendo perfectamente. Yo también me considero una estúpida por entrar en ese lugar, pero no podía pasarme nada. Estaban esposados. Ahora es el momento en el que tengo que tratar de controlar la situación para que no se me vaya de las manos.

—Es cierto. He sido una imprudente, pero tan sólo quería saber por qué alguien ha querido atacar el castillo de mi padre. También es mi deber estar informada dada la muerte de mi hermano.

Siento una punzada en el pecho al decir esto último, pero es la única forma de que el coronel se tome en serio mi comentario puesto que para él el único deber de una mujer reside con y para su marido, cosa que por ahora yo tampoco tengo. Sin duda debo de ser una mujer perfecta para el coronel. Ironía.

—Os entiendo mi señora, pero os recuerdo que ese no es vuestro deber, sino el de vuestro marido una vez que lo tengáis.

Aunque la frase suene fría, sé que está mostrándome su lado amable por lo que asiento con la cabeza y sigo tratando de sacarle información. Hay veces que las personas no pueden darnos lo que queremos tal y como lo queremos, por eso creo que debo de aceptar lo que sea capaz de darme y hacer el máximo con ello. Y sí, tengo ganas de gritarle que jamás dejaré tan sólo en manos de mi marido —cuando lo tenga si es que lo tengo— lo que concierne a mi reino, pero aún así me contengo y me muestro algo más sumisa de lo que me gustaría. El coronel Hanger, al fin y al cabo, sigue siendo un hombre, y sé que muchos tienen debilidad por la preocupación y la tristeza de las mujeres.

—Mi señor... —comienzo con una voz de pena que incluso a mi me cuesta creerme que haya salido de mis labios.

Él me mira sorprendido y yo desvío la mirada, haciendo como que tengo los ojos llenos de lágrimas. De hecho los aprieto con fuerza para que se vuelvan vidriosos. Necesito saber qué es lo que está pasando con Kievan y sus hombres y también si mi padre está a salvo o alguien más quiere matarlo.

—Alteza.

Sé que tengo toda su atención porque nunca me he mostrado débil con él, pero como que yo sepa nunca antes han querido atacarnos, esta es la única forma de que me diga realmente lo que está pasando.

—Mi padre es lo único que tengo, coronel. —poso mis ojos en los suyos cuando estoy convencida de que están algo mojados por las lágrimas—. Necesito saber qué es lo que está ocurriendo, y si estamos en peligro, aunque no sea un tema que concierna a las mujeres y mucho menos de la realeza, os pido por favor que en vuestra absoluta bondad me lo digáis.

¿En vuestra absoluta bondad? ¿Os he dicho ya que este hombre es un sádico? De hecho sigue extrañándome que haya interrogado a Kievan y a los suyos y que sigan de una pieza e incluso conscientes.

Él me observa sin saber bien cómo actuar. Ni que decir cabe que jamás le he hablado así y que sé que está enfadado y furioso conmigo por interferir en su castigo público de ayer. No obstante, me hago la tonta y doy un paso hacia él posando una mano en su antebrazo. El simple hecho de tocarlo me produce rechazo, pero espero que al acortar las distancias él reduzca un poco su furia conmigo.

—Por favor, coronel Hanger.

Él me mira de arriba abajo y suspira, abatido.

—No debo de compartir estas cosas con nadie y mucho menos con una dama. —comenta, pero por el tono de voz que emplea sé que estoy a punto de conseguir lo que quiero.

Por cierto, NO SOY UNA DAMA.

—Lo entiendo mi señor, sois un hombre justo y leal y aprecio muchísimo la gran labor que hacéis respecto a la protección de este castillo y sus dominios. Es tan sólo... lo siento... necesitaba intentar saberlo pero respeto que vuestro honor y vuestra posición quieran mantener esto en secreto.

Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no atragantarme con mis palabras. De hecho, tengo que tragar de nuevo la bilis que me ha subido por la garganta. Asqueroso. Sí, lo sé. No obstante, mis palabras parecen tener el efecto que deseo en él porque mira a nuestro alrededor comprobando que no hay nadie lo suficientemente cerca para oírnos.

—Los rebeldes son cada vez más numerosos. Estamos al borde de una crisis económica. Se quejan de que nuestras tierras no son fértiles y apenas tienen qué comer. Los pueblos vecinos se están uniendo en la rebelión, pero ninguno de ellos entiende que no podemos hacer nada para que estas tierras sean más fértiles de lo que ya lo son. Su causa es injustificada y para nuestra desgracia cada vez hay más personas que la siguen. Precisamente por eso ayer estaba disciplinando a ese hombre en la plaza, mi señora. No podemos permitirnos que crean que somos débiles o nos comerán los lobos.

Trago saliva. La casa real está arruinada supuestamente, y recalco el supuestamente, por las malas gerencias de mi hermano y necesita subir los impuestos a sus ciudadanos para prevalecer en su situación de poder. ¿Cómo vamos a hacerlo si ellos no tienen ni con qué alimentarse? Ya sabía de antemano que mi padre se negaba a subir los impuestos, pero una tarde, hablándolo con él me dijo que esa era la única salida que se le ocurría. Esa o casarme, pero me juró que para lo segundo iba a respetar mi opinión como último deseo de mi madre. Me siento un poco egoísta por no haber escogido marido y noto una punzada de remordimiento en el pecho.

—Pero de una rebelión a planear un ataque al castillo real hay un gran tramo, ¿no creéis?

Él suspira y se cruza de brazos. Hace ya un rato que dejé de tocarlo, para mi gran alivio. Su uniforme con varios galones de oro e insignias se arruga un poco porque le queda algo justo de brazos. El coronel Hanger, a pesar de sus cuarenta años de edad sigue siendo un hombre muy fuerte.

—He interrogado hasta el límite a todos esos hombres, pero apenas he hallado respuestas.

Espera, ¿hasta el límite? Eso que yo he visto en las mazmorras ni por asomo es el límite para un hombre sádico como el coronel Hanger.

—No sé cómo una dama como vos ha podido ver eso y estar tan tranquila.

O yo me he perdido algo o él ha perdido unas cualidades impresionantes a la hora de disciplinar a las personas. ¿Qué es lo que ocurre?

—Mañana seguiré con el interrogatorio y en esta ocasión me aseguraré de que no quede nada de ellos.

Su voz se tiñe de amenaza y trago saliva. La imagen de Kievan se me viene a la cabeza y me sorprendo porque no quiero que le hagan daño. ¿Qué clase de problema mental tengo?

Hola personitas preciosas!!! Gracias por leerme! ¿Os ha gustado? ¿Qué creéis que pasará? Un abrazo enoooorme!!!!!!!

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Fb: sarah mey libros

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