9. Adrenalina (pt. 4)

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-Escúchame, cariño... No, escúchame. Sí, vi tu nuevo video anoche. Sí, estoy suscrito a tu canal... Felicia, ya te dije que sí, ¿está bien? Sí, regresaré en un par de días. No, no... Espera. ¿Cómo que tienes...? ¿Ah, sí? Bueno, vaya... Volveré a Ashbury cuando pueda, ¿está bien? Entonces podré verlo. Yo también te extraño...

Oírlo es como recibir una puñalada justo en medio del pecho. Estos últimos días casi pude olvidar la existencia de Felicia, y casi pude sentir que, si el Destino jugaba a mi favor y mamá se recuperaba, algo podría llegar a crecer entre nosotros... Y qué equivocada estaba, ahora me doy cuenta.

Me contentaré con seguir cultivando una bonita amistad, y... ¿a quién quiero engañar? Quemaría el cultivo de marihuana de Felicia si con eso se garantizara de alguna forma que podría estar con él.

Y sin embargo no logro convencerme en esa milésima de segundo de que eso es realmente lo que quiero.

¿Estaría dispuesta a entregarle mi corazón, a entregarme completamente a alguien como él?

-Bien. Adiós... -Lo oigo murmurar. Se gira y sus ojos se clavan en mí, así que trato de actuar naturalmente.

-Papá se quedará esta noche. - Digo. Me sorprende la forma en la que mi voz sale de mi pecho con fuerza, sin temblar... Ocultando perfectamente mis sentimientos.

El primer buen día en lo que parecía una eternidad y se había arruinado gracias a la banalidad de los celos.

¿Eso lo dije yo? ¿"Celos"? Exijo una siesta.

-En ese caso, en marcha.

Asiento y lo sigo a una distancia prudencial, viendo como se balancean los mechones de pelo en lo bajo de su cabeza, acompasando el ritmo de sus pasos. Siento la extraña necesidad de empujarlo y reír mientras lo veo caer, pero justo con la misma intensidad quiero lanzarme a sus brazos y pedirle que no regrese a Ashbury nunca... Bueno, no exactamente, quiero decir... Que no regrese a Ashbury por Felicia. Quiero que vuelva a mirarme como en Noche Buena, y que el tiempo se detenga, y que...

O dejar de sentirme de esta forma.

Lágrimas irracionales se acumulan detrás de mis ojos, y debo esforzarme para impedir que rueden por mis mejillas. No quiero que vuelva a verme tan afectada como la noche de año nuevo... De hecho no quiero que vuelva a verme llorar nunca. Será una promesa difícil de mantener, pero haré mi mejor esfuerzo, en nombre de mi orgullo, si es que queda algo de él.

Salimos de la Clínica de la Costa y atravesamos el estacionamiento en el espantoso frío de la noche. Tras la lluvia la temperatura bajó todavía más, por lo que el viento castiga mis mejillas y brazos. En algún momento pareció una buena idea deshacerme de mi chaqueta, y como está al fondo de la maleta, ni siquiera me preocupo por sacarla ahora.

Cuando subimos al auto se da cuenta de que estoy temblando, así que enciende la calefacción sin decir ninguna palabra. Me alegra no haber tenido que pedírselo.

¿Por qué vuelvo a sentirme tan mal? ¿Tan irritada respecto a su existencia? No es como si hubiera algo en específico para torturarme esta vez, es sólo... Todas las veces que lo ha hecho antes. Él tiene la culpa de que me sienta de esta manera.

Me cambio en el baño y salgo usando una de las batas sobre mi pijama, pues aunque me haya visto en múltiples ocasiones -muchas más de las necesarias-en pijama, no es como si me sintiera cómoda ahora.

Cuando salgo, lo encuentro acomodado en la poltrona dispuesta frente al televisor, envuelto con una manta y su chaqueta.

Me aseguro de que siga concentrado en su teléfono antes de quitarme la bata dándole la espalda y meterme a la cama. Siento cómo el frío abandona mi cuerpo rápidamente, siendo reemplazado por una agradable sensación de calor que se desvanece cuando hago el recuento de los acontecimientos del día. No me extrañaría que para el momento en el que salga el sol haya envejecido quince o veinte años.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora