I

3.6K 229 235
                                    

Trabajaba hasta tarde nuevamente; las cuentas no se pagaban solas. Salió de la herrería, sudado y maloliente. Al llegar a casa se daría un baño y descansaría hasta que el sol saliera. La calle se sentía desolada, no podía entender porqué. Esa sensación de silencio absoluto le helaba los huesos.

Al llegar a casa, distinguió el pomo forzado de la puerta. Alguien había entrado en su ausencia.

Abrió con cuidado y entró lo más silencioso que pudo. La penumbra inundaba la pequeña sala de la casa. Encendió una lámpara de aceite, revelando aquella figura perversa que se sentaba de piernas cruzadas frente a él.

—¡Orochimaru!

Cuando intentó retroceder, unas manos lo sostuvieron, tomándole las muñecas para atarlas a su espalda, y amordazarle la boca.

El hombre que lo había estado esperando, recogió la lámpara de aceite y se acercó para contemplar su rostro furioso.

—El plazo se acabó.

Había pedido algo de dinero prestado hace mucho tiempo, justo antes que su abuelo muriera, para poder pagar la medicina y salvarle la vida. Pero evidentemente, no funcionó. Quedó sin dinero, sin abuelo y con una enorme deuda. Trabajaba algunos días de la semana en la herrería del pueblo para obtener algo y juntar la cuota semanal que le cobraban.

Sin embargo, la víbora venenosa que era Orochimaru, le había raptado y explicado durante todo el camino que ya no necesitaba el dinero, porque ahora él sería la paga.

Conocía la otra identidad de aquel tipo. El que encantaba a las señoritas de pueblos aledaños y las llevaba a la capital, donde las encerraba en lujosas casas de placer. Aquellas señoritas trabajaban para él hasta que algún adinerado las compraba o simplemente, se volvían inservibles.

Supuso que ese era su destino. Trabajar en uno de esos burdeles hasta que pagara su deuda y entonces fuera liberado... O asesinado.

—¡Dijiste que me darías plazo durante toda la semana! ¡Mentiroso! —Exclamó apenas la mordaza le fue arrebatada de la boca.

—Eso era con respecto al pago en metálico, pero ya no lo necesito —Aunque no podía verlo, por tener vendados los ojos, sabía que Orochimaru estaba sonriéndole con malicia. Como siempre—. Mi prioridad ahora es la lealtad al gobierno, y tú me serás de mucha ayuda, Deidara.

—Muérete, ¡pedazo de mierda!

—Cierrenle la boca.

Continuó insultándolo a pesar que la tela entre sus labios ahogaba todos sus gritos. Viajaron en carroza durante una hora. Deidara se había cansado de luchar, así que por el agotamiento del trabajo y la tensión que le causó todo el revuelo con Orochimaru, terminó por quedarse dormido.

—Levántate, bella durmiente.

Lo bajaron del carruaje minutos después, arrastrándolo hasta lo que él imaginaba, era uno de esos  lugares de placer que administraba la víbora.

—Bienvenido, Deidara.

Volvió a quitarle la mordaza. Orochimaru estaba probándolo. Imaginaba que ese no iba a ser su «hogar» por mucho tiempo, pero pensaría en cómo escapar antes que tuvieran tiempo de llevárselo a otro lugar, más lejano y más peligroso.

—¿Qué pretendes? Si piensas que seré una de tus serviles y dóciles niñas, te equivocas. Te haré la maldita vida imposible.

Permanecía atado de manos y pies, con ojos vendados. Aun así, aquello no dejaría que su coraje o carácter flaqueara un ápice. Orochimaru estaba maravillado, era una lástima que no se lo pudiera quedar; le hubiera encantado domesticarlo.

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora