9. Adrenalina (pt. 2)

142 31 4
                                    

-Maravilloso. Sencillamente maravilloso. ¿"Tres kilómetros"? - Por la forma en la que la lluvia cae me es imposible vislumbrar más allá de un par de metros fuera del auto, pero casi podría estar segura de que nos encontramos en una pequeña calle secundaria.

-Dije "menos de tres kilómetros", ¿no?

-¿En tu Libro no decía nada sobre esto?

-No he abierto esa cosa desde que te di la Llave. No tendría cómo saberlo.

-Bien, bien, que no cunda el pánico. No es como si fuera cuestión de vida o muerte... ¡Ah, mira! Resulta que sí lo es.

-¿Pero qué pasa contigo?

-¿Qué pasa contigo? Yo estoy perfectamente bien, ahora déjame en paz.

-No, no estás bien. ¿De dónde viene este ataque de cólera?

-De las malditas calles de esta ciudad. Todas son exactamente iguales, ¿cómo se supone que vaya a encontrar a mi abuela? La vida de mi madre puede depender de ello, y... -Hablo tan rápido que me quedo sin aliento a mitad de la frase. Vuelvo a sentir la misma presión que sentí cuando vi a mamá hace un par de horas, y tengo que cerrar los ojos y recostarme en el asiento para no tener un ataque.

-¿Por qué no me dices qué es lo pasa en realidad?

-La recaída de mi madre fue culpa mía. Si hubiera estado prestando atención me habría dado cuenta de que algo no andaba bien, pero estaba demasiado distraída como para...

-Detente. Ahora. ¿Eso? Eso es precisamente lo que no debes hacer. Tú no cambiaste la sangre de tu madre, tú...

-¿Puedes dejarme sentirme mal por un momento? Entiendo que estés tratando de ayudarme, pero necesito... sentir. Necesito sentir esto... porque no puedo respirar. - Confieso. - Quiero ser fuerte, y tratar de estar ahí para ellos, pero sencillamente no puedo hacerlo si sigues tratando de hacerme sentir mejor.

-No estoy seguro de entender. ¿Es un error querer hacerte sentir mejor?

-No. No es... -Las ventanas del auto han empezado a empañarse, así que me distraigo haciendo pequeños dibujos con los dedos en ellas. Veo mi reflejo fugazmente, y me asusta ver lo mal que me veo. Aunque las bolsas debajo de mis ojos no sean una novedad, ahora resaltan con mayor intensidad en mi pálida piel, y si no supiera, diría que estoy viendo a una persona completamente diferente por la forma en la que se me marcan los pómulos, y en la que las comisuras de mis labios apuntan hacia atrás, esbozando un gesto feroz. ¿Será posible haber perdido de repente la mitad de mi peso? - No quiero ser fuerte. Quiero sufrir con esto, pero no puedo. Ni mi orgullo ni tú lo permitirían. Como contra mi orgullo no puedo hacer nada, parece ser que estoy desquitándome contigo. Y lo siento. Mucho. - Mi voz se quiebra, y tengo que aclararme la garganta.

-Sufre. - Dice. No lo estoy viendo, pero en mi mente puedo hacerme una idea de la expresión que debe estar pintada en su rostro. Debe estar sonriendo, de esa forma que consigue sacarme de quicio por ser capaz de borrar todo lo demás de mi mente. Lo miro extrañada, y él aparta la mirada. - Sufre todo lo quieras. Supongo que cada quién tiene su manera de ser fuerte, y ¿quién ha dicho que no se puede sufrir y luchar al tiempo? Hazlo. Hazlo si eso va a hacer que te sientas mejor. Yo estaré aquí mientras tanto.

-Deja de hacer eso también. - Le reprocho.

-¿De hacer qué?

-De ser comprensivo. Tú no eres comprensivo, tú... te diviertes llevándome la contraria. Sacándome de quicio. Haz eso.

-Recuérdame hacer que te chequeen cuando regresemos a la clínica. He oído que la planta de psiquiatría es sumamente acogedora, tal vez tengan un espacio para ti allí.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora