Las Mazmorras

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Albus Dumbledore se había puesto de pie. Sienna sabía muy bien quien era ese hombre, lo había visto miles de veces en sus ranas de chocolate. Miraba con expresión radiante a
los alumnos, con los brazos muy abiertos, como si nada pudiera gustarle más que verlos allí.

—¡Bienvenidos! —dijo—. ¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! Antes de comenzar nuestro banquete, quiero decirles unas pocas palabras. Y aquí están, ¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias!

Se volvió a sentar. Todos aplaudieron y vitorearon. Sienna no sabía si reír o mirarlo con el ceño fruncido. Ese sabio hombre era un chiflado cuando quería serlo.

Los platos que había frente a ella de
pronto estuvieron llenos de comida. Nunca había visto tantas cosas que le gustara comer sobre una mesa: carne asada, pollo asado, pastel de carne, chuletas de cerdo y de ternera, salchichas, tocino y filetes, patatas cocidas, asadas y fritas, pudín, guisantes, zanahorias, salsa de carne, salsa de tomate y, por alguna extraña razón, bombones y chocolates de menta. Solo faltaba el helado de Florean Fortescue con su caramelo extra y todo sería perfecto.

Sienna se sirvió un poco de todo y comenzó a comer. Pues llevaba horas sin comer.

Había un profesor de nariz ganchuda y unos ojos negros muy negros y profundos, también eran fríos. Con su mirada recorrió todo el Gran Comedor y en algún momento miró a Sienna cuando se dió cuenta de que ella lo miraba. Sienna le regaló una sonrisa tímida y regreso la vista a su postre sin molestarse en saber si el profesor se la había devuelto. Lo miró porque sabía que ya se habían visto. Pero no consiguió recordarlo a tiempo.

Por último, también desaparecieron los postres, y el profesor Dumbledore se puso nuevamente de pie. Todo el salón permaneció en silencio.

—Ejem... sólo unas pocas palabras más, ahora que todos hemos comido y bebido. Tengo unos pocos anuncios que hacerles para el comienzo del año.

»Los de primer año deben tener en cuenta que los bosques del área del
castillo están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros antiguos alumnos también deberán recordarlo.

Los ojos relucientes de Dumbledore apuntaron en dirección a los gemelos Weasley.

—El señor Filch, el celador, me ha pedido que les recuerde que no deben
hacer magia en los recreos ni en los pasillos.

»Las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del curso.
Los que estén interesados en jugar para los equipos de sus casas, deben
ponerse en contacto con la señora Hooch.
»Y por último, quiero decirles que este año el pasillo del tercer piso, del
lado derecho, está fuera de los límites permitidos para todos los que no deseen una muerte muy dolorosa.

Sienna pensó que se trataba de una broma, pero nadie rió.

—¡Y ahora, antes de que vayamos a acostarnos, cantemos la canción del
colegio! —exclamó Dumbledore.

Sienna notó que las sonrisas de los otros profesores se habían vuelto algo forzadas. Le dieron ganas de reír pero no era el momento.

Dumbledore agitó su varita, como si tratara de atrapar una mosca, y una
larga tira dorada apareció, se elevó sobre las mesas, se agitó como una
serpiente y se transformó en palabras. Fueron tantas cosas que Sienna se mareó.

—¡Que cada uno elija su melodía favorita! —dijo Dumbledore—. ¡Y allá vamos!

Y todo el colegio vociferó:

Hogwarts, Hogwarts, Hogwarts,
enséñanos algo, por favor.
Aun que seamos viejos y calvos
o jóvenes con rodillas sucias,
nuestras mentes pueden ser llenadas con algunas materias interesantes.
Porque ahora están vacías y llenas de aire, pulgas muertas y un poco de pelusa.
Así que enséñanos cosas que valga la pena saber, haz que recordemos lo que olvidamos, hazlo lo mejor que puedas, nosotros haremos el resto,
y aprenderemos hasta que nuestros cerebros se consuman.

Sienna pensó que ese himno, además de que no rimaba, era muy triste y aburrido.

Cada uno terminó la canción en tiempos diferentes. Al final, sólo los
gemelos Weasley seguían cantando, con la melodía de una lenta marcha
fúnebre. Dumbledore los dirigió hasta las últimas palabras, con su varita y,
cuando terminaron, fue uno de los que aplaudió con más entusiasmo, Sienna no podía creer que al director de verdad le gustase eso.

—¡Ah, la música! —dijo, enjugándose los ojos—. ¡Una magia más allá de
todo lo que hacemos aquí! Y ahora, es hora de ir a la cama. ¡Salgan al trote!

El Gran Comedor comenzó a vaciarse y Sienna salió detrás del prefecto de Hufflepuff. Todos sus compañeros bajaron a las mazmorras y llegaron al cuadro de unas frutas. Los de Slyterin, que iban con ellos, siguieron de largo más a lo profundo de las mazmorras.

Sienna miraba fijamente ese lugar cuando un compañero la empujó al interior de la que era la casa de Hufflepuff. Sienna se sintió una tonta arrastrándose por el pasadizo.

Era un lugar bastante agradable, con un clima cómodo, como el de su casa. El color principal era el amarillo, por supuesto. El prefecto les indicó que las puertas redondas de madera eran la entrada a los dormitorios.

Sienna siguió a las niñas con la mirada ocupada en todos lados al mismo tiempo y casi choca de cara contra la nuca de una niña al entrar al dormitorio.

El lugar tenía un largo pasillo que tenía los nombres en la puerta de cada habitación y Sienna encontró el suyo. Compartía la el dormitorio con Susan Bones, Hannah Abbott, una niña rubia un poco robusta llamada Selena y otra delgada de ojos grises saltones, Anne.

Vió a su Henriette acostada en una cama y para evitar la vergüenza de los pelos de gato esparcidos, decidió que esa sería su cama. Estaba debajo de una ventana que daba a un jardín y el cielo nocturno. Felicitó internamente a Henriette por haber elegido la mejor cama.

Sienna se preguntó que estaría haciendo su madre en ese momento antes de dormir. Seguro estaría leyendo un libro o posiblemente le estaría escribiendo una carta.

Hacia unas horas que la había visto y la extrañaba. En la misma habitación había un cuarto de baño con dos regaderas separadas.

Decidió que se ducharía para quitarse el peso de viaje. Tomó su pijama de dragones y se metió a la regadera. Sienna notó que había comenzado a llover, sintió un frío repentino y se bañó con agua caliente.

Al salir, sus compañeras de habitación roncaban libremente. Sienna se metió a la cama y apagó la vela antes de quedarse dormida con Henriette por un lado.

—Buenas noches, mamá.

La Hija de Snape  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora