9. Adrenalina (pt. 7)

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Acomoda mi mano en su antebrazo y me conduce hacia la puerta del restaurante. El corredor no está muy bien iluminado, como tampoco lo está el precioso patio empedrado al que desemboca. Hay varios árboles aquí y allá, y varias instalaciones de luces cuelgan de ellos y se pierden entre sus ramas. En el suelo hay antorchas que bordean un camino de piedra que lleva a una especie de pista de baile. Ésta está iluminada por los faroles de papel que cuelgan entre unos parales de madera. Hay varias parejas bailando al son de la música del conjunto que toca en un rincón.

Debo admitir que ni en mis mejores sueños había visto un lugar tan hermoso como ese.

Una mujer mayor que usa un delantal inmaculado alrededor de la cintura nos guía a una mesa que se encuentra a un par de metros de la pista de baile y enciende la vela en el centro. Deja el menú y desaparece sonriendo.

-¿Cómo encontraste este lugar? - Le pregunto, mientras ojeo la carta. Pienso que pagar por lo mío será lo apropiado, ya que eso restará seriedad a toda este asunto de la cita, y así no tendré que preocuparme por ser la chica que pide una entrada y un vaso de agua.

-Yelp. Hoy en día no hay nada que no pueda solucionarse con una aplicación, ¿no lo crees?

-Puedo pensar en varias cosas que no pueden solucionarse con una aplicación, la verdad. -Me veo forzada a sentarme muy derecha, casi inmóvil en la silla, pues el vestido me impide encorvarme. Al ver que no dice nada, añado -: Uh... gracias por el vestido. Es muy hermoso.

-Me alegra que te haya gustado.

-Lo es.

Sonríe y vuelve la atención a la carta.

Suspiro y hago lo mismo. La mesera vuelve con una jarra de agua para llenar las copas, y agradezco inmensamente tener algo con lo qué entretenerme ahora. Mi estómago está hecho un nudo de nervios. Supongo que sin importar cuánto tiempo pases con alguien, o qué pase entre ustedes, la primera cita siempre es un evento estresante...

Era un comentario cualquiera, porque no es como si esto fuera una cita. Accedí porque se lo debo, no porque quiera salir con él, y no es que no me agrade tampoco, porque...

¿Por qué sigo tratando de darme excusas? Aquí estoy, con la mano libre cerrada con fuerza en un puño sobre mi regazo, sólo porque no quiero ser traicionada por el instinto de acariciar la suya, que descansa sobre la mesa, a tan sólo medio metro de mí.

-¿Ves algo que te guste? - Pregunta, levantando la mirada, y tengo que fijar mi atención en otro lugar para que no se dé cuenta de que estaba observándolo.

-Uh... tal vez... Sí, una pasta primavera para mí. - Nunca puedes equivocarte con una pasta primavera.

-Pensaba pedir lo mismo. - He aprendido a identificar cuándo sus sonrisas son genuinas y cuándo no. La que me dirige pertenece al segundo grupo. Sé por la forma en la que apoya los codos en el borde de la mesa que está tan tenso como yo. Es difícil de explicar cómo un gesto así puede revelarlo, pero es ese tipo de cosas que he aprendido a identificar.

El silencio vuelve a establecerse.

-¿Te molestaría que encienda un cigarrillo? Estoy tratando de dejarlo, pero... -Se encoje de hombros como si fuera explicación suficiente.

-No, no hay problema. - Trato de regresarle la sonrisa, pero como no lo consigo, le doy otro sorbo a mi copa de agua.

Pronto me quedaré sin excusa, pues queda apenas un sorbo en el fondo.

Contemplo por unos instantes a las parejas que bailan en la pista. Un hombre de pelo cano y porte elegante hace girar a una mujer que debe tener la edad de Rose. Verlos bailar es como si anticiparan los movimientos del otro incluso antes de que la idea se formara en su mente. Ambos sonríen, y se dicen algo al final de la canción.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora