11. Sobre la soledad de la estación, y otras tantas cosas desagradables. (Pt. 5)

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La luz del sol me ciega al abrir los ojos. Lo primero que siento es algo parecido a una bomba nuclear estallando en mi cabeza, y el pelo sobre el rostro, adherido a mi frente a causa del sudor.

Me duele la espalda, el estómago, los brazos, los pies... Dios, los pies.

En este preciso instante ser víctima de un asesinato suena mucho más como una obra de caridad que como un delito que debería ser castigado de cualquier forma.

-Buenos días, bella durmiente. -Anna entra llevando un vaso de agua y un frasco de aspirina en una bandeja. Pone una píldora en la palma de mi mano y me tiende el vaso, y toma todo lo que hay en mí para sentarme, sólo porque sé que de otra forma las probabilidades de que me atragante son todavía mayores, lo que ya es mucho decir.

Trago la pastilla obedientemente y me dejo caer de espalda sobre una montaña de almohadas, esforzándome para no vaciar el contenido de mi estómago, si es que aún queda algo. Estoy muriendo de la sed, pero sólo pensar en beber algo... no, ni siquiera puedo pensarlo.

-Bienvenida al mundo de los adultos, dulzura. - Se lanza sobre mí, como si fuera una niña pequeña, haciendo que quiera desaparecer de la faz del planeta.

-Podrías apuñalarme, y no te guardaría rencor. En realidad ni siquiera pensaría en volver de la tumba para atormentarte.

-Es bueno saberlo. ¿Cómo te sientes?

-Como si hubiera muerto, ido al infierno y regresado. - Logro quitármela de encima, y entierro el rostro en la almohada.

-Es gracioso, porque es cierto. Bueno, al menos en parte.

-¿A qué te refieres?

-Duh, a lo que pasó anoche.

-Podrías tratar de ser un poco más específica, ¿no lo crees?

-No me digas que no lo recuerdas.

-Está bien. - Cierro los ojos y espero que me ataque la inconsciencia, pero Anna me interrumpe.

-No te quedes callada, tampoco.

-No entiendo qué es lo que quieres entonces, pero te diré qué es lo que yo quiero: dormir. ¿Te mataría dejarme dormir?

-De la intriga.

-Nadie ha muerto de la intriga.

-Todavía. Dime qué recuerdas. - No poder responder a esa pregunta me enferma, y hace que por primera vez desde que desperté, comience a sentirme asustada. No, "aterrada" sería el término más adecuado

Entorno los ojos aunque sé que no puede verme, y me siento como si, al hacerlo, hubiera frotado la lámpara del genio, pues mi deseo de recordar algo lo que pasó anoche parece cumplirse, al menos parcialmente, porque frente a mis ojos aparecen algunas imágenes de la noche anterior.

Veamos, estaba bailando con Cedric, y ¿después qué?

Empiezo a sentirme un poco mareada, y como si mi cerebro hubiera decidido darle una vuelta a la manzana, en la alfombra mágica de Aladín, mientras espero pacientemente aquí, cerca de Cedric... ¿Cerca de Cedric?

¿Dónde está Cedric?

Estaba aquí hace unos minutos...

Demonios, necesito otro mojito. Los mojitos vienen con un Cedric de cortesía, ¿no? Necesito otro mojito. Bien. Esto no tiene por qué ser difícil. Sólo debo caminar hasta la mesa... pero no era una mesa, ¿no? Era más como una banca. Sí, era una banquita, y hablando de las banquitas... ¿Por qué no sentarme ahora mismo si estoy tan cansada? Los zapatos en los que Anna me obligó a enfundar mis pobres pies están matándome lentamente. O rápidamente. Vaya, ¿ya es tan tarde? Es hora de tomar asiento.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora