Capítulo 3

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Lucas:

Salí de clases rumbo a la cafetería que quedaba cerca de la universidad y estaba esperando comer por fin como una persona decente. Cuando recibí su mensaje no dudé en irla a buscar, eran poco los tiempos que nos quedaba hasta que yo me fuera Massachusetts y ella hiciera lo que tenía que hacer.

A veces me daba ganas de pedirle que se fuera conmigo, ambos hemos sido amigos por casi cinco años y ella ha sido un constante en mi vida. Desde los cinco años cuando se mudó al frente los dos hemos estado acostumbrados al otro, por lo que saber que ella iba a devolverse a Alabama o se fuera a otra parte me pegaba, no lo podía negar.

Dejé esos pensamientos de lado y seguí en mi camino hasta la cafetería, de repente alguien se posó al frente de mí y la reconocí como una compañera de clases de psicología clínica. —Lucas, ¿no es así? —su tono de voz era un poco más alto que el recordaba y tenía ya varios años viendo clases conmigo, lo que se me hace raro que pregunte mi nombre.

—Hola Ruby.

Ella sonrió como si hubiese dicho los secretos del universo. —Me preguntaba si será que me puedes prestar tus apuntes, por favor. Es que no copié. —era algo raro, porque podría jurar que la vi escribiendo en clases. Pero quién soy yo para cuestionar.

Le pasé la libreta y ella la abrió yendo hacia la última página. Tomó su teléfono y capturó algunas fotos. —Me has salvado. Gracias.

Negué. —No hay problema.

La chica parecía nerviosa de decir algo. —¿Quería saber si cabía la posibilidad de que me explicaras algo?, Es que eres muy bueno en la materia. — la miré sin comprender—. No tiene que ser hoy, pero si puedes alguna tarde.

—Seguro, anota mi número y quedamos. —ella así lo hizo y luego de darme las gracias seguí hasta la cafetería por fin. Moría de hambre.

Caminé fuera del campus y llegué por fin al local. La vi en nuestra mesa de siempre y fui directa hasta ella. Golpeaba su mesa seguramente al ritmo de la música de los chinos que ella escuchaba. A veces no la comprendía, pero me parecía muy tierno que ella tuviera esa apariencia de badgirl, pero en el fondo era más dulce que un ponquesito.

—Hola. —dejé mi bolso sobre la mesa y ella me miró casi al borde de la indignación. ¿Qué habré hecho ahora?

—¿Qué son estas horas de llegar? —aquí vamos de nuevo.

Me reí. —Yo llego a la hora que se me dé la gana. Soy el hombre de esta amistad.

Su carcajada fue peor. —Casi me la creí. Pero todos sabemos quién lleva los pantalones en esta amistad y no eres tú. —al paso que íbamos era así como decía—. En fin, tengo horas esperándote. Muero de hambre.

—No tienes horas, acabas de salir de clase. —bufó ante mi argumento y para no hablar guardó sus audífonos—. ¿Qué tal el examen?

—Seguro un A, aunque no debería decirlo mucho, cada vez que creo que salí bien en un examen, me va peor de lo que creía. —no podía argumentar nada contra eso. Tenía mi propio prontuario—. En fin, ¿qué tal tú?

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