El fresco de la noche se apoderó del vello de mi piel provocando que estos se pusieran de punta e incitándome instintivamente a frotar mis brazos con continuidad, inspirando el aire por la boca con los dientes apretados.
Al parecer, Justin se percató de mi repentina sensación y me miró con el ceño fruncido, él no parecía tener tanto frío, pero teníamos que tener en cuenta el claro contraste de temperatura entre el interior del restaurante y el exterior.
—Ponte mi cazadora. —me colocó su cazadora de cuero negra por los hombros, los cuales yo tenía encogidos, la rechacé, pero aún así el insistió con pura necedad y entonces la supe acatar de buena gana.
—Gracias. —le sonreí recuperándome.
Ver a Justin con los brazos, ligeramente, desnudos, me moría de frío al verlo y me sentí mal por haberle hecho caso, apreciaba su tan amable gesto y le sonreí con una sonrisa en la que mis dientes no dejaron de sonar y supe que mis mejillas ya iban recuperando mi color rosado.
—Que chorrada —resopló en una carcajada. —. A mí no hace falta que me des las gracias. Prefiero congelarme de frío yo a que te congeles tú.
Su pozo era muy profundo, pero sabía que sí tenía fondo y no tardaría mucho en dar con él. Sus palabras me acaramelizaban cada vez un poquito más y eso me gustaba, mucho.
—¿Tienes frío? —dije un tanto espantada.
—No.
Llegamos hasta el coche y pudo poner la calefacción, lo cual agradecí, sobre todo por él, porque lo más probable es que sí que estuviera congelado a pesar de que se negara a admitirlo.
Aún teniendo las ventanillas cerradas, los cláxones, la música y la sirenas continuaban resonando en el interior de mis oídos como si zumbar fuera su trabajo. Las luces era infinitas y los locas tenían ambientes monumentales. Los coches no hacían que bullir y se respiraba fiesta por cualquier lugar en el que mirases.
Justin paró en un arcén de la carretera por la que íbamos, sacó de la guantera papel de liar y un poco de, supongo que de, tabaco, ya que ni idea tenía de lo que era aquello, apenas me enteraba de esas desagradables cosas.
—¿Puedes bajarme tú la riñonera? —asentí y tragué la poca saliva que me quedaba con dificultad.
Quería preguntarle y volver a interponerme en su acto, pero debido a que él también sabía lo mayorcito que era, le creí capaz de tener amor hacia él mismo, aunque ya dudaba de ello, me había demostrado, tanto con palabras como con hechos, más de cien mil veces que no tenía ni amor propio ni fuerza de voluntad para labrarse una propia personalidad.
Le tendí la riñonera, de la que sacó la boquilla y el mechero, el cual tenía una hoja de hierba dibujada y quedé un tanto aterrorizada.
Me senté junto a él, pero mi cabeza quedaba a la altura de sus piernas, debido a que su estatura era en base de lo más alta. Apoyé mi espalda en el metal, el mismo en el que apoyaba el sus piernas y mis ojos quedaron fijos en uno de los neumáticos, no me preguntéis porqué, me quedé con la mirada fija y con la mente zumbando.
Escuché como el humo salía de sus pulmones y como mi nivel histérico aumentaba, eché la cabeza hacia atrás, hasta dejarla, también, apoyada, con un largo suspiro y cerré los ojos.
—Vaya pérdida de tiempo, de dinero y de salud, las únicas tres cosas que tienen como precio la vida.
No tenía pensado objetar nada al respecto, pero aquella frase, la cual se la escuché decir a una compañera de clase mientras hablábamos sobre los componentes del tabaco o cualquier otra sustancia tóxica y estuve completamente de acuerdo con ella.
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ÉL - Un Verano En California [US #1#]
Teen FictionLos polos opuestos se atraen, pero... ¿quién elimina la opción de que los polos iguales también lo hagan? Completamente diferentes, pero; jodidamente iguales. Así eran ellos. Su alma era negra y su vida demasiado atormentada como para saber a ci...