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—¡Levántate! —quitan las cobijas del cuerpo de la chica.
—Es temprano —se las coloca con habilidad y se envuelve.
—Te la pasas tirada sobre la cama, viendo series y sólo sales para comer.
—Trabajo por la noche. Si puedes ver tengo libros regados por la habitación —con cansancio las palabras fluyen de su boca.
—Son las doce del medio día. Has cosas para que no pierdas tu figura —la señora hace pose de diva.
—Estoy bien con mi "figura", tía.
—Me preocupas. Nunca te hemos visto inactiva —se sienta en la cama.

La castaña, rendida porque no la van a dejar seguir durmiendo; abre los ojos.

—Bien.
—¡Eso!. Tu tío y primo irán por el desayuno. Arréglate, vamos a ir a la oficina por unos papeles.
—De acuerdo —aparta las cobijas—. Me voy a bañar.

La familia veía en lo que se había convertido. Sin explicación. El actuar y las emociones se podían sentir al contacto con ella. Apenas vivas.

—¿Licuado de fresa? —se desilusiona con lo puesto en la mesa.
—Bajaste demasiado tarde, corazón.
—Ya estoy aquí.

El teléfono de la casa suena.

—¿Hola?... No se encuentra... Yo le diré... Sí, sí... Claro, hasta luego —cuelga y deposita en su lugar, el aparato—. Súbete a la camioneta. Voy por mi bolsa.

La niña asiente.

Durante el la travesía, un silencio abundaba el coche. La música, hacia el ambiente.

—Tengo una reunión con los inversionistas, ¿quieres echar un vistazo a la feria? —saca del bolso dinero.

Faty lo miraba como una oportunidad de irse a casa y continuar con la serie de la madrugada. Lo acepta, camina hacia una pequeña feria; algunos juegos mecánicos están en función, también en los juegos de carpa; la gente se concentraba en ganar un premio. Cae rendida al quererse ir, cuando ve los puestos de comida; crepas, elotes, algodones de azúcar y demás.

—Buenas tardes. Un algodón de azúcar, por favor —el empleado, asiente y le da uno de color morado—. Gracias —paga.

Gritos de personas arriba de los juegos, hacen que la voluntad contra ellos se pierda. Sube a la rueda de la fortuna.

—¡Es increíble! —exclama al sentirse hasta arriba y ver el panorama.

Más tarde, al regresar para volver a la casa de sus tíos; en el transcurso, su expresión se modificó.

—¿Te la pasaste bien? —su primo en la consola, pregunta sin despegar la vista a la pantalla.
—Fue espectacular —va a tirarse sobre el sillón.
—Elsa y Ryan vendrán para la cena.
—Estaré en el cuarto —deshace su trenza.
—Ajá.

Subiendo las escaleras, el teléfono nuevamente resuena. Con rapidez iba a contestar, pero le ganan.

—Ya le dijeron que no... ¿Ha pasado algo?... Ok... Buenas noches —cuelgan.

La mayor de edad, ve a la castaña. Va a la cocina.

En el cuarto, prende la televisión y pone el programa.

—¡Te miente. Apártate de él!.

Las emociones brotan. Son necesarias, las series; le hacen parecer una adolescente normal.

—Tía Mayi, ya llegó —anuncian.

Pausa el episodio.
En el comedor, ríen del día.

—Fuiste a la feria, Caty cuenta que se escuchaban los gritos desde lejos de la empresa —Mayi toma cerveza.
—Así es, me sentí "normal". Me disculpo por lo de ayer, estoy estancada y las ideas se enmarañan —Faty jugó con las manos.
—No te preocupes. Nos importas, si es importante el trabajo que haces, las interrupciones serán por ti misma —Elsa apoya su cabeza en su prima.
—He tenido problemas con la comunicación, si me vieran soy un desastre. Empezaré a realizar labores para ganar dinero y comprar un teléfono celular.

Ninguno de los hijos trabaja, eso sí: les dan su "Domingo". Dinero premiado, sin mover un dedo.

—Nosotros te lo podemos comprar —Caty sugiere.
—Ahora es innecesario. Los contactos, y aplicaciones de conversación —Faty razona.
—La seguridad cada día va de mal en peor —la señora opina.
—Mis habilidades siguen conmigo. Si algo pasa —no termina el enunciado, la quedaban viendo con horror—, lo golpearé.

Relajaron sus expresiones al oír el final. La comida estuvo deliciosa, se despidieron los familiares; la noche destacaba.

A la mañana, la castaña, olvidó los libros y los escritos de la investigación. Tenia que reunirse con Christian para contarle lo que halló. E igual él, con el hechizo de Tom.
Horas de revisar las hojas, va a solicitar autorización de los adultos.

—¡Voy a ir con un amigo. Tengo que darle unas noticias sobre mis notas!.
—¡Te digo que no! —Caty se enfurece.

Explicaba a Caty y a Gil que volvería a BYL. Al enterarse, negaron inmediatamente.

—Nos hacen falta, tú y Andrés —Gil va a consolar a su esposa.
—Es buscarlo a él, pedir premiso para que papá lo deje venir. Conmigo, las cosas son complicadas.
—Dinos si te servimos en lo que sea —Gil plantea—. Queremos que vengan a unas pijamadas.
—Me están sacando del tema —niega con la cabeza—. Vendré en unas horas, platicaré con Chris unas cosas de un proyecto, si no resolvemos nada, seguiré aquí.

Aunque las palabras sean ciertas, le siguieron negando el permiso. Rendida fue a la cama, el día ajetreado la exhausta.

—¿Por qué estás aquí, y no allá? —de repente, se hace la cuestión en voz alta—. Objetivo: intercambiar el enojo por positividad. Y debería irme, abro un portal y ya.

Los poderes restantes le daban fuerza para estar de pie y que caiga con suavidad. Gastando los, a más velocidad abandonarían el cuerpo y habría una inmovilidad de éste.
Intenta crear una ventana, en la zona afectada; punza. Los rayos morados, salpican. Queda agotada y se desploma en el colchón, durmiendo.

—Las llamadas, ¿de quién eran? —Gil se arropa.
—Alguien de nombre Christian; mencionó que Fátima debía ir al castillo principal. Una emergencia —se enjuaga la cara.
—Son niños, todavía. Pero no son juegos de consola o celular, Caty. Es una realidad, su realidad.
—Crecen. ¿Hasta cuando los vemos?, un día a la semana, cada mes.
—Le aconsejaremos, pero sin pistas de lo acontecido; diminutas son las posibilidades de colaborar .

Caty guardó silencio, recapacitando.

Siete con treinta y siete minutos, el dispositivo despierta. Esta vez, a la castaña alarmó; bajó con sumo cuidado hasta el artilugio.

—¿Bueno?... Señor, son las siete de la mañana y usted llama por si quiero una promoción de un banco de ahorros... —cuelga aun con la persona hablando. Suspira con pesadez.

Al pasar de las once de la mañana, el desayuno se pone. Los sábados, son libres para todos.
El timbre de la puerta, interrumpe el alimento.

—¡Entrega para la señorita "Fátima"! —anuncia desde el patio.

Se dirige, con intriga, al cartero; no luce como uno común. Las ropas tienen colores oscuros.

—Se lo manda el rey —entrega el sobre—. Firme aquí, por favor —señala la parte.

Lo recibe, hace lo pedido y el cartero se marcha.

Da la vuelta a la carta.

Asunto: La Luna Roja.

Break The Limit: Pesadilla Final  En EdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora