Kayla

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El cálido y leve contacto de sus labios en mi piel me hizo abrir los ojos, perezosa busqué su mirada. Sus intensos ojos azules me recibieron con ese habitual brillo que adquiría cada vez que me miraba, cada vez que lo hacía me aceleraba el corazón.

Sus ojos eran tan característicos como únicos, un azul oscuro igual al cielo nocturno envolvía sus pupilas. Largas pestañas negras y labios carnosos adornaban su rostro, su pelo negro, tan negro como el carbón, caía desordenado sobre mi rostro causándome cosquillas.

-Buenos días- Su ronca voz acarició mi cuello.

-Buenos días- respondí -¿Qué hora es?

-Las cinco, tenemos que darnos prisa si no quieres que noten tu ausencia- Susurró mientras colocaba uno de mis rozos castaños tras la oreja.

-Está bien- Dije sin ganas.

Detestaba tener que escaparme en las noches para poder verle, como si fuéramos fugitivos o estuviéramos haciendo algo ilícito. No comprendía aquella negación de nuestra relación por parte de mis padres, al fin y al cabo, los Blake y los Archibald pertenecían a la misma organización.

Ahora nos encontrábamos en el coche. El silencio inundaba el vehículo, mi mirada fija en los árboles que pasábamos mientras la carretera se encontraba desierta. Sentí su cálida mano sobre la mía, la llevó junto con la suya sobre la palanca entrelazando nuestros dedos.

-¿Estás bien?- Preguntó rompiendo el silencio que se había formado desde que salimos de casa.

Si- respondí sin quitar la vista de la ventana.

-Sabes que no puedes mentirme, no a mí- Y que razón tenía -Ey, mírame- Exigió mientras cogía mi barbilla entre sus dedos con delicadeza para hacer que le mirase a los ojos.

-Estoy bien, es solo que no me gusta tener que verte a escondidas- Me sinceré.

-Lo sé- dijo y soltó un resoplido.

-¿A ti te parece bien? - Pregunté dudosa.

Uno de los rasgos más notables de mi personalidad era mi inseguridad, padecía de ella desde los once años. Deseaba poder dejarla a un lado y conseguir saborear aquello a lo que llaman felicidad, sin embargo, algo en mí me decía y recordaba que no lo merecía.

Que no tenía la suficiente belleza, inteligencia o si quiera bondad como para poder sentir algo positivo como la felicidad. Podría encontrar mil fallos en mí en menos de sesenta segundos, en cambio si se trataban de mis virtudes no sería capaz de emitir palabra.

-¿Bien? ¿Cómo puedes si quiera creer que me parece bien no poder estar contigo como quisiera? No poder sacarte por la puerta de tu casa, no poder besarte en eventos públicos, no poder verte cada que ansíe tu presencia.

-Lo siento.

-No te disculpes- Lo sentí respirar hondo -Pero sé que si hago cualquiera de esas cosas tu familia no me permitirá volver a verte- Y se calló, yo no fui capaz de decir nada.

Minutos después volvió a hablar:

-Yo estoy dispuesto a afrontar las consecuencias y luchar por nosotros, pero nunca te pediría que eligieras entre tu familia y yo. No soy tan hijo de puta- dijo y lo entendí muy bien, pero él lo estaba mirando desde su perspectiva. Para él la familia era algo sagrado, inviolable, lo educaron así.

Los Blake eran una familia unida, un clan en el que se respetaban y amaban. Todo lo contrario a la mía, parecíamos completos desconocidos. La confianza era una palabra que mi familia desconocía y yo pagué las consecuencias de esa desconfianza.

Los Blake si confiaron en Luka y su melliza, a ellos si les contaron la verdad sobre su "profesión", si se le podía llamar así. Yo en cambio, aún tenía grabado en la mente el recuerdo del día que vi como mi padre le pegaba un tiro en la cabeza a un hombre en su despacho. Despuésde eso si quiera se dignaron a hablar conmigo y explicarme las cosas, quien me contó a que se dedicaban nuestros padres y respondió a todas mis preguntas sobre la mafia fue Luka.

Todo eso pasó hará un año y fue cuando empezamos a salir. Los Blake siempre me habían cuidado como a una hija a falta de padres que se preocupasen por mi.

Ya habíamos llegado, así que Luka dejó el coche en la parte de atrás de mi casa pero ninguno de los dos hizo ni dijo nada.

-Este año será mejor, estaremos juntos en el instituto y nos seguiremos viendo algunas veces fuera de clases. Haré lo que pueda para que este año no sea tan malo como el anterior- dijo mirándome a los ojos.

De mi boca no salió ninguna palabra, simplemente lo besé. Lento, cálido, mudo... Besarlo, estar con él era una sensación de paz, hogar, todo aquello de lo que mi familia me privó. Entonces nuestras lenguas se rozaron provocando que todo fuera más intenso, su mano se posó sobre mi cadera y entendí la petición de sus actos.

Me desabroché el cinturón y me impulse desde mi asiento para acabar sentada a horcajadas sobre él, mis brazos se unieron alrededor de su cuello al tiempo que sus manos se deslizaban , firmes, sobre mis muslos.

Gruñó frustrado y separó nuestros labios unos centímetros para decir:

-Deberíamos parar si no quieres perder tu virginidad detrás de tu casa- Tenía el pecho acelerado al igual que yo.

-Me da igual mientras sea contigo- Esa frase tan cursi escapó de mis labios y no pude evitar que mi rostro adquiriera un tono carmesí.

¿Cómo se te ocurre decir eso, gilipollas?

-Me encanta cuando te pones roja- dijo con voz rematadamente sexy.

¡DIOS! ¿Por qué a mí?

Y me mi rostro ardió aún más, si eso era posible, para evitar más vergüenza hundí la cara en en el hueco de su hombro. Entonces el muy capullo comenzó a reírse.

¡Oh, por dios! Cómo lo odiaba

Pasamos varios minutos así, yo con mi rostro sobre su hombro inhalando su aroma y él acariciando mi pelo.

-Debería irme- dije rompiendo el cómodo silencio.

-Si- susurro él. Me separé un poco y me dijo te quiero antes de besarme.

-Te quiero- le respondí después del beso -Y yo te elegiría a ti- dije refiriéndome a lo último que me dijo antes de que yo empezara a divagar sobre nuestras familias.

No le di tiempo a respondedor, abrí la puerta y me apresure a salir huyendo como la cobarde que era.

Entré por la puerta de atrás y subí silenciosamente, solo me quedaba cruzar el pasillo para poder llegar a mi habitación. Pero no podía ser tan fácil. En ese momento mi madre entró en mi campo de visión y me abofeteo tan fuerte que tuve que doblar la cabeza hacia un lado. No fui capaz de emitir ningún sonido, menos una palabra y me limité a mirarla entre confundida y sorprendida.

-Te comportas como una vil ramera, pasas la noche con tu amante y vuelves como si no pasara nada- El desprecio emponzoñando cada una de sus palabras.

-No es mi amante- Me limité a decir.

-A partir de hoy no saldrás de casa si no es para ir a clase y además un coche te recogerá y llevará- Dijo mirándome con... ¿asco?

-No puedes hacerme eso- La reté, aunque me arrepentí al instante.

-Cállate si no quieres que vuelva a abofetearte- Se dio media vuelta y cuando creía que iba a bajar por las escaleras, se paró y me dijo -Ahh, y vístete que hoy pasaremos el día en el club de campo.

Y así fue como pasé el último día antes de que empezaran las clases. Entre mujeres, en las que se encontraban mi madre y mi hermana Katherin, de unos 40 años hablando mal de sus maridos y bebiendo martinis con sus vestidos dos tallas más pequeñas de lo que deberían ser.

Lo único que pido, es que por favor este año vaya bien

Pero como de costumbre, el universo hizo caso omiso de mis súplicas.

Las Reinas de la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora