Capítulo 37.1

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Walter lleva un rato hablándome sobre la consciencia común, Dyriat, cuando Kievan llega. Me ha llamado la atención que se ha reído cuando le he preguntado si los hombres lobo pueden usar la magia, y me ha dicho que eso solo ocurre en los cuentos que se les cuenta a los niños. Sin embargo, él se quedó pensativo cuando leyó en mi mente que para mi y mi gente la existencia de los hombres lobo y seres como los Eredeths, que aún me tienen temblando, era tan improbable como para él la de la magia. Pero, ¿acaso no sabe que Kievan es un brujo capaz de alterarme? Creo que escucha mi pensamiento porque me mira con los ojos muy abiertos, sorprendido y luego desvía la mirada como si estuviese nervioso. Yo me pongo roja, pero a una parte de mi le resulta muy extraño ser capaz de incomodar a un ser tan poderoso como son los hombres lobo. Ya no me parecen seres tan monstruosos como al principio. Durante este tiempo me he fijado que tanto él, como Ethan y Bruce, tienen una forma de comportarse que me gusta. Es como si no les molestase expresar sus emociones y dejar que otros la vean. Me gusta eso de ellos, sobre todo porque me resultan un poco tiernos a pesar de ese aspecto de guerreros rudos que poseen.

—No hay señal de Faurcon —comenta Kievan entrando con andares seguros y fuertes.

Ninguno lo hemos oído llegar. Es el sigilo hecho persona. Su voz resuena por la estancia, aún poderosa y primitiva por la presencia del animal que acaba de encerrar en su interior. Parece no estar herido y siento alivio instantáneo. Lo miro deseando de todo corazón que pose sus ojazos negros en mi y sintiéndome ridícula por ello. Y, de hecho, cuando él me mira con los ojos entrecerrados por el resquemor, probablemente recordando la patada que le pegué horas antes, desvío la mirada de manera casi instantánea.

Basta un movimiento de cabeza del rey lobo, probablemente la persona más imponente que he visto en toda mi vida, para que Walter se despida de mí y nos quedemos a solas.

—¿Qué ha pasado con los Eredeths?

Kievan ladea los labios y se acerca. Mi corazón parece acelerarse a cada paso que da. Su mirada predadora fija en mí, como quien mira a su presa. Odio que tenga razón. Es el culpable de mi acelerado latido y de cómo siento calor en mis manos.

—Han huido al darse cuenta de que perdían la batalla.

Veo como me mira fijamente, en una mirada larga que me pone nerviosa y me hace encoger los deditos de los pies. Una parte de mi sabe, de alguna forma, que está calibrando si ya estoy bien o si aún estoy exhausta. La respuesta es un intermedio a ambas opciones. Aún me encuentro algo cansada, pero ni comparación al cansancio extremo que sufrí hace una hora. Me paro unos instantes a pensar que incluso sus batallas son más rápidas que la de los humanos.

—¿Qué es lo que te hace pensar que hay algo más? —le inquiero, sintiendo de nuevo esa extraña conexión entre ambos que me cuenta lo que le pasa.

Kievan se estira cuan alto es y suspira, meditando si compartir o no sus pensamientos conmigo. Creo que son los míos propios, los que me hacen pensar que todo esto del ataque ha sido por mi culpa, los que le hacen decantarse por contarme sus sospechas.

—Son seres que necesitan mucho tiempo para planear sus ataques, y yo ahora no tengo tan claro que viniesen a por ti.

Trago saliva.

—¿No crees que han pactado con Harald?

—Creo que pueden haberlo hecho, pero lo que quieren conseguir se escapa de mi conocimiento. Faurcon es un antiguo líder guerrero. Jamás atacaría un objetivo sin estar seguro de que puede ganar.

Parece algo apesadumbrado, como si le importase mucho el bienestar de los suyos y lo que ocurre en su reino.

—Algo falla entonces —comento lo obvio.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora