11. Sobre la soledad de la estación, y otras tantas cosas desagradables. (Pt. 8)

56 11 0
                                    

La campanilla de la puerta de entrada tintinea al abrirse. Cedric espera a que cruce el umbral antes de hacer lo propio, sin soltar mi brazo en ningún momento, como si temiera que en el momento en el que se descuidara, fuera a hacerme polvo. No sé qué tan equivocado estará, pero prefiero no confirmarlo.

-¡Estaba comenzando a preocuparme por ti, cielo! - Mamá me abraza y planta un sonoro beso en mi frente. - Traté de llamarte varias veces, pero creo que dejaste tu teléfono aquí.

-Eso explica muchas cosas. - Suspira Cedric, enarcando los ojos. Me deposita con cuidado en una de las poltronas antes de girarse hacia mamá para recibir un fuerte abrazo de su parte.

-¿Cómo te fue en... uhm, el taller? - Anna se materializa de la nada y toma asiento en el brazo de la silla en la que estoy cómodamente acurrucada.

Ella y Cedric intercambian una significativa mirada que pretenden ocultar, por lo que la sensación de que hay aún más que no están diciéndome.

Trato de ignorarla, pero no desaparece, ni siquiera varias horas después, cuando estoy preparándome para dormir.

En realidad llevo los últimos quince minutos viendo el moretón que está empezando a formarse allí donde me golpeé anoche, y tratando de calcular cuánto tiempo le tomará desaparecer. Un par de semanas, a lo sumo.

-¿Cómo te sientes? - Anna toca a la puerta de mi habitación y asoma la cabeza a través. Acomodo la pijama prestada en su lugar para no tener que obligarla a contemplar mi herida de batalla.

-Confundida.

-Lógicamente. Cedric dijo que tuvieron la oportunidad de hablar de camino a casa...

-No mucho, a decir verdad.

-¿Y?

-No entiendo cómo es que sigue aquí. Que sigo aquí, en realidad. Espera, su misteriosa desaparición... No estaba en el taller, ¿o si?

-No. Fue a presentar cargos contra Raquel.

-¡¿Qué?! ¡Él no puede hacer eso!

-El asunto es que estuvimos hablando sobre el tema, y decidimos dejarlo pasar. Lo menos que tú y Sue necesitan en este momento es atraer la atención de nadie aquí, que es precisamente lo que no pasaría. Emberbury es, después de todo, la capital mundial del aburrimiento, y sería imposible impedir que un pleito de este calibre terminara en televisión, especialmente si llegara a la corte.

-Eso es exagerar, pero en cierta forma debo admitir que estoy de acuerdo con que es lo mejor. Además, no necesito darle más razones a todos en Ashbury para que me odien. Enviar a alguien a prisión sería precisamente la excusa que les hace falta para quemarme en la hoguera el próximo Festival.

-¿Sigues con la idea de regresar a Ashbury? - Su asombro me sorprende.

-Por supuesto que sí. Hay mucho que debo hacer, mucho que debo entender antes de pensar en dejar Ashbury definitivamente.

-¿Estás segura de que no tiene nada que ver con el príncipe azul de la habitación de al lado?

-No podría negarlo aunque quisiera, pero ¿por qué sería eso algo malo? Él ha sido lo mejor que me ha pasado desde que regresé, y...

-También lo que te ha metido en problemas. No me malentiendas, él me agrada, pero si quieres mi opinión, diría que hasta que no resuelva sus asuntos con Felicia, algo de distancia no te mataría.

-No pedí tu opinión, pero gracias. Mi decisión está tomada.

-Haz lo que te plazca. No es como si algo que dijera tuviera el poder de hacerte cambiar de parecer.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora