11. Sobre la soledad de la estación, y otras tantas cosas desagradables (pt .1)

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En el camino de regreso a casa no puedo sacarme de la cabeza las palabras de Rose, y he aquí lo sorprendente (y causal de reclusión en una institución para pacientes mentales): no logro dejar de darle vueltas al asunto de Constanza. Es como si tuviera la respuesta a las preguntas que se arremolinan a mi alrededor en la punta de la lengua, pero que sencillamente no lograra sacarla. Estoy abrumada por la charla con la abuela, pero especialmente por no haber podido decirle la verdad. ¿Qué pasaría si se enterara? ¿Si supiera lo que mi padre me hizo?

Mamá estaría completamente destrozada, y este no es el momento para darle un golpe tan duro, sin mencionar que no sé hasta donde sería capaz de llegar Rose con todo esto con tal de alejar a su hija del peligro. Creo que nadie sería capaz de perdonármelo nunca, ni papá, ni mamá, por ser la causa de la distancia que los separaría.

Pero ¿y si papá traspasa los límites? ¿Y si el golpe de hace semanas fue sólo el inicio? Y si lo hizo conmigo, ¿qué le impide también golpear a mamá? ¿Y si Luke tenía razón y estuvo involucrado en lo que pasó?

Está bien, este es el plan: volveremos a casa. Si llego a ver algo sospechoso, algo preocupante, aunque sea tan sólo un poco fuera de lo normal, no me permitiré darle el beneficio de la duda, y... no tengo la más mínima idea de qué haré entonces, pero se me ocurrirá algo. Tal vez escriba una carta anónima y la envíe al periódico local. De esa forma podré tomar el tren a ninguna parte antes de que se imprima la siguiente edición, y Tomás nunca tendrá que enterarse de que fui yo quien lo dejó al descubierto.

Claro, porque esta es una película de vaqueros. ¡Reacciona, Abril!

Bien, ese tal vez no sea el mejor de los planes, pero no tiene por qué pasar nada, ¿no?

Cruzo el umbral de la puerta, y me sacudo con el mayor cuidado posible para no dañar ningún libro, aunque soy consciente de que estoy dejando un lago debajo de mis pies.

Anna aparece con una gran montaña de toallas en las manos y nos tiene una a cada una. La acepto encantada, y comienzo por mi rostro.

-Así que... ¿Cómo está Sue?

-De maravilla. El doctor Trest parecía satisfecho con su evolución. - Contesta la abuela. No sé si ella es tan consciente como Anna de lo que está haciendo, pero de igual forma la mención de su nombre me molesta.

-Esa es una espléndida noticia. Pondré a hervir un poco de agua para el té. ¿Tomas té, Abril? - Pero ya ha desaparecido en la tras tienda cuando voy a responder. Bueno, té será.

Rose me invita a sentarme junto a ella en la gran poltrona de terciopelo verde para ojear un viejo libro que descansaba en la mesa de café frente a ella. Podría apostar a que es el incunable de la obra de algún autor local cuyo nombre se lo había llevado el tiempo. No obstante, Rose parece fascinada con el descubrimiento, y comienza a balbucear algo sobre la calidad de la encuadernación en cuero cuando Anna regresa con una tetera y tres tazas en una bandeja de pasta rosa.

-Uhm, ¿Abbie?

-¿Sí?

-Creo que tienes visita. - Comenta, mirando en dirección a la puerta.

Me giro, sin saber qué esperar, para encontrarme con la silueta de la única persona que quería ver.

-Uh... perdón. Estaré aquí enseguida.

-Tómate tu tiempo, por favor... -Contesta Rose, tratando de reprimir una sonrisa de picardía que en alguna ocasión había visto dibujada en los labios de mi propia madre.

Si mi corazón no estuviera desbocado, probablemente diría que pasar tanto tiempo con la abuela me recuerda a aquella mujer que solía ser mi madre, pero como ese no es el caso...

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora