Capítulo 26

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Aria ladea los labios y se toca un codo con una mano en un gesto de dolor. Un aullido resuena fuera. Puedo ver que hoy hay niebla a través de la ventana.

—Somos lo que veis y oís mi señora. También lo que teméis. —Se sigue resistiendo a hablar y lo hace entrecortadamente. Dándome información de manera algo distorsionada y no respondiendo de forma directa.

¿Qué diablos son y por qué no quiere decírmelo? Tengo poco tiempo, así que trato de que no se fuerce en callarse y busco algo de lo que sí que esté dispuesta a hablar. Cualquier información puede serme útil, aunque tengo tanto que preguntarle que no sé por dónde empezar.

—¿Estoy en peligro?

Aria se relaja un poco. Por lo visto no le preocupa tanto responderme esa pregunta.

—No en este castillo. Kievan ha dado orden de no haceros daño y trataros con respeto. Y los súbditos entre estas paredes lo obedecen ciegamente. Las personas que sirven aquí, son de su total confianza. Y por eso, estáis a salvo aquí. A pesar de lo que digan, solo sois una joven con un rango importante, pero una joven al fin y al cabo. Sin embargo, nadie sabe con certeza cómo se lo tomará el consejo.

¿Solo soy una joven con un rango importante? ¡Soy una princesa suprema, y en absoluto estoy acostumbrada a que me hablen así! Trato de no enfadarme por culpa de mi ego y de cómo mi gente lo ha hinchado desde que era un bebé y sigo pensando. ¿El consejo? ¿Hay alguien por encima de Kievan? Ahora mismo si hay alguien por encima de él o no, no me importa. No cuando tengo preguntas más importantes y no sé cuándo se va a acabar el efecto de la planta. Siento el corazón apretado en el pecho y me centro en buscar las preguntas adecuadas. Ninguna guerra se ha ganado haciendo las preguntas erróneas. Observo a Aria, sus ojos ya están totalmente blancos y eso solo puede significar que el efecto de la planta está a punto de acabarse.

—¿Por qué me retiene aquí? ¿Qué quiere de mí?

Estoy dispuesta a pasar el libro con la planta de nuevo por su rostro para ganar tiempo, cuando alguien irrumpe en la estancia.

—Aria.

No doy un salto porque soy capaz de contenerme en el último momento. El mismo hombre que me ofreció más leña en la chimenea cuando preparaban esta habitación me observa con el ceño fruncido. Aria parece reaccionar y se toca el vientre, dolorida. La flor cesa su efecto y yo me quedo muy quieta.

—Su majestad, si me disculpa, tengo cosas que hacer —se despide de manera amable, y una vez más, yo hago gala de todo mi control para no suspirar de puro alivio al ver que no recuerda lo que acaba de pasar.

Sin embargo, el hombre se me queda mirando con seriedad cuando Aria sale por la puerta, pasando por mi lado, y tarda unos segundos de más en cerrar la puerta tras salir él mismo de la habitación. Sabe que he hecho algo, y mis rodillas fallan en el mismo momento en el que asimilo que no he averiguado cómo escapar de aquí.

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Kievan y Kaspar se conocían, y de alguna forma, Kaspar logró enfadar a Kievan y a su gente, y al mismo tiempo, logró manipularlos. ¿Qué es lo que ha ocurrido antes del ataque a mi castillo? ¿De qué forma mi casa, está involucrada con la Hunter y la Haakon?

Unos días más tarde estoy sentada en una de las enormes mesas de uno de los salones principales, mirando mi plato de comida. El lujo de esta habitación en concreto es abismal. La plata está por casi todas partes, desde las columnas hasta la cubertería. Hay demasiadas cosas extrañas, pero otras similares en las que me refugio. Los días pasan de la misma manera que en mis dominios. Las dos lunas, una más pequeña que la otra y siempre de color rojiza, le ceden el paso a dos de los cuatro soles por la estación, que a veces se camuflan entre la niebla y las nubes.

Alguno de los hombres de Kievan tratan de hablar conmigo, pero yo no les devuelvo las conversaciones o contesto con monosílabos. En mi dolor, necesito estar sola y asimilar poco a poco que ya no soy la señora de un castillo, y que el hombre que más quiero, un rey justo y honrado con buen corazón, adelantado a su tiempo, está muerto o en paradero desconocido. Mi corazón sigue aferrándose a esa última esperanza, y hasta que alguien me enseñe o me asegure haber visto su cadáver, no voy a dejar de atisbarla.

—¿Te apetece dar una vuelta por los jardines? Te sentará bien un poco de aire fresco.

Los hombres de confianza de Kievan siguen tuteándome sin haberles dado permiso. Ethan, con su amabilidad, ha tratado de que le hable durante incontables ocasiones, pero cuando se acerca tan solo quiero abrazarme a mí misma y correr a encerrarme en mis aposentos. O los de Kievan. Aún recuerdo su intensa mirada mientras montaba en un caballo de color negro y se marchaba del castillo. Lo vi a través de la ventana, cuando Aria y el otro sirviente se fueron dejándome con aún más dudas en la cabeza.

—Gracias, pero prefiero retirarme —le respondo acabando mi plato de comida, casi intacto porque tengo el estómago cerrado.

Ethan, que es quien me acompaña hoy, me mira preocupado y asiente.

—Si cambias de idea, o si te apetece hacer cualquier cosa que no implique salir de aquí, puedes decírmelo.

Su cabello castaño está peinado hacia atrás, y sus ojos azules me miran tratando de darme confianza. Me levanto de la silla asintiendo, y él me imita, con cautela. Me despido y me acompaña hasta las escaleras, como si temiese que me perdiese. Al ver mi reflejo en un espejo, pienso que quizá es por lo pálida que parezco ahora mismo. Una palidez enfermiza que dista mucho de la sana que luzco normalmente.

—¿Vas a escoltarme hasta mi habitación?

Me siento mal, y estoy agobiada, y... sí, lo admito, lo estoy pagando con él.

—Haré lo que me pidas.

—Siempre que no implique enfadar a vuestro rey.

Ethan sonríe levemente.

—En otra ocasión, eso no me importaría —comenta, y percibo un matiz de broma en sus palabras.

Abre la puerta de mis aposentos y me lo quedo mirando. Por un instante recuerdo la primera vez que nos vimos, cuando lo torturaban en plena calle por robar pan para su familia.

—¿Por qué robaste? Ni tan siquiera eras uno de mis súbditos ni tenías familia en mi reino —inquiero elevando el mentón, algo soberbia.

—Yo no robé nada —se defiende con humildad.

Lo observo en silencio. Su aspecto, a pesar de resultarme afable, es rudo y también posee una oscuridad parecida a la que engloba a Kievan.

—¿Entonces, por qué dejaste que te azotasen?

Ethan parece dudar sobre si contarme la verdad o no, pero al final acaba cediendo con un brillo filoso en sus ojos.

—Tu gente quería azotar a un niño huérfano de padre que robó un pedrusco de pan para su madre embarazada y su hermano pequeño. Soportar el castigo por él no me pareció gran cosa en comparación con hacer pasar a un niño, en una situación desesperada, por semejante tortura.

El alma se me cae al suelo al escucharlo y ver como se aleja sin darme opción a responder. Un rato más tarde, llego a la conclusión de que algunos de estos monstruos tienen valores, y de que mi reino realmente necesita un cambio mucho mayor del que yo creía. 


Hola chicas, os voy a subir uno más larguito en un momento. ¿Os ha gustado? Gracias por leerme y un abrazo.

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Fb: sarah mey libros

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