11. Sobre la soledad de la estación, y otras tantas cosas desagradables. (Pt. 3)

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Siento que pasan tres siglos entre sus palabras y mi reacción. Anna y yo intercambiamos una mirada, y no me digno a mirarlo.

-Veré los avances de la entrevista antes del noticiero de las ocho. Si me disculpan, creo que mamá... o Rose... o quien sea me necesita.

-Abbie,... -Cedric trata de retenerme de nuevo, pero lo esquivo ágilmente.

-Lo mejor es que vaya arriba. - Lo miro directamente a los ojos, y me siento orgullosa de poder hacerlo sin quebrarme en mil millones de pedazos. - De verdad.

-Fue... ni siquiera sé que...

-Hablaremos de esto luego, ¿está bien? - Me desprendo de su agarre, pues en algún momento se había hecho con el control de mi mano, y salgo de la cocina sin darle oportunidad de decir nada más.

Subo las escaleras que conducen al segundo piso como solía hacerlo cuando era menor, de dos zancadas, y aterrizo en la habitación para huéspedes, a la que mamá se retiró para seguir las indicaciones de los médicos de guardar reposo.

Empujo la puerta que, a diferencia de la de su antigua habitación, cede con facilidad, y la encuentro con el iPad sobre las piernas, jugando Hay Day, porque "¿quién atendió a mis animales mientras estaba dormida?"

Decidimos hablar sobre sus días en coma como "los días en los que estaba dormida", por el bien de todos. Al menos eso dicen los demás. Me pone los nervios de punta recordar esos días, que parecen tan distantes, pero que son tan cercanos.

-¿Está todo bien, Abbie? - Pregunta.

-¿Estaría bien si colapso junto a ti por un rato? ¿Por favor? - Siento el familiar nudo formarse en mi garganta mientras menciono esas palabras. Ni siquiera sé si quiero llorar, pero enterrar el rostro en una almohada sin duda ayudaría sustancialmente, y eso es precisamente lo que quiero hacer. De preferencia, hasta que termine la administración del actual presidente.

-Sabes la respuesta a eso.

Me dejo caer boca abajo junto a ella, y pocos segundos después siento sus dedos peinar los enredados mechones de mi pelo.

-¿Quieres decirme que pasa? - Pregunta. Dios, nunca había reparado en cuánto amo el sonido de su voz.

-Estoy cansada. - De Cedric. Estoy cansada de Cedric. Es la realidad, pero por algún motivo no consigo obligar a mi lengua a responder.

-¿Cansada?

-Sí, cansada... -Ya entiendo cuál es el problema. No estoy cansada de Cedric tanto como de su presencia a medias en mi vida. Demonios, ¿qué hizo para hacerse tan importante? ¿Además de preocuparse por mi, apoyarme, y haber estado ahí siempre que lo necesité?

-Perdí la cuenta de cuántas veces me cansé en mi vida. Te sonará extraño, pero no fue hasta hace poco, y a estas alturas de la vida, que vine a enterarme de que no existe tal cosa como el cansancio. El cansancio es una ilusión, el cansancio no existe per se, sino es la ausencia de algo, y no es de energía, si es que eso es lo que estás pensando, al menos no en el sentido más elemental de la palabra. Es falta de energía para. Falta de querer seguir intentándolo, y está bien, porque se supone que ese sea el curso de las cosas. La pregunta es si se abriría un gran vacío en el Universo. ¿Así lo diría el Doctor, no? ¿"Un gran vacío en el Universo"? - Asiento y le dirijo la mejor de mis sonrisas. Podrá no ser mi mejor momento, pero ¿Quién no se animaría al oír a su propia madre hacer referencias de Doctor Who? - Es cuestión de poner en una balanza las consecuencias de seguir intentándolo y de darse por vencido.

-No sé qué haría sin ti, mamá. - Me acomodo para quedar más cerca de ella. Llegué a pensar que nunca más podría hacer esto, y tener la posibilidad de, a pesar de todo lo que pasó, tumbarme a su lado, es una verdadera bendición.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora