3. Vete a salvar el mundo (pt. 2)

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Claro, como si fuera capaz de hacer semejante cosa.

Termino de vestirme y salgo al corredor, en dónde también está la puerta del estudio de mamá. Oigo voces que provienen de esa dirección, así allí es a donde me dirijo.

-Ah, Abril, ven hija, siéntate. - Cedric está sentado junto a mi madre en el sofá. - Le estaba contando a Cedric de aquella vez, cuándo escribiste ese poema... ¿lo recuerdas? ¿De qué trataba?

-Mamá...

-Algo tenía que ver con una flor, y un cofre, ¿no es así? Veamos, uh...

-Mamá...

-Era una lira, ahora lo recuerdo. Era una lira y había estrellas involucradas. Vamos, Abril, ¡tienes que recordarlo!

-Sí, Abril, vamos, tiene que haber algo que recuerdes. - Le dirijo una mirada asesina a Cedric.

-¿No huele a quemado, mamá?

-No lo creo, querida. - Contesta, sonriendo.

-¿Ah, no? Porque estoy bastante segura de que algo se está quemando.

-Iré a ver si eso te hace sentir más tranquila.

-Así es, mamá, gracias.

Acaricia mi mejilla en su camino a la cocina, dándome la oportunidad de volverme hacia Cedric, con los brazos cruzados sobre el pecho.

-Una lira, y un cofre... ¿No será un tesoro, de casualidad? - Levanta mi libro de Gustavo Adolfo Bécquer de la mesa de café del estudio de mamá. Tengo que reprimir la necesidad de abalanzarme sobre él para arrebatarle el libro antes de que consiga dañarlo de alguna forma, porque sé que si demuestro lo mucho que me importa, encontrará la manera de utilizarlo en mi contra.

-Nunca se me hubiera pasado por la mente que sabes leer... digo, que sabes algo de Bécquer.

-Hay mucho que no sabes sobre mí, Abril. Y sí, antes de que lo preguntes, ese es un desafío.

-¿Ah, sí? ¿Un desafío?

-Tengo la impresión de que no vas a poder resistirte.

-Tengo la impresión de que estás muy pagado de ti mismo. En cualquier caso, ¿no tienes nada mejor que hacer? Lo entenderé si quieres irte. No te preocupes por mis padres, yo les explicaré que el presidente llamó para que fueras a ayudarle a salvar el mundo, si eso es lo que quieres.

-Vaya, ¿tan desesperada estás porque me vaya?

-¿Qué puedo decir? Invades mi espacio.

-Bien, supongo que...

-¡Chicos, ya está servido! - Grita mi padre desde la planta baja.

-Deberíamos bajar. - Gesticula zalamero. ¿Cómo es eso posible? Él viola todas las leyes de las interacciones sociales. Nunca hubiera pensado que es posible ser tan irritante sin hacer mucho más que existir.

Entorno los ojos y camino frente a él hasta el comedor que mamá se ha esmerado en decorar, como si de una cena de gala se tratara.

Por el amor de Dios, es sábado, llueve afuera... ¿Por qué esforzarse de esa manera? No es como si Cedric fuera miembro de la realeza, y aunque entiendo que por el bien del trabajo de papá debemos estar en buenos términos con los Canonach, todo esto parece exagerado.

Me siento en mi puesto habitual, a la izquierda de papá, y Cedric se sienta junto a mí.

-Abril, ¿podrías bendecir los alimentos? - Dice mi padre, poniendo ambas manos sobre la mesa, esperando a que mamá y yo las tomemos.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora