8. Emberbury (pt. 3)

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-¿Sabes en qué hospital van a internarla? - Pregunta, como si me estuviera leyendo la mente.

-Llamaré a papá. - Marco su número en la pantalla del teléfono porque en este preciso momento no tengo la paciencia para buscar su número en el directorio y espero unos interminables segundos a que conteste.

-¿Dónde estás? - Dice, a manera de saludo.

-A más o menos veinte minutos de Emberbury. ¿A dónde debo llegar?

-Clínica de la Costa. Es la tercera salida por la autopista, y luego a la izquierda. Hay señales por todo el camino, así que no puedes perderte.

-¿Cómo está ella?

-No hay noticias todavía.

-Te veré pronto.

-Apresúrate. - Dice. Sé que ha estado llorando, y casi puedo ver la desesperación que debe haber en sus ojos.

-Clínica de la Costa. Es la tercera salida por la autopista.

-Creo que sé en dónde queda. ¿Por qué no tratas de dormir un poco? Las horas que vienen podrás hacer todo menos eso y debes estar cansada. Ahora es cuándo...

-No podría aunque quisiera.

-Si no lo harás por mí, hazlo por tu madre. Ella te necesita en pleno uso de tus facultades, Abbie, igual que tu padre. - Alcanza su chaqueta de la silla trasera y la pone sobre mi regazo. - Toma. No será una manta con todas las de la ley, pero por lo menos te mantendrá caliente.

-Lo intentaré, pero no prometo nada.

-Eso es suficiente para mí. Anda, a dormir. - Estira la chaqueta sin quitar la vista de la carretera, por lo que su mano tropieza con la mía, y entrelaza sus dedos con los míos. - Te prometo que todo va a salir bien, Abril. Tienes mi palabra.

-Eres un ser muy particular, Cedric Canonach, ¿te lo han dicho antes?

-Creo que prefiero tomarlo como un cumplido.

-Lo era. - Utilizo la chaqueta como excusa para soltar su mano, y me envuelvo con ella.

Tal vez no sea tan mala idea tomar una siesta relámpago, ¿pero hacerlo envuelta en su olor característico? Eso no lo sé; lo cierto es que el aroma me embriaga y me hace sentir segura.

Atraigo las rodillas hacia mi pecho con cuidado de no poner los zapatos en el asiento y cierro los ojos, sintiendo como progresivamente el ocasional bamboleo del auto me arrulla hasta quedarme profundamente dormida.

Encuentro a mi padre en una diminuta sala de espera a la salida de las salas de cirugía, cuyo singular olor a desinfectante y pobre decoración la hacen aún más deplorable. Tiene el rostro enterrado en las manos, y apoya los codos en las piernas. Sólo puedo imaginar lo cansado que debe estar en este momento. Sus anteojos se balancean peligrosamente en su rodilla, así que para prevenir que se caigan las cojo con cuidado, sólo en caso de que esté dormido. No esperaba que se enderezara de un salto.

-Abril... -Me atrae hacia sí y me abraza con fuerza, haciendo que mis articulación se quejen con crujidos que varían de intensidad, pero no le doy importancia ahora. Cedric tenía razón: debo estar aquí para él mientras los médicos están ahí para mamá. -¿Cómo llegaste? Los Canonach dijeron que...

-Buenas noches, señor Ros. - Como no es momento para lucirse, Cedric no trata de ganarse a papá, sino de mostrarse respetuoso. No creí nunca que fuera a alegrarme tanto que actuara de esa forma.

-¿Tú la trajiste? - El chico pone nuestras maletas sobre la silla junto a papá y asiente. No encuentro ningún indicio de falsa modestia, ni siquiera un atisbo de sonrisa en sus labios cuando lo hace. Algo me dice que después de la conversación que tuvimos en el auto las cosas difícilmente volverán a ser como eran antes entre nosotros. - No sé cómo agradecértelo, Cedric. Estoy en deuda contigo.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora