Capítulo 39.2

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—¿Cómo es que estar en la Dyriat? ¿Qué se siente al escuchar lo que piensa todo el mundo? ¿Y si hay algo que no queréis que otra persona sepa?

Walter mantiene la media sonrisa y añade:

—No existen los secretos en una manada, Henna, aunque algunos lobos más poderosos pueden ocultar sus pensamientos.

—¿Cómo Kievan?

Siento un hormigueo en los labios al pronunciar su nombre. Mis dos acompañantes asienten con la cabeza y nos quedamos en silencio unos segundos.

—¿Te apetece dar un paseo? —me inquiere Ethan.

He perdido la noción del tiempo con Walter y sus lecciones. Me levanto enérgica, ya que he vuelto a tener fuerzas a pesar de que el brazo me moleste un poco y de que mi vida esté patas arriba, y asiento.

—¿Te apetece acompañarnos?

Walter niega con la cabeza.

—Me encantaría, pero he de ir a curarme la herida. En otra ocasión.

Me hace una pequeña reverencia antes de irse, y Ethan me ofrece el brazo para que me agarre a él y comencemos a pasear rumbo a los hermosos jardines. Walter me ha explicado que el veneno de los Eredeths es peligroso para los lobos, y que por eso sus heridas tardan más en sanar y necesitan cuidados. Mientras avanzamos por el pasillo, veo como los sirvientes, los Deltas, ya se han acostumbrado a mi presencia y aunque me siguen mirando mal, no dejan de hablar cuando paso por su lado. Es como si hubiesen decidido ignorarme a no ser que me dirija directamente hacia ellos. He intentado en más de una ocasión hablar con alguna sirvienta que aparentase mi edad, buscando una posible amiga como lo era Mae, pero ninguna me dedica más de aquellas palabras necesarias para responder mis preguntas, y en cuanto que pueden, se retiran de la estancia. Sigo sintiéndome sola y que Kievan, con todo lo que despierta en mi, no se moleste en verme, me pone de los nervios. Ese mismo aleteo nervioso que noto por todos lados de esta fortaleza.

—¿Cuándo alguien va a contarme qué es lo que ocurre?

Ethan se toma un tiempo y su rostro siempre amable adquiere un matiz serio.

—Ni nosotros lo sabemos. Tan sólo tienes que saber que...

—Que aquí estoy a salvo siempre y cuando no trate de escapar ni enfade a Kievan —completo su frase sintiéndome asqueada porque eso es todo lo que puedo hacer cuando debería de estar dirigiendo mi reino.

Ethan me dedica una sonrisa de comprensión y suspira.

—De pequeño adoraba pasear por estos pasillos.

—¿Ya vivías aquí entonces?

—Mis padres eran amigos del rey Gerkd, el padre de Kievan. Murieron atacados por los Eredeths y después de un tiempo el rey me adoptó como su hijo adoptivo.

Me lo quedo mirando y sé que ese tiempo al que se refiere no fue uno en el que lo pasase bien.

—Siento lo de tus padres, Ethan.

—Yo también.

Y me tenso nada más sentir la presencia fuerte y poderosa de Kievan detrás de mí. Con un movimiento de cabeza, le pide a Ethan que nos deje solos, y yo dejo de respirar tan pronto sus ojos negros se posan en mi. Está sudando y en una camisa blanca con las mangas remangadas a pesar de que yo llevo incluso un abrigo puesto y parece que va a llover. Su imagen dejaría clavada en el sitio a cualquier persona.

—Pensaba que estabas demasiado ocupado para dignarte a dirigirme la palabra —comento altiva y muy molesta.

—Aún estaba procesando eso de mantener bajo mi techo y mis cuidados a una persona a la que le doy asco.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora