MAGNUS (85 años)
Pude escuchar las risas provenientes del interior de la casa, no estoy seguro de que era lo que estaban hablando, pero el ambiente parecía bastante animado en el interior. Pese a que tenía intriga de saber porque el ambiente era tan ávido, no me sentía con fuerzas como para levantarme e ir a ver.
Mientras miraba a lo lejos, no pude evitar pensar... otra vez, en mi amado Alexander. Desde su partida, él era en todo lo que podía pensar, en todo lo que quería pensar en realidad, y luego de que mi nuera, Samanta, me propusiera aquella entrevista, al final no pude negarme, porque el recuerdo de todo lo que viví junto a Alexander, me hizo sentir más vivo que nunca.
Incluso mis pequeños, Raphael y Max, lograron conseguirme el audio libro que Samanta había lanzado años atrás, permitiéndome escuchar mi historia con Alexander, las veces que quisiera, sintiendo mi corazón ligero... y nostálgico al mismo tiempo.
Pensando en ello, todo este tiempo que he estado sin Alexander, es casi tanto como el tiempo que pasé con él. Honestamente, siempre había pensado, que Alexander y yo envegaríamos juntos, viendo el atardecer desde nuestras mecedoras, tomando nuestras arrugadas manos mientras la brisa veraniega besaba nuestros rostros. Pero al final, mi dulce Alexander se me había adelantado.
Mis parpados comenzaron a sentirse más cansados, ya no podía luchar más para dejarlos abiertos, me sentía cansado también, las risas se escuchaban más lejanas, atenuándose tan suavemente que era como si estuviera cayendo dormido.
Cuando sentí que ya no podía mantenerlos abiertos un segundo más... lo vi, su cabellera negra danzando por el viento. Puedo jurar, que incluso escuche sus pasos acercarse a mí, su suave mano, posándose con suavidad y dulzura sobre la mía, tomándola con cierta firmeza, ayudándome a levantarme.
-Magnus. - Le escuché decir mi nombre con aquella suave voz suya, sonriéndome. - ¿Está bien ahora?
En ese mismo instante, en el que me ayudó a levantarme, pude sentirme completamente renovado, como si hubiera vuelto a cuando tenía 25 o 30 años. Pude ver que incluso mis manos, toda mi piel dejó de estar arrugada y volvió a verse joven como era la primera vez que nos conocimos.
Magnus: "Él me dijo... <No voy a tener sexo casual>, esa es la clase de hombre que era Alexander Gideon Lightwood".
Alexander estaba frente a mí, sonriéndome de esa forma tan característica suya, y esa mirada que siempre había sido mi adoración. Su mirada de dulzura y ternura, ambas al mismo tiempo, esos ojos azules que parecían zafiros en bruto.
-Por supuesto, Alexander. - Gimo su nombre cuando aferro a su cuerpo, abrazándolo después de tanto tiempo. Puedo sentir su calor. Me siento tan feliz. Sé que esto es real porque él está aquí conmigo, justo ahora, correspondiendo mi abrazo y jugando con mi cabello como le gustaba hacerlo.
Samanta: "... ya veo... ¿y después?, ¿Cuál fue la primera impresión que tuvo de él?"
-Magnus. - Volvió a decir mi nombre, esta vez contra mi cuello, haciendo estremecer.
-Realmente eres tú, Alexander. - Digo en un suave sollozo, completamente feliz, más allá de lo posible, después de tanto tiempo, tenerlo nuevamente entre mis manos. - Mi dulce, dulce Alexander, realmente eres tú.
Magnus: "Ja, ja, ja... supongo que me enamoré a primera vista."
-Claro que sí amor. - Me dijo con dulzura, apartándose para verme con esos hermosos ojos azules que tanto adoraba. - Estuve esperando por ti todo este tiempo, Magnus.
Alzo su barbilla con mi mano y lo besa. Esto tiene que ser real porque es como si se me revitalizara el cuerpo cuando sus labios rozan los míos.
-Abuelo Magnus, el almuerzo. - Ambos tuvimos que romper el beso cuando escuchamos aquella infantil voz. Nos giramos, y pude ver a mi nieto Alec, acercándose... a donde mi cuerpo anciano estaba dormido, sobre esa mecedora en la que acostumbraba a estar. - ¿Abuelo?
-Tiene tus ojos. - Dije con algo de amargura al ver como mi nieto me mecía, buscando despertarme. - Incluso tiene una personalidad parecida a la tuya.
-Me hubiera gustado estar ahí. - Dijo Alexander, abrazándome por la cintura, apoyando su mejilla en mi pecho, contemplando la escena que transcurría frente a nosotros. - Ve el nacimiento de mis nietos y de mis bisnietos.
-¡Mamá! - El pequeño Alec entró a toda velocidad hacia la casa. - ¡Abuela!, ¡abuelo!
Pude sentir que mi corazón se oprimía mientras veía a Max y Raphael salían como tromba de la casa, llegando hasta mi cuerpo, el cual ya había dejado de latir y respirar... al menos, terrenalmente.
Todos, mis hijos, mis nueras, mis nietos, todos estaban derramando lágrimas cuando la realidad de la situación los golpeó. No pude evitar, sentir pena y un muy efímero deseo de volver solo un par de minutos para decirles que había llegado mi momento de partir y que mi dulce Alexander estaba dándome la bienvenida.
-No debes sentirte mal por ellos. - Dijo mi Alexander, besando mi mejilla, obligándome a mirarlo. -Esto es algo natural de la vida, en algún momento, todos debemos partir, y eso es algo por lo que nuestros seres queridos deben afrontar, sabiendo ahora que estamos bien, y que siempre velaremos por ellos, donde quiera que estemos.
-Aun así, es duro verlos tan tristes. - Admití.
-Así me sentí cuando tuve que irme. - Lo miré nuevamente. Alexander me sonrió. - Me devastó verte llorar de la manera en que lo hiciste, o como lloraron nuestros hijos, pero sabía que se apoyarían entre ustedes y que podrían afrontarlo. Y no me equivoque.
Antes de que pudiera decir nada, escuché como nuestros hijos lloraban, como trataban de calmarse un poco para ser un soporte para sus esposas, hijos y nietos. Pero lo que más provocó calidez en mi corazón, fue ver, como tanto Raphael como Max, miraron en nuestra dirección, como si pudieran vernos, sus ojos tristes pero que rápidamente fueron sustituidos por una sonrisa melancólica... antes de abrazarse entre ellos.
-Buen viaje, padre. - Dijo Max.
-Cuídense mucho entre ustedes, papá. - Le siguió Raphael.
-Los estaremos esperando cuando el momento llegué. - Aseguró Alexander, aun cuando nuestros retoños no podían escucharnos. -Tengan una buena vida.
-No olviden nunca que los amamos. - Dije yo, sonriéndoles mientras una lágrima traviesa corría por mi mejilla. -A todos ustedes.
Volví mí mirada a Alexander, que me miraba con completo amor, y yo, como si él fuera cada amanecer, como si él fuera la luna y las estrellas en mi universo. Mirándolo como lo que él era, lo que más amaba con todo mí ser.
-¿Estaremos juntos de aquí en adelante? - Le pregunto a mi dulce Alexander, aun cuando ya conocía su respuesta.
-Por toda la eternidad.
"Jesús, esto debe ser el destino".
"Eso fue lo que pensé... y no podía estar más agradecido con eso."
FIN.
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Nueva York, Con Amor
Roman pour AdolescentsDicen que Nueva York es la ciudad del anhelo... Magnus es un miembro de la policía de Queens, vive solo y aunque parezca demasiado "normal" cada noche al terminar su turno se dirige a un barrio en Manhattan. La naturaleza homosexual de Magnus y su i...