Capítulo 33.1

13.8K 1.4K 133
                                    


Unas manos me están acariciando el cabello con suavidad cuando me despierto. Después de eso, lo primero que noto es una punzada muy fuerte en el brazo derecho y hago una mueca de dolor. Estoy tumbada en una cama y para ser sinceros, estoy harta de estar en una y sin darme tiempo a asimilar ni tan siquiera donde estoy me levanto rápidamente. Mi instinto primario de supervivencia sigue activo y noto todo mi cuerpo tenso. Despierto por completo de golpe. Ni que decir tiene que no es una buena idea levantarme tan rápido porque me mareo nada más hacerlo. Insensata. Me agarro a la mesilla de noche y evito caerme.

—Vas a sentir molestias unos días, pero te vas a poner bien.

Su hipnotizante voz me hace girarme hacia él. Su mirada ya no es roja ni su cuerpo el de un lobo enorme y poderoso. Ahora tan sólo es un hombre que mantiene su rostro inexpugnable. Pero yo puedo ver la preocupación en él. He aprendido a leerlo tan bien que me siento orgullosa.

Quiero preguntarle si va a entregarme a Harald, pero creo que después de lo que acababa de pasar en el bosque hay otro tema más importante. Quizá no muera a las doce de la noche, quizá muera atacada por uno de los suyos antes de poner un pie fuera de ese lugar. Haga lo que haga, mi destino parece escrito.

—¿Qué ha pasado?

Él parece colocar una pared invisible entre ambos. No está dispuesto a hablar, y lo hace al cabo de un sepulcral silencio.

—Algo que ya se ha solucionado —responde sin darle importancia a que casi me arrancan el brazo.

Su propia gente se le ha echado encima, y sé que es por mi. Nos quedamos sin saber que decir unos instantes, hasta que él vuelve a hablar:

—¿Te duele?

Me mira con tanta seriedad que me miro el brazo. Para cómo está de mal, no me duele mucho.

—No.

Él cierra los ojos y chasquea la lengua, en un gesto que no sé interpretar. ¿Acaso le da rabia que no me duela? Me da la espalda unos instantes, como si necesitase contenerse a si mismo, y se detiene a mirar el fuego del hogar. Yo, ofendida por su reacción, permanezco muy quieta sin saber bien dónde meterme, hasta que el recuerdo de todo lo que ha pasado me hace tragarme el orgullo y dirigirme hacia él.

—¿Estás bien?

Kievan se gira hacia mi, con una expresión indescifrablemente fría, pero eleva un poco la comisura izquierda del labio. Le ha gustado la pregunta. No obstante, no la responde. A su alrededor, es como si hubiese una especie de aura invisible que lo hiciese ver aún más poderoso de lo que ya es. La luz que desprende el fuego se refleja en los músculos desnudos de sus brazos cuando los cruza sobre su fuerte pecho.

—¿Ahora no vas a echar a correr?

Se acerca y me sorprendo a mi misma al acortar las distancias cuando mis pies también se mueven hacia su dirección.

—¿Serviría de algo?

Son mucho más rápidos que yo, pero han de tener un punto flojo, algo que destruya lo invencibles que parecen. Lo veo suspirar y niega con la cabeza. Una parte de mi aún saborea la amarga decepción de que hayan frenado mi huida. Suspiro. Estaba tan orgullosa de haber podido abrir esa maldita compuerta con mi pulsera y trozos de tela... Por un instante, el recuerdo del cuadro que vi en ese lugar me hace estremecerme. Lo alejo rápidamente de mi cabeza, como si fuese una especie de fantasma del que debería de estar asustada. ¿Quién era la persona que estaba en él? ¿Por qué sigo teniendo esta horrible sensación de reconocimiento? ¿Quién era el hombre muerto en el trono? ¿Por qué tuve esa maldita visión? Intento que el miedo no se apodere de mí. Creo que jamás he creído en lo paranormal porque me daba miedo pensar en otra posibilidad que el ser humano y nuestros Dioses, pero... ahora que he conocido la existencia de otras razas, todos los pilares de lo que siempre he creído real se han derrumbado por completo.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora