Capítulo 21.1

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Cuando vuelvo a abrir los ojos sigue siendo de noche, pero la profunda oscuridad que inunda mi habitación me dice que no son más de las dos o tres de la mañana.

Estoy tumbada en una cama que no es la mía y que ya nunca lo será. Me incorporo asustada tratando de ubicarme cuando una voz resuena desde las sombras. Me pongo tensa nada más escucharlo.

—Pensaba que ibas a llevarte toda la noche durmiendo.

Su voz ronca y poderosa no debería de resultarme tan familiar. El aullido de un lobo en algún recoveco del bosque me pone el corazón en la garganta. No veo nada y eso me aterra. Odio la oscuridad. Nunca nos hemos llevado especialmente bien. Además, estoy sumamente nerviosa porque no tengo ni idea de por qué está aquí conmigo. Bueno, tengo una leve idea, aunque me aterra tanto que prefiero no pensar en ella. Aún no logro ubicar a Kievan, ni a sus cambios de humor ni mucho menos a la forma en la que me hace sentir.

—Estoy sonámbula —respondo con sorna.

Escucho algo que no sé bien identificar. Puede ser un bufido exasperado o una pequeña risa contenida.

—Tomaré nota —me contesta con voz neutra.

Cojo aire. No soporto no verlo.

—¿Dónde estás?

Un candelabro no tarda en encenderse en la esquina izquierda de la habitación, cerca de la ventana. La silueta de Kievan se dibuja rápidamente a su lado y observo que está muy serio.

—¿Cómo te sientes? —me pregunta dejando el candelabro en la mesa redonda con la que rompí esta misma tarde el cristal de la ventana.

Veo que se acerca hasta mi y se sienta en el borde de la cama. El colchón se hunde bajo su peso. Su rostro es un entramado de sombras cuando me mira, pero aún así las llamas proyectan un suave brillo en su cabello oscuro y por un mero instante quiero enredarme en él. Odio sentir eso.

—Bien —miento, aunque aún sigo sintiéndome como lo hice en mi habitación, como si poco a poco estuviese aceptando todo lo que ha pasado y por fin estuviese dispuesta a hacerle frente.

El punto de inflexión fue el volver a mi hogar y sentir que ya no era mío. Que era una etapa que se había roto y que nunca iba a volver. Siento un nudo en el pecho nada más decir esa sola palabra, y Kievan se acerca más a mi. El miedo porque quiera hacerme suya se hace más real cuando se tumba bocarriba, a mi lado, en la cama. El colchón se queja una vez más ante su peso y emite un suave quejido.

Me pongo tensa sin poder evitarlo. En esta ocasión, sus brazos están desnudos y el recuerdo de su vientre musculado y sus pectorales se cuela en algún resquicio de mi mente haciéndome tragar saliva con fuerza.

—No hagas eso —me pide acercándose peligrosamente a mi.

—¿Hacer qué?

Su mirada es severa.

—Mentirme.

Me alejo al sentir que se gira en mi dirección.

—No te me acerques —farfullo levantándome de la cama para darme cuenta con vergüenza que tan sólo llevo una camisa larga y fina de lino parecida a la que traje puesta durante el camino hacia aquí la noche anterior.

¿Quién me ha puesto esto?

—No puedes rechazarme siempre.

Da la impresión de que intenta contener una sonrisa ante mi rechazo.

—Ni tú puedes mantenerme aquí siempre.

Él chasquea los dedos y se los queda mirando, ignorándome mientras se remueve en la cama.

HENNA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora