El Baile

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Cuando se acabó la cena, Dumbledore se levantó y pidió a los alumnos que hicieran lo mismo. Entonces, a un movimiento suyo de varita, las mesas se retiraron y alinearon junto a los muros, dejando el suelo despejado, y luego hizo aparecer por encantamiento a lo largo del muro derecho un tablado. Sobre él  aparecieron una batería, varias guitarras, un laúd, un violonchelo y algunas gaitas.

Las Brujas de Macbeth subieron al escenario entre aplausos entusiastas. Eran todas melenudas, e iban vestidas muy modernas, con túnicas negras llenas de desgarrones y aberturas. Cogieron sus instrumentos, y Sienna, que las miraba con tanto interés que no advertía lo que se avecinaba, comprendió de repente que los farolillos de todas las otras mesas se habían apagado y que los campeones y sus parejas estaban de pie. Étienne le ofreció su brazo con una sonrisa nerviosa y Sienna la aceptó nerviosa y sonrojada.

—Ya es la hoga —dijo llevando a Sienna a la pista—. Temí que me rechazagas...

Sienna se sonrojó aún más mientras se incorporaba.

Al levantarse, Sienna tropezó con el vestido y Étienne la sujetó por la cintura con una sonrisa que ni Lockhart hubiera podido igualar. Las Brujas de Macbeth empezaron a tocar una melodía lenta, triste. Sienna se sintió una torpe a un lado de Étienne quien evidentemente era hábil bailando. Neville y Ginny bailaban junto a ellos: vio que Ginny hacia muecas de dolor con bastante frecuencia, cada vez que Neville la pisaba. Sienna sonrió en un intento de disimular una risa. Dumbledore bailaba con Madame Maxime. Era tan pequeño para ella, que apenas llegaba con la punta de su alargado sombrero a hacerle cosquillas en la barbilla, pero ella se movía con bastante gracia para el tamaño que tenía. Ojoloco Moody bailaba muy torpemente con la profesora Sinistra, que parecía temer a la pata de palo.

Las Brujas de Macbeth dejaron de tocar, los aplausos volvieron a retumbar en el Gran Comedor.

Sienna estaba sonrojada y Étienne la llevó a la mesa.

Igé pog algo paga tomar —anunció—. Tu gespiga tranquila, ahoga vuelvo...

Sienna asintió agitada mientras Étienne iba por dos vasos de bebidas.

De ida por las bebidas, lejos de la vista de Sienna, Étienne chocó con Snape.

Pegdone, Señog —se disculpó educadamente Étienne, pero Snape abandonó los modales.

—¿Qué haces con mi hija? —inquirió.

Étienne se puso nervioso y le echó una mirada rápida a Snape dándose cuenta de que Sienna era la versión femenina de ese hombre. Abrió los ojos como platos y a pesar de ser más alto que Snape, se encogió de miedo.

—Mas te vale cuidarla que después de esta noche no te acercarás más a ella, ¿Entendiste?

Étienne asintió energéticamente con la cabeza.

Sí, señog.

Snape sonrió con autosuficiencia y se fue sin despedirse. Étienne tomó las bebidas con las manos temblorosas y fue a la mesa donde había dejado a Sienna esperándolo.

—¿Te sientes bien? —inquirió preocupada notando que Étienne se veía un poco pálido—. ¿Pasó algo?

Étienne volvió a mirar a Sienna y le costó creer que la chica de la que estaba enamorado en secreto fuera hija del maestro que parecía murciélago amargado.

Me encontgé con tu padge —susurró nervioso dejando loa vasos en la mesa—. Supongo que solo tengo pegmiso de pasag el tiempo contigo esta noche y después olvidagme de tí...

La Hija de Snape  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora