11.Sobre la soledad de la estación, y otras tantas cosas desagradables (Pt.11)

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Antes de oír las ruedas crujir sobre los rieles a medida que el tren se detiene, pienso en el casi mes que pasé aquí.

Cuántas cosas han cambiado, cuántas cosas me hubiera gustado que permanecieran igual, cuántas veces hubiera querido dejar de existir, cuánto deseé ser alguien más, cuánto deseé estar muerta.

Y cuán viva me sentí con Cedric, y luego cuánto dolor dejó tras de sí al partir. Cuánta desilusión llevaba en mi maleta, y qué poca ropa había empacado para un viaje tan largo.

Si el resto del año será en algo como el primer mes, preferiría recluirme en una cueva y no volver a salir hasta el 2016.

Esa no es una mala idea. No tendría que volver a ver a Tomás, y podría visitar a mamá sin necesidad de interactuar con nadie más por el resto de la historia de la humanidad.

Oigo el chirrido de las ruedas del tren sobre los rieles incluso antes de verlo aparecer, espero a que sea mi turno de abordar y me siento en la silla del lado de la ventana, y después de asegurarme de que mi equipaje está bien acomodado debajo de la misma, recojo las rodillas y abrazo las piernas con fuerza hacia mi pecho, como si de esa forma fuera a poder expulsar el frío que me cala los huesos y que tan poco tiene que ver con el clima.

El contemplar el desolado paisaje, la oscura silueta de los edificios de Emberbury en la distancia, empiezo a arrepentirme de haber venido.

Si ahora voy a vivir en este lugar, el Libro no debería tener ningún tipo de importancia, debería poder olvidarme de todo, construir mi propio destino, hacer lo que me plazca cuando me plazca... no es como si fuera a ser muy diferente de lo que ha sido hasta el momento, y eso sería algo positivo pues nunca me he considerado una fanática del cambio, y...

Sé muy bien que todas estas son excusas que estoy dándome para no arrojarme a las vías del tren. Es que pensar en regresar a casa, y tener que enfrentarme a Tomás, o la simple idea de cruzarme casualmente con Cedric son suficiente para hacer que todo esto parezca una misión suicida. Tampoco tengo idea de qué haría si eso llegara a pasar.

El tren se pone en movimiento y no pasa mucho tiempo hasta que me quedo profundamente dormida. Cuando despierto, no estoy sola en el compartimiento del tren.

-Espero que no te importe. -Dice. El aliento se atasca en mi garganta y siento que voy a desmayarme la próxima vez que parpadee. -Mis compañeros de viaje dejan mucho qué desear, y como vi que estabas dormida, y bueno, sola, pensé que no te importaría, así que... ¿te importa?

-Uhm... ¿perdón?

-Puedo repetirlo más lento, sólo porque acabas de despertar. Igualmente espero que no sea una costumbre tuya esta de ser tan lenta. Decía que mis compañeros de viaje...

-Si, lo entendí a la primera.

Presiono las palmas de mis manos contra mis ojos hasta que empiezo a ver manchas rojas con la esperanza de que al abrirlos de nuevo haya desaparecido.

-¿Te encuentras bien? - Abro los ojos lentamente y me sobresalto (estúpidamente, cabe añadir) al confirmar mis miedos. Ella sigue aquí.

Su pelo corto y oscuro que apenas pasa de la línea de la nuca, sus grandes ojos, su... no lo sé, su "energía"... Es la chica con la que me crucé en la clínica. No cabe duda.

-Perfectamente.

-Magnífico, entonces podremos tener la conversación que hemos tenido pendiente desde hace un par de semanas.

-Debes estar confundiéndome con alguien más. No creo haber hablado contigo... bueno, nunca.

-Tendré que refrescarte la memoria entonces. - Como si no estuviera lo suficientemente asustada, la chica da un salto para sentarse junto a mi y entrelaza su brazo con el mío como si fuéramos grandes amigas (y tuviéramos 13 años). Opto por permanecer completamente inmóvil, pues temo que, de hacer lo contrario y tratar de lanzarme por la ventanilla del vagón, saque una espada samurái de algún lugar y me haga picadillo.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora