Hora de la verdad

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...

Neela retrocedió sorprendida logrando que unos cuantos frascos a su lado cayeran, pero ninguna memoria se derramó. Mientras limpiaba su desastre titubeaba sin saber cómo excusar lo que el mago había escuchado.

—Er... Yo... Sólo estaba... Pasaba por aquí y... Su ave... Yo... Er...— balbuceba terminando de poner el último frasco de vuelta a su lugar, sin poder ver a Dumbledore a los ojos sintiendo como sus mejillas ardían.

—Puedo ver que no leíste por completo el libro ¿Me equivoco?— dijo él ignorando por completo el intento de la rubia por excusar la razón de que se encontrara en su oficina, aparentemente esperando que ahí estuviera, hasta que Neela lo recordó.

—Sé que estuvo con mi madre, pero lo que no sé es por qué— repuso tratando de enderezarse, aclarando su garganta para no flaquear, decidida a no irse de ahí sin obtener las respuestas que quería desde hace tiempo.

Y ahora Dumbledore fue quien se quedó sin palabras, sintiéndose sorprendido o quizá acorralado, desviando su mirada a Tanatos con una sonrisa relajada en el rostro.

Agra tenía razón...— murmuró dirigiéndose a la ventana, corriendo un poco la cortina para observar los patios esperando no ver a nadie.

—¿Cómo dice?— preguntó dando un paso al frente, con el fin de estar más cerca de Dumbledore y poder escucharlo mejor.

—No sé si lo sabías, Neela, pero también conocí a tu abuela apesar de que no vino a Hogwarts...

—Lo sabía, es decir, lo sé, lo descubrí, al igual que la mayoría de las cosas respecto a mi vida, porque al parecer mis seres queridos se empeñan en mentirme— dijo cruzada de brazos y con el ceño fruncido.

—Nunca había conocido a una familia como la tuya; con una maldición en la sangre que potenciara las visiones que tenían desde siglos atrás— añadió él fascinado, tomando asiento en su cama y acariciando con cariño al pequeño Fawkes.

—Quiero respuestas, profesor, y las quiero ahora— repuso enojada cansada de tanto rodeo, sorprendiendose al ver cómo Dumbledore suspiraba, como si supiera que su curiosidad no tenía remedio, y asentía, invitándola a tomar asiento junto a él.

—Es una historia larga, Neela... Pero supongo que después de tanto, has demostrado ser digna de poder afrontar duros golpes— 'No se imagina cuantos' pensó formando una mueca —Una cosa más antes de que cualquier cosa suceda— interrumpió el súbitamente tomando entre sus manos la mano de Neela —Lo único que espero cuando no haya secretos, es que no me guardes rencor, porque a lo largo de los años, he aprendido a quererte como a mi propia hija— dijo con una sonrisa, asintió y cerró los ojos, esperando a que la rubia posara su otra mano sobre las suyas, lo cual hizo un poco temerosa cerrando los ojos, sabiendo que ella igual quería a Dumbledore como un padre, y no quería perder a un padre otra vez.

Al abrir los ojos otra vez se dio cuenta que se encontraba en un más antiguo Callejón Diagon, donde la vestimenta de las brujas y los magos era distinta a la que usaban ahora.

Volteó para ver a su alrededor, identificando tiendas a su alrededor de atuendos, varitas, escobas, animales y comida.

No entendía qué hacía ahí, estuvo por unos minutos observando las tantas cabelleras frente a ellas de los magos que le daban la espalda, hasta que una cabellera pelirroja se apartó del montón caminando hacia la puerta.

Y logró ver su rostro cuando a éste se le cayó uno de los tomates y se agachó para recogerlos, apartando de su rostro el cabello que lo cubría. Era él, un Albus Dumbledore joven que entraba a la tienda para pagar por sus vegetales.

Enamorada De Tom Riddle [Tom Riddle y Tú] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora