El Cáliz de Fuego

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Cuando volvían a cruzar el vestíbulo con el resto de los estudiantes de Hogwarts, de camino al Gran Comedor. Unas chicas de sexto revolvían en sus bolsillos mientras caminaban.

—¡Ah, es increíble, no llevo ni una simple pluma! ¿Crees que accedería a firmarme un autógrafo en el sombrero con mi lápiz de labios?

Sienna no dejó de mirarlas como si les faltara un tornillo.

Junto a ella, Susan, Hannah y otras chicas suspiraban y buscaban tierra para que Krum las ensuciara con ella.

—¡Pero si solo es un jugador de Quidditch...! —protestó sin darse cuenta de que se había parado literalmente un lado de Krum. Paró de hablar abruptamente y estaba a punto de decir algo más, pero Krum le dirigió una sonrisilla nerviosa, pero amable y Sienna se dió cuenta, o de qué le estaba agradeciendo que no lo molestara por un autógrafo, o que le hizo gracia lo que dijo.

Se dirigieron a la mesa de Hufflepuff. Ernie y Justin pusieron mucho interés en sentarse orientados hacia la puerta de entrada, porque Krum y sus compañeros de Durmstrang seguían amontonados junto a ella sin saber dónde sentarse. Los alumnos de Beauxbatons se habían puesto en la mesa de Ravenclaw y observaban el Gran Comedor con expresión crítica. Tres de ellos se sujetaban aún bufandas o chales en torno a la cabeza.

—Niñas delicadas —suspiro Sienna y por primera vez en el día, Hannah y Susan estuvieron de acuerdo.

Viktor Krum y sus compañeros de Durmstrang se habían colocado en la mesa de Slytherin. Sienna vio que Malfoy, Crabbe y Goyle parecían muy ufanos por este hecho. En el instante en que miró, Malfoy se inclinaba un poco para dirigirse a Krum.

—Ya se siente importante —bufó Sienna—. O quiere presumirle todas las influencias de su padre y la importancia de su apellido aquí.

—Es lo que más le gusta hacer —concordó Hannah—. O simplemente quiere una charla inteligente ya que con ese par de idiotas que tiene por guardaespaldas, necesita algo más interesante de qué hablar.

—Muy buen punto —terció Susan.

Los alumnos de Durmstrang se quitaban las pesadas pieles y miraban con expresión de interés el negro techo lleno de estrellas. Dos de ellos cogían los platos y las copas de oro y los examinaban, aparentemente muy impresionados.

En el fondo, en la mesa de los profesores, Filch, el conserje, estaba añadiendo sillas. Como la ocasión lo merecía, llevaba puesto su frac viejo y enmohecido. Sienna se sorprendió de verlo añadir cuatro sillas, dos a cada lado de Dumbledore.

—Pero sólo hay dos profesores más —se extrañó Sienna—. ¿Por qué Filch pone cuatro sillas? ¿Quién más va a venir?

Habiendo entrado todos los alumnos en el Gran Comedor y una vez sentados a las mesas de sus respectivas casas, empezaron a entrar en fila los profesores, que se encaminaron a la mesa del fondo y ocuparon sus asientos.

Los últimos en la fila eran el profesor Dumbledore, el profesor Karkarov y Madame Maxime. Al ver aparecer a su directora, los alumnos de Beauxbatons se pusieron inmediatamente en pie. Algunos de los de Hogwarts se rieron. Sienna no lo hizo ya que cuando estaba en primero, era la única alumna que hacía eso. El grupo de Beauxbatons no pareció avergonzarse en absoluto, y no volvió a ocupar sus asientos hasta que Madame Maxime se hubo sentado a la izquierda de Dumbledore. Éste, sin embargo, permaneció en pie, y el silencio cayó sobre el Gran Comedor.

-Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes -dijo Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los estudiantes extranjeros-. Es para mi un placer darles la bienvenida a Hogwarts. Deseo que su estancia aquí les resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea.

La Hija de Snape  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora